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Canarias

Primer aniversario de la erupción en La Palma | 365 días de soledad

El Valle de Aridane cumple un año desde que el volcán pulverizara sus vidas y regara a sus vecinos y vecinas a lo largo de la Isla: ese destierro sí pesa como un siglo

Un vehículo cubierto por la ceniza del volcán Cumbre Vieja. EP

En la nueva realidad posvolcánica de La Palma, "el mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo". Así culmina un fragmento de 'Cien años de soledad', la novela cumbre de Gabriel García Márquez, pero describe la extrañeza y nostalgia que tiñen el ánimo de La Palma, que no cumple cien años sino 365 días desde que el volcán pulverizara la vida tranquila del Valle y regara a sus vecinos y vecinas en cuartos ajenos a lo largo del resto de la isla. La soledad de ese destierro sí pesa como un siglo.

La nueva morfología del paisaje cincelado por las coladas de lava, que sepultaron barrios enteros y perpetraron heridas mortales en tantos otros, desmanteló infinitas rutinas cotidianas que, en los últimos meses, tratan de reconstruirse en otros lugares de la isla. Pero en el caso del Valle, cuyos habitantes se miran en la tierra como en un espejo, aún queda tiempo por delante para recomponer esos cristales rotos. "Yo todavía estoy batida", confiesa Carmen Nieves Pérez, de 62 años, que vive en Las Martelas de Abajo. Cuenta que conserva su casa pero no su vida, que pasaba por ese cruce de caminos que anudaba La Laguna. "Si ya no podemos ir al Bar Central a desayunar y contarnos los cuentos, conmigo no cuenten para salir a la calle", manifiesta. "Yo sé que no volví la misma que cuando me fui", añade, en referencia a la evacuación del barrio de La Laguna y zonas aledañas, como la suya, en la segunda semana de octubre del pasado año. Un mes después, cuando pudo regresar a su casa, no quedaban ni el bar, ni la farmacia, ni el colegio, ni el resto de su mundo.

En cambio, Manuel Morera, anciano vecino de este barrio, traza siempre la misma rutina antes y después de que se rompiese la tierra en Cumbre Vieja. La postal es casi novelesca: cada mañana, con sombrero y con bastón, se sienta en un banco en la plaza de La Laguna o en la bienvenida al casco de Los Llanos, en la avenida Doctor Fleming, donde venden boniatos, calabazas y pimientos los agricultores los domingos. Clava la mirada en el suelo, de cuando en cuando alza las cejas para repasar su entorno. No media una sola palabra con nadie.

Todos los días, menos el del Señor, acude a comer al restaurante Casa Gloria, el último reducto vivo que resiste en la media arteria que sobrevivió a la lava en La Laguna. Almuerza un platillo de caldo papas, y se marcha como vino: en silencio. Un insilio, más que un exilio, el de Manuel.

"Ah, sí", responden todos al preguntar por este vecino. "Cuesta arrancarle hasta el buenos días, pero siempre está", sonríe Javier González, vecino de Los Llanos, saliendo del asadero de pollos que dice en un letrero blanquiazul "Pollito con papas". Se trata de otro de los pocos negocios en pie de La Laguna, pero situado en la salida hacia el centro, diríase que reconvertido en el nuevo bar en funciones desde que reventara el Central. En la acera contigua, el estudio de tatuajes que estremecía a las señoras mayores de la zona, luce la huella de una brutal perforación de la colada.

"¿Te creerás que no hay pollos buenos en Los Llanos? Ja. Yo me acerco pa aquí, veo cómo va la carretera esta y de paso me despejo la cabeza", relata. "No está nada bonito esto, pero hay que estar". Dice que a la tarde vuelve con su mujer, que hay misa a las 18.00, y así pueden encontrarse con la gente dispersa de Todoque. Y es que esta soledad de La Palma tiene el rostro de una tierra disgregada. "Es que es cierto que uno de los fenómenos de la erupción ha sido la dispersión de los vecinos y esto en nuestros barrios, como Todoque, Las Manchas, La Laguna o Puerto Naos, ha ocasionado una distancia entre ellos, porque aunque mantengan un contacto telefónico, el hecho de no compartir un espacio geográfico y estar diseminados por la geografía del Valle o de la isla, ha roto ese tejido de encuentro, de conversación y de alegría mutua", indica el padre Alberto Hernández, párroco de Los Llanos de Aridane. "De hecho, mucha gente de Todoque me dice que viene a misa no solo para celebrar su fe, sino para volver a ver sus vecinos". Por fin, los antiguos lugares de encuentro prevolcánicos echan raíces en nuevos horizontes. El mítico bar Las Tejas, arrasado en Todoque, reabrió sus puertas en Los Llanos el pasado mayo, al igual que el restaurante Franconia, en Puerto Naos, que vive una segunda vida en el centro de la Plaza de Los Llanos, por encima del Kiosco Aridane. "Lo que pasa también es que ahora los restaurantes de Los Llanos andamos bastante desbordados, porque todos se han mudado aquí", indica Magdalena Gómez, camarera del restaurante San Petronio, situado entre Los Llanos y El Paso. "Quienes lo saben, ya reservan con una o dos semanas de antelación".

"Los palmeros se quejan, sobre todo, de que no se les ha escuchado", advierte el párroco Alberto Hernández

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Al respecto de esta reconfiguración de la vida en el Valle, el párroco señala que "un año de por medio ha ayudado a sedimentar un poco las emociones que generó el volcán". "Pero ese mapa es tan diverso como lo son las personas: hay vecinos que desde un primer momento asumieron la situación y se pusieron a buscar soluciones; vecinos que se quedaron paralizados y siguen sin reaccionar; otros que han ido gestionando los recursos de que disponen y han comenzado, un año después, a ver algo de luz en el futuro; y otras que están muy heridas y aún son incapaces de verbalizar lo que ha ocurrido", relata.

Administraciones

Luego, Hernández señala otra cara de la soledad: el desamparo por parte de las administraciones. "Los palmeros se quejan, sobre todo, de que no se les ha escuchado, de que no han llegado las ayudas prometidas o los plazos no se están cumpliendo en todos los casos", explica. "Esto es lo que más escucho cada día, que la última opinión que se ha pedido, después de consultar a especialistas o científicos, es la de los afectados".

Hoy, 365 días de soledad después, la agenda del día está marcada por numerosos actos institucionales de balances y homenajes en el marco del aniversario del volcán. Por la tarde, la Plataforma de afectados por la erupción del Volcán Cumbre Vieja convoca una manifestación para hacer oír sus demandas. Dos caras de una misma soledad que acompañar, nombrar y señalar con el dedo.

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