Hubo un período en la historia del planeta donde los inviernos parecían interminables y las nieves perpetuas. La Tierra sufrió un enfriamiento de manera natural desde el final de la Edad Media hasta entrado el siglo XIX. Tal reducción de temperaturas fue clave para el desarrollo del comercio de la nieve en muchos puntos de España.

Los neveros artificiales o pozos de nieve son los últimos testigos de la Pequeña Edad del Hielo en España. Este 'corto' período pensado como un fenómeno global acarreó al hemisferio norte y sobretodo a Europa con un modesto enfriamiento de entre 1 ºC y 2 ºC. Durante esta época el ser humano optó por aprovechar la nieve y convertirla en hielo para abastecerse durante el resto del año.

Con un carácter estacional, el comercio de la nieve tuvo mucha importancia a nivel nacional. Las nevadas se daban principalmente en los meses de diciembre, enero y febrero. Fueron precipitaciones copiosas que ocasionalmente hasta se podían dar en los meses cercanos a la primavera.

Los pozos de nieve, estaban situados en las cotas más altas de las montañas. En la Comunidad Valenciana se calculan en torno a 400 pozos distribuidos entre sus montañas. Eran construcciones sencillas, podían ser de planta octogonal o circular, cubiertas por una cúpula hemisférica de mampostería. Cuando se almacenaba la nieve, se pisaba y se cubría con paja, de manera que se aislaba del calor externo. Una vez fabricado el hielo, se esperaba al verano para poder extraerlo y así distribuirlo por los municipios cercanos.

Acabada la Pequeña Edad del Hielo y con las crecientes dificultades de almacenaje de nieve en los pozos, el comercio del hielo puso fin a su actividad a finales del siglo XIX. Si a esto le sumas la creación de las fábricas de hielo con la Revolución Industrial, se dejó de depender de la meteorología para su elaboración.