Los incendios en Australia ya han calcinado más de 10 millones de hectáreas (superficie similar a la que tienen países como Portugal o Islandia) en el primer mes de verano. Pero el sexto país más grande del mundo no es una excepción. Sólo en 2019 han ardido más de 5 millones de hectáreas en Bolivia, 3 millones de hectáreas en Rusia (en la taiga de Siberia) y más de 2,5 millones de hectáreas en la Amazonía brasileña. A esta superficie hay que añadir casi otro millón de hectáreas devastadas en los incendios forestales de 2018 y 2019 en California (Estados Unidos), con 93 muertos, más de 25.000 viviendas destruidas y pérdidas económicas que superan los 23.000 millones de euros. La investigación oficial de las autoridades americanas confirmó la responsabilidad de Pacific Gas & Electric, la mayor eléctrica de Estados Unidos, en los incendios de 2018 que se declaró en bancarrota por las posibles demandas. La quiebra de PG&E fue la sexta más grande de la historia. En 2016, en Canadá inusualmente ardieron 204.000 ha y en la región del Maule (Chile) otras 570.197 ha, donde el incendio forestal alcanzó una velocidad de propagación sin precedentes que llegó a arrasar 8.000 hectáreas en menos de una hora.

Europa no se queda atrás. En Grecia tuvieron su particular tragedia griega en las zonas costeras de Ática en julio de 2018 y causó al menos 100 muertes. Estos incendios fueron los más mortíferos en afectar a Grecia desde que en 2007 se quemara el sur del Peloponeso, donde murieron 84 personas. Portugal cerró 2017 con casi medio millón de hectáreas carbonizadas por los incendios que se desencadenaron en el centro y norte del país, los más devastadores de su historia reciente y en los que murieron 109 personas. Tal fue su virulencia que uno de los focos principales aniquiló 8.300 hectáreas en solo una hora y media.

Todos estos incendios tienen una característica en común: son incendios forestales fuera de capacidad de extinción y que se producen con más frecuencia e intensidad en todo el planeta. España lo ha sufrido recientemente en el incendio producido en Gran Canaria, el más grave de 2019, donde ardieron unas 12.000 ha de gran valor ambiental. Hoy por hoy no existen ni medios técnicos ni humanos, a nivel cuantitativo y cualitativo, que puedan enfrentarse y apagar un incendio forestal de estas características y la ciudadanía lo tiene que saber. Se trata pues, de incendios muy peligrosos para las personas pero también para el clima, ya no solo por la extensión de los mismos, sino porque cada vez más afectan a urbanizaciones o poblaciones que están rodeadas de vegetación (incendios en interfaz urbano-forestal). Queda en evidencia que la forma en que arden los bosques ha cambiado. Hablamos de incendios rápidos, agresivos, con miles de hectáreas arrasadas y con miles de personas damnificadas. ¿Con estas premisas qué pueden hacer las administraciones y los políticos que conforman los gobiernos con capacidad de decisión para impedir una apocalipsis como la de Australia?