Es una consecuencia del actual proceso de calentamiento climático. Llevamos años con desarrollo de veranos calurosos o muy calurosos. Desde que comenzó el presente siglo la frecuencia de jornadas de calor elevado se ha incrementado notablemente. Y como ilustran los datos, la temporada cálida del año se amplia cada vez más. Por no hablar del incremento de las «noches tropicales» que se han multiplicado por cuatro o cinco en algunas ciudades del litoral mediterráneo español. De manera que los veranos ibéricos, con la excepción de las regiones del Cantábrico, de los Pirineos y, con menor efecto también en Canarias, se han convertido en veranos regular y prolongadamente calurosos. Dicho de otro modo; el calor intenso es lo normal y dura más días, al tiempo que resulta menos soportable. En este contexto, hablar de «olas de calor» va perdiendo sentido. Lo que tenemos es un contexto caluroso con días de temperaturas algo más altas.

Desde 2010 hemos vivido alguno de los veranos más calurosos desde que tenemos registros de temperaturas. Pero ello está convirtiéndose en lo normal. Mientras que la expresión «ola de frío» sigue teniendo sentido y vigencia porque el frío se está convirtiendo en lo excepcional en el actual contexto de calentamiento climático, anunciar una «ola de calor» es no decir ya nada nuevo en el transcurso de los veranos ibéricos.

Jornadas de fuerte calor, días con temperaturas muy elevadas, pueden ser expresiones más ajustadas a la nueva realidad climática del verano en nuestro país. Ocurre como cuando aludimos a los episodios de «gota fría» como algo exclusivo del otoño en el litoral mediterráneo español, porque en la coyuntura climática actual pueden ocurrir en cualquier momento del año.

Las expresiones climáticas van a tener que ir adaptándose también al contexto climático que estamos viviendo.