El asesino inconformista es, según su autor, Carlos Bardem, una novela que “encierra varias novelas”. Una trama sobre un asesino de políticos corruptos, una historia de amor y un recuerdo a la EGB. La presenta este jueves, 11 de noviembre, a las 19.30 horas, en la librería Bululú de A Coruña (calle Real, 9).

Ha cambiado la esclavitud por la corrupción, ¿le atraen las denuncias sociales para sus obras?

Procuro que todas mis novelas sean distintas. Nacen de intentar comprender algo. En este caso, quería reflexionar, en tono satírico, sobre la corrupción en nuestro país y sobre la impunidad. Hay una conciencia generalizada de que los corruptos en nuestro país se libran. La justicia siempre se alcanza poco, tarde y mal. Me he permitido fabular en torno a esto, creando la figura de este asesino inconformista que podría ser una explicación a tantas muertes “naturales” que están asociadas a las tramas de corrupción de nuestro país.

Es una novela, pero España está familiarizada con esa corrupción. ¿La realidad supera a la ficción?

La realidad supera a la ficción y muchas veces, habiendo muy buen periodismo en nuestro país, hay otro que no es tan bueno. Cuando la realidad te la cuentan ficcionada es obligación de la ficción contar la realidad. Yo cuento una posible realidad en tono satírico y con humor.

Si en sus obras busca comprender una situación, ¿qué ha entendido de esta?

Me he permitido reflexionar y ahí lo dejo yo para que los lectores saquen sus conclusiones y disfruten del viaje. Reflexionar sobre una sociedad que parece que tiene unos rasgos psicopáticos, una sociedad que puede crear figuras como este asesino inconformista y darle una funcionalidad a este tipo de monstruo. Esta novela la rematé en el confinamiento, así que está condicionada por aquel mantra que escuchábamos permanentemente de “saldremos mejores”, mientras veías comportamientos muy irresponsables en parte de la población. Comportamientos de políticos y de ciudadanos que tenían algo de sociopatía, de no empatizar con el sufrimiento y con la responsabilidad que conllevaba la pandemia. Me dije: “Qué mejor que un psicópata para describir una sociedad psicopática”.

O sea, no hemos salido mejores.

Yo creo que de estas cosas, que son grandes traumas históricos y sociales, la gente que es buena, sale mejor. Ha mostrado su calidad humana, su capacidad de empatizar, su generosidad, su valor, su compromiso... Pero el que ya venía torcido de fábrica no sale mejor, sale peor, sale más egoísta, menos empático, confunde la libertad con su capricho. Eso es lo que lo convierte en un sociópata, incapaz de empatizar y de corresponsabilizarse con el sufrimiento ajeno.

Su protagonista, Fortunato, asesina corruptos. Es el malo. ¿Puede el lector encariñarse con él?

Es un asesino muy especial. No es un sicario al uso, no lo puede contratar cualquiera para matar cualquiera. Tiene una especie de código samurai por el que solo acepta determinados encargos: eliminar políticos corruptos. Con esto él cree que aparte de cumplir cierta función de reciclaje de basura, ayuda a que el mundo sea un poco mejor. Creo que la buena novela negra proyecta una trama sobre un paisaje social y político de corrupción y de impunidad. Esta escapa un poco del maniqueísmo de la novela negra más al uso en nuestro país, en la que siempre hay un monstruo y te cuentan cómo las fuerzas del bien lo van a acabar capturando. En este caso, el protagonista es el monstruo y está dotado de unos rasgos que hacen que los lectores empaticen con él. Es un asesino muy especial porque dado que sus muertes tienen que parecer naturales, elude cualquier sangría o violencia excesiva. Tiene que dejarlos dormiditos, que parezcan muertes naturales. Aunque yo digo muchas veces que es la menos natural de las muertes. Es natural que te mueras si te disparan o te atropellan con un coche, pero morirte después de tomarte un gin tonic a dos días de declarar en la Audiencia Nacional no es muy natural. Me he permitido estirar un poco los límites de la moral y plantear esta historia de un antihéroe. Es un thriller muy especial porque el asesino es el protagonista, no quien lo tiene que capturar.

También hay un romance, ¿una demostración más de que el amor siempre está en medio?

Es reivindicar que lo único que nos salva de la fealdad del mundo, del horror, es el amor. Como buen psicópata de manual, Fortunato es muy inteligente. Tiene limitaciones a la hora de sentir, no siente remordimientos cuando asesina, pero no tiene toda la emocionalidad cancelada, tiene una enorme capacidad de amar. Claudita y él han hecho del amor del uno por el otro su última razón de ser.

El protagonista puede adivinar sus encargos viendo el telediario.

Esta novela, de alguna manera, está muy pegada a la actualidad política. Y la actualidad política de este país, por desgracia para la ciudadanía, está muy marcada por la corrupción desde hace décadas. Y sigue siendo así, no hay más que ver todas las causas abiertas por corrupción que siguen copando nuestra actualidad. La ciudadanía pensante de este país estamos cansados de este sentimiento de impunidad del corrupto. Puedo disculpar la corrupción, es inherente al ser humano. Donde haya un ejercicio de poder, existirá la corrupción. En todas las épocas y en todos los regímenes políticos. Lo que no es disculpable es la impunidad del corrupto, la sensación de que no pagan o pagan poco.

Pero esa corrupción se suele vincular más con algún partido político.

Eso son puros datos estadísticos. En este país, la corrupción está muy ligada a un partido político, y hay otros partidos que no tienen ningún caso de corrupción. Ahí hay un mantra perverso e interesado, que es el de que todos los políticos son iguales. No. Afortunadamente no todos los políticos son iguales.

En ese caso, ¿le preocupa el avance de la ultraderecha?

Sí. El avance de la ultraderecha nos debería preocupar a todos. Es el avance del odio. La ultraderecha nunca tiene propuestas positivas, es siempre una reivindicación del no. Es intentar negar derechos fundamentales a personas en función de su color, de su raza, de su sexo, de su elección vital... Y contra eso deberíamos revelarnos todos. El problema que hay es que se ha instalado desde hace años un mantra falso, que es que todas las opiniones son respetables y eso no es verdad, las opiniones que fomentan el odio no pueden ser respetables, hay que combatirlas.

¿Le sorprende que se llegue a ese odio en un mundo avanzado y globalizado como el de este 2021?

La historia es dialéctica, es avance y retroceso. Estamos es un momento de rebrote de este tipo de discursos que tienen mucho que ver con la crisis de un sistema global, neoliberal, que ha enriquecido a muy pocos a base de dejar en la cuneta a millones de personas que viven todo con frustración, que se sienten expulsadas del sistema y que prestan oídos a discursos irracionales basados en identificar como enemigos imaginarios a los que no son como ellos. El problema en este país es que la derecha ya no puede gobernar sin el apoyo de la extrema derecha. Eso hace que se esté blanqueando mucho el discurso de la extrema derecha. Los medios de comunicación tienen una responsabilidad directa de esto. Algún día deberán hacer un examen de conciencia sobre cómo han permitido crecer a este monstruo.