Mi abuelo siempre dijo, con razón, no pidáis lluvia, pedid buenas cosechas. En la Montaña de Alicante el año fue muy seco hasta abril, pero desde aquel temporal nos hinchamos. A pesar de que hubo otro periodo seco entre mayo y la primera quincena de agosto, muy normal, por otro lado, los meses de septiembre, octubre y diciembre fueron muy lluviosos y nos permiten acabar el año con un excedente muy claro. A pesar de llover en momentos clave, la cosecha de olivas en ningún momento parecía buena, pero todo lo que puede ir mal va peor, y la humedad, junto a las altas temperaturas de septiembre y octubre, favoreció la expansión de la mosca del olivo y promovió la caída de la fruta, también ayudada por los temporales de viento de poniente de octubre a diciembre. Para acabar, hay que añadir el peor y más incontrolable de los factores, el precio muy bajo del aceite que, junto con los bajos rendimientos del fruto, con medias por debajo del 18%, cuando lo habitual es, como mínimo, el 22%. Todo ello dio como resultado precios inferiores a 30 céntimos por kilo de oliva, lejos del mínimo aceptable, no de rentabilidad, sino de sostenibilidad del cultivo. A pesar de ser cierto que casi nadie vive de la olivicultura en estas comarcas, la situación actual la pone demasiado por debajo de lo que se puede soportar, incluso como una actividad secundaria o de ocio. Actualmente los anticiclones invernales dan todos los días heladas, nieblas y rocíos, que contrastan con mediodías agradables. Es un tipo de tiempo que proporciona humedad o, al menos, mantiene la que ya ha caído, y ayuda al letargo invernal y a la eliminación de plagas. Solo cabe esperar que el año que viene la cosecha y, sobre todo, el precio, mejoren para mantener una mínima rentabilidad de una actividad necesaria desde múltiples puntos de vista.