Al pasar la curva del Mesón de la Tabla, camino a La Figarona, la cobertura del teléfono comienza a desaparecer. Y, de repente, al llegar al bar, ya no queda nada: ni llamadas, ni mensajes. “A ochocientos metros de aquí, más o menos, hay”, indica José Antonio Benítez, dueño del establecimiento. Porque aunque el cable pasa cerca, para ellos ni está ni se le espera: “La gente viene y nos dicen que ‘vaya tranquilidad’, que así desconectan. Pero así no se puede vivir. Estamos pagando un servicio que no nos están dando”.

Cuenta que, cuando llaman a las diferentes compañías, todas les dan “largas”. “Parece increíble que estemos así en el centro de Asturias”, señala, indignado. Y enseña su móvil, donde no tiene ni una raya. El teléfono fijo, sin embargo, sí que da señal. Es el que utilizan para las reservas. Aunque no siempre se escucha del todo bien; la comunicación se corta porque la calidad de la línea no es buena. Pero lo peor no es eso. Lo peor es que el datáfono se encuentra recluido en una esquina del bar, funciona cuando quiere y mientras esté enchufado, y los clientes tienen que levantarse hasta ahí a pagar. Poco funcional.

Cuando sus padres abrieron el establecimiento, hace medio siglo, no había esos problemas porque internet no era ni siquiera una realidad. Tampoco cuando su hijo, José Antonio Benítez, se puso a trabajar en el establecimiento, hace un cuarto de siglo. Pero en los últimos años, la sociedad y las comunicaciones han ido avanzando y parece que les están dejando atrás. Y no porque ellos quieran; no les importa la compañía, lo que desean es el servicio.

“El cable pasa a 800 metros y no nos dicen cuándo nos van a instalar la fibra”, lamentan en la zona afectada

No es el único vecino al que le pasa lo mismo: todas las casas hacia arriba, nada más pasar la curva, sufren de idéntico mal que parece irremediable. En el bar trabaja Silvia Vigil. Es madre de tres hijos, dos de ellos en el instituto y el tercero en la universidad. Hasta ese momento, todo había ido más o menos bien, con alguna molestia respecto al tema de conexiones. Pero la digitalización acelerada en una casa donde apenas hay una raya de cobertura y cuatro personas usuarias era prácticamente inviable.

Para hacer un examen durante el confinamiento, por ejemplo, Silvia Vigil tenía que pactar con los profesores un tiempo extra para que pudieran enviarlo. A veces se estropeaba el sistema. Entonces, tenía que subir encima de la autovía –arriesgándose a que le pusieran una multa porque estaba prohibido salir de casa y por ahí pasaba la Guardia Civil– para que no suspendieran a sus hijos. Sobre las clases online, ni las menciona: era imposible que los tres las pudieran ver a la vez. Y, encima, ahora está pendiente de un juicio y los problemas de conexión muchas veces hacen que tenga que renegociar los plazos y trámites.

“Hay veces que no tengo tiempo para ir al banco. Entonces, intento hacer la transferencia desde mi casa. Pero me piden un código de confirmación, que muchas veces no entra, o me tienen que enviar una y otra vez. No es ni la primera ni la segunda vez que se me bloquea una tarjeta”, cuenta indignada por “pagar un servicio que no tienen”.

Hay algunos vecinos, como Marco Aurelio García, que “harto de llamar a una compañía tras otra y que no le ofrecieran soluciones” decidió contratar internet por satélite. “Estoy encantado. Recomiendo a todo el mundo que se lo ponga”, dice. José Antonio Benítez, el dueño del establecimiento donde Marco Aurelio suele parar a tomar el café, dice que va a probar a ver qué tal funciona: “A mí me llaman proveedores, y me escriben. Veo que, a veces, entran los mensajes y respondes, pero no sabes si se van a mandar o no”. El problema no es no tener internet, sino que mientras el mundo depende de internet, ellos no pueden acceder a él.

Lo que les da rabia, sobre todo, es que el cable pasa a escasos ochocientos metros de la curva. “No les costaría nada ampliarlo”, recuerda el dueño del local. Silvia Vigil, mientras sigue atendiendo la barra y sirviendo bebida a los clientes, con una familiaridad aplastante con muchos de ellos, resume el sentir de muchos de sus vecinos:

–A mí me da igual quién, pero yo quiero tener wifi. Si pertenecemos a Siero, que sea Siero. Porque todos nos dan largas y las cosas llegan tarde, mal y nunca.