El día después de lo que un asistente llama “la madre de todos los botellones” y otro “el botellón de botellones”, había muchísima policía en las inmediaciones de Ciudad Universitaria y el Parque del Oeste, en Madrid. Su presencia era disuasoria por sí misma, pero los agentes también paraban aleatoriamente grupos de jóvenes, comprobando si llevaban botellas de alcohol, hielos y vasos de plástico. Justo lo que no habían hecho 24 horas antes, durante una descomunal cita gestada en redes como Whatsapp y Telegram que reunió a cerca de 25.000 apretujadas personas, estudiantes en su mayoría, reunidos para beber y celebrar sin mascarilla ni distancia de seguridad. La imagen parecía provenir del mundo de ayer, el previo a la pandemia, y dejó tras de sí una estela de suciedad, quejas vecinales, problemas en el transporte público, críticas por presunto incivismo y apelaciones a su “responsabilidad social”. 

Casi todo falló el pasado viernes en Madrid. No hubo graves problemas de orden público, a diferencia de lo ocurrido el mismo día en Barcelona en una convocatoria más reducida (8.000 participantes), pero los cuerpos policiales no supieron del macrobotellón hasta el último momento, cuando ya era demasiado tarde para parar una reunión tan gigantesca como esta. Los agentes, nacionales y municipales, se limitaron a controlar que no hubiese incidentes y a vigilar las estaciones de metro. Disolver la multitud era tarea imposible.

El Ayuntamiento de Madrid espera que este fin de semana no se repita algo similar, al menos a esta escala, y basa su pronóstico en una fórmula con dos elementos que no suelen ir de la mano, todo para cercar el botellón, un fenómeno de larga tradición en España que tras lo más duro de la pandemia ha vuelto al primer plano, de la mano de una juventud que ya está vacunada en su inmensa mayoría (más del 70% de la población entre 12 y 29 años tiene la pauta completa) y quiere recuperar lo perdido durante el último año y medio. Por un lado, policía. Por otro, bares y discotecas. 

Con perros y drones

Tras varias reuniones a lo largo de esta semana, la Delegación del Gobierno y el consistorio acordaron reforzar la presencia de agentes nacionales y municipales en los alrededores de Ciudad Universitaria, con 150 efectivos más del primer cuerpo, junto a drones y perros, y 300 del segundo. Al mismo tiempo, este será el primer fin de semana desde la reapertura del ocio nocturno madrileño, una medida que entró en vigor el pasado lunes e implica que las discotecas podrán abrir sin limitaciones horarias, sirviendo de supuesta alternativa al ritual de juntarse en grupos cada vez más grandes para beber en la calle. Aun así, pese a los continuos indicios de vuelta a la vieja normalidad, no es ni mucho menos como antes. Las pistas de baile continúan cerradas, no se puede servir en las barras y los clientes deben estar sentados en mesas. Pero el consistorio confía en que con las discotecas y bares abiertos hasta muy tarde, la tentación de consumir alcohol en la vía pública sea menor.  

Varios jóvenes lo ponen en duda. Todos participaron en el botellón de la semana pasada en Ciudad Universitaria, pero piden que no aparezcan sus nombres: practican y defienden el botellón, pero explican que tiene “muy mala prensa”. No acaban de entender por qué, no del todo. Reconocen que el fenómeno puede molestar a los vecinos por el ruido que genera y la basura que deja tras de sí, y también admiten que lo que ocurrió el viernes pasado fue “demasiado lejos”, pero rechazan que en sí mismo suponga un grave riesgo para la salud al propagar la transmisión de coronavirus.

“Se supone que los contagios al aire libre son mucho más raros que en interiores, ¿no?”, se preguntaba este jueves un estudiante de Publicidad y Relaciones Públicas, de 19 años. Aquí tiene razón. La propagación del virus es mucho más infrecuente en exteriores, de ahí que la mascarilla haya dejado de ser obligatoria, siempre que se mantenga la distancia de 1,5 metros, algo que no se cumplió durante el reciente macrobotellón. “¿Es mejor que vayamos a los bares y las discotecas, sin apenas ventilación, a pasar la noche bebiendo y charlando?”, insistió.  

Otro alumno de la Complutense, de 20 años y en segundo de Derecho, repasó todo lo que ha tenido que soportar desde el primer estado de alarma. Se trata de las mismas restricciones aplicadas sobre el resto de la población, pero los adolescentes y postadolescentes son los principales perjudicados psicológicamente por la pandemia, coinciden todos los estudios, los peor preparados para el distanciamiento social, los más necesitados de compartir espacio físico con sus iguales, por mucho que usen las redes sociales. “Digo yo que ahora que la situación sanitaria ha mejorado mucho y estamos vacunados, tenemos derecho a pasarlo un poco bien”, señaló. Un tercer joven, a su lado, lo tenía muy claro. “Vamos a seguir haciendo botellones”, dijo.