Faltaban unos minutos para la una de la madrugada del lunes y el fuego que había comenzado el domingo en Losacio llevaba ya casi siete horas de avance intimidante y voraz. Zamora asistía conmocionada a los hechos, desbordada emocionalmente por el segundo incendio inabarcable en menos de un mes y por la muerte del brigadista que acababa de perder su vida entre las llamas por salvar las del resto. En medio de esa angustia, el inicio de las evacuaciones dio paso al disgusto colectivo de quienes tuvieron que abandonar su hogar para protegerse. La Ciudad Deportiva ejerció como uno de los primeros hogares provisionales de las familias, y hasta allí se desplazaron los habitantes de Tábara, que prácticamente estrenaron unos desalojos que alcanzaron a más de 5.500 personas en las 24 horas siguientes.

La angustia de quienes dejan su casa atrás: “Parece una maldición”.

José Luis Alonso accedió al recinto de la Ciudad Deportiva de los primeros, con su perro amarrado a la correa. “Vimos el relámpago”, aseguró el vecino, aún estupefacto ante la carrera emprendida por las llamas hacia el pueblo. “Ahora está todo muy cargado y ya hemos visto cómo se quemaban algunos corrales”, apuntó este tabarés, antes de iniciar una noche eterna en la capital. Pasadas las horas, pocos lograron dormir.

Como él, decenas de vecinos del pueblo pasaron por los controles de la Policía Municipal para identificarse, sentarse y tomar conciencia de lo que estaba ocurriendo. La pesadilla que se desencadenó hace apenas un mes a unos kilómetros, en el corazón de la Sierra de la Culebra, se hizo presente esta vez en sus hogares, transformada en un humo que casi se podía masticar en las calles vacías de Tábara.

La angustia de quienes dejan su casa atrás: “Parece una maldición”.

Con el pabellón ya plagado de vecinos, y en plena espera por el montaje de las camas, Manuel Morais, otro de los desalojados, aprovechó el altavoz de la prensa para abrir un melón que tardará tiempo en cerrarse, y constató que “había muy pocos efectivos” preparados para frenar el avance de las llamas. La crítica se propagó por la estancia. Entre los vecinos, la sensación es que la intervención de la Junta llegó tarde y mal, un análisis que genera cierto estupor, habida cuenta de lo que había sucedido hace apenas un mes. Incluso, algún alcalde afín al Partido Popular llegó a clamar contra una actuación que tildó de “incomprensible”.

La rabia de los lugareños se mezcló con el enfado de quienes se vieron sorprendidos por las circunstancias de manera puntual. “Queríamos estar un par de semanas por Marquiz de Alba para trabajar el corcho, pero nos alojábamos ahí en Tábara”, contó José Carlos Barriga, que ejerció como portavoz de una cuadrilla de trabajadores llegados de Cáceres. “Nos quedaremos la noche a ver qué pasa, pero el fuego es imprevisible. Si se quema el corcho, se acabó“, lamentó.

Unos minutos más tarde, una mujer francesa apareció en la escena con una aparatosa mochila. Su plan era dormir en Tábara para continuar al día siguiente su camino hacia Santiago de Compostela, pero el incendio tenía otros deseos. También para los habitantes y las personas de paso de las otras localidades evacuadas en las horas siguientes.

La angustia de quienes dejan su casa atrás: “Parece una maldición”.

A unos 35 kilómetros de allí, en Carbajales de Alba, las gentes del pueblo recibieron a los vecinos de Sesnández. Pasaban unos minutos de las tres y media de la madrugada, y las familias se plantaron en el pabellón municipal conscientes de haber visto arder gran parte del entorno donde hacen la vida. El día a día tardará en ser igual.

La solidaridad

Al menos, en su destino de la noche más compleja, hallaron a un grupo de personas entregadas a la ayuda solidaria, que montaron la instalación, cargaron colchonetas sobre sus hombros y repartieron agua de forma altruista para tratar de hacer algo más llevadero el trance. Los carbajalinos pasaron la noche con un ojo en sus huéspedes y otro en el fuego que se veía en el horizonte. Nadie las tiene todas consigo cuando ve a tantos vecinos golpeados.

Con la madrugada atrás, y entre los primeros rayos de sol del lunes, la oscuridad se cernió más aún sobre algunos municipios. Etelvina Cifuentes lo percibió desde Litos: el fuego se aproximaba otra vez. Los vecinos de este pueblo ya fueron desalojados durante una noche en el incendio de la Sierra de la Culebra del mes pasado, y regresaron poco después con la sensación de haber esquivado una buena bala, al comprobar que el paso del fuego se había saldado sin daños graves. Este nuevo disparo volverá a poner a prueba su suerte.

Etelvina, y otros vecinos como Ángel Sandín pusieron rumbo a Ifeza por orden de la Guardia Civil y se instalaron en un espacio acondicionado para los habitantes de los 32 pueblos que se desalojaron a lo largo del día en el marco de la lucha contra el fuego. Los de la noche anterior también se mudaron al recinto y fueron testigos directos de escenas descorazonadoras. Las personas mayores aguantaron el tipo como pudieron; algunos entre temblores, dolores o problemas relacionados con el olvido de la medicación en casa. Dos sanitarias trataban de paliar esos problemas con la misma voluntad y energía con la que trabajaban los policías municipales, Cruz Roja, Protección Civil o los guardias civiles que poblaban el recinto. Políticos como Francisco José Requejo o Antidio Fagúndez también se pasaron para echar un cable.

El fuego aprieta

Los afectados agradecieron el trato. Más allá de alguna queja por la comida escasa, la temperatura era razonablemente buena y quienes tenían ánimo para participar en las tertulias amenizaron así el paso del tiempo. Eso sí, a algunos les costó dejar de pensar en el pueblo; particularmente, a los vecinos de Ferreras de Abajo, que también llevan dos achuchones graves por culpa del fuego y que estos días lloran a un paisano: el brigadista muerto en las labores de extinción.

En una de las mesas del recinto ferial, Josefa Morán, Benedicta Morán y Dina Roble pidieron ver algunas imágenes para valorar el estado de Ferreras sobre la marcha. Una vez comprobaron el minuto a minuto, se hicieron cruces por su mala suerte: “Esto parece una maldición”, apuntó una de ellas ante la aprobación del resto. El pueblo ha estado dos veces en el ojo del huracán, y cuesta asumirlo.

“Lo ves por la tele, pero no te lo crees cuando te pasa a ti”, señaló Dina, en una opinión que reprodujo casi con exactitud Sara Julián, una vecina de Vitoria que pasa los veranos en Abejera y que situó las llamas en el apeadero del pueblo a primera hora de la tarde. Sus críticas se centraron en la propia situación de la provincia de Zamora, que llora sus fuegos y sus muertos sin percibir la llegada de una contraprestación real por su dolor.

El día languideció para todos, entre la decepción de quienes creían que volverían pronto a casa y la incertidumbre de las informaciones que iban y venían sin que los ojos de los interesados pudieran contrastar las noticias. En otros puntos, como el IES Alfonso IX o la residencia Doña Urraca, las personas más dependientes resistieron también, a la espera de que las llamas se  apiaden pronto para despertar de este doloroso mal sueño.