Desde el episodio de lluvias torrenciales que afectó al sureste peninsular el pasado mes de septiembre, he ido observando que el concepto de DANA (Depresión Aislada en Niveles Altos) se está empezando a asociar a catástrofe, algo a lo que contribuyen algunos medios de comunicación, ya sea por aumentar el número de ventas o simplemente por no estar bien informados. Me recuerda a aquella moda de hace unos años con las ciclogénesis explosivas, con las que parecía que iba a llegar el fin del mundo (como con todo lo que pasa ahora con el clima), cuando realmente son borrascas que sufren una rápida profundización, provocando rachas intensas de viento a su paso, lluvias y dejan el mar muy revuelto. Con la DANA está sucediendo lo mismo. La DANA es más ni menos que lo que se ha conocido de toda la vida como gota fría. Y ahora estamos viendo que DANA se está utilizando como sinónimo de desastre, tal y como sucedió con el concepto de gota fría tras la Pantanada de Tous, en octubre de 1982. Irónicamente, el término de Depresión Aislada en Niveles Altos surgió en parte por el mal uso que se daba a gota fría tras las riadas de 1982. Es curioso, pero ahora parece que da una menor sensación de peligro decir que viene una gota fría que una DANA, cuando estamos hablando de lo mismo. No obstante, hay que recordar que solo un porcentaje pequeño de estos embolsamientos de aire frío se traduce en lluvias torrenciales, ya que es necesario que se den una serie de factores que tienen que coincidir en el tiempo y en un espacio determinado. Es un elemento atmosférico tan común en nuestra zona como el anticiclón de las Azores o las borrascas atlánticas, y además de sus lluvias se nutren los acuíferos mediterráneos, vitales para muchas de nuestras poblaciones. Eso sí, mucha DANA, pero de las barbaridades que se han hecho en el territorio y que amplifican sus consecuencias, silencio absoluto en muchos casos.