La semana del 25 de noviembre al 1 de diciembre la Organización Meteorológica Mundial afirmaba que a finales de este siglo XXI la temperatura subiría 3,2ºC si se tomaban medidas en la próxima década, por ejemplo reducir a la mitad las emisiones de gases de efecto invernadero, y 3,9ºC si los gobiernos no aplican ninguna medida para contrarrestar el incremento de emisiones. En los últimos 40 años las imágenes satelitales de infrarrojo térmico y los datos de los observatorios han permitido observar un importante ascenso térmico. Por lo tanto, a pesar de que algunos científicos hablan de un hiato térmico a partir de 1998, la realidad es que la temperatura planetaria ha subido. Algunas de las medidas que deberíamos tomar para frenar el incremento térmico consisten en sustituir el uso del carbón para las calefacciones por otros combustibles no fósiles, como biomasa, energía geotérmica o gas natural. También hay que regular la temperatura dentro de los edificios públicos y las viviendas privadas a unos niveles razonables, por ejemplo entre 16ºC y 18ºC en invierno, y 24º y 27º en verano. En invierno no hay que ir en manga corta como si fuéramos verano, esto es descabellado. Del mismo modo, no hay que pasar frío en verano. Los cambios de temperatura bruscos, por ejemplo cuando salimos de las viviendas en el exterior pueden provocar efectos negativos en la salud de las personas, un aumento de los resfriados, o incluso en algunos casos tenemos problemas de salud cardiovasculares o cerebrovasculares derivados del choque térmico cuando las personas salen al exterior.