Testimonio

"Los abusos sexuales cuando eres una niña te revientan"

Una joven de Ibiza relata su historia desde que una persona de su entorno comenzó a abusar de ella, cuando tenía 12 años, hasta los duros momentos, ya de adulta, en el juicio

"Denunciar es difícil para las víctimas".

"Denunciar es difícil para las víctimas". / Shutterstock

Marta Torres Molina

"Es la lucha de mi vida. Quiero que mi historia les sirva a otras víctimas de abusos". Es la declaración de intenciones de una joven, residente en Ibiza, que sufrió abusos sexuales por parte de alguien de su entorno familiar durante años. Es ya adulta. Supera los 30 años. Lleva a sus espaldas mucho trabajo personal para sanar la herida. Y quiere ayudar a quienes se encuentren en una situación similar. En estos momentos, puede ya cruzarse con su agresor por la calle sin desmoronarse. Podría, incluso, si fuera necesario, enfrentarse a él. 

Conseguir eso no ha sido fácil. Los obstáculos han sido muchos. Por el camino se ha encontrado con la reticencia de los suyos, que preferían que todo quedara bajo la alfombra, con abogados que la trataron como a un cajero automático y con la propia justicia, que le ha mostrado su cara más dura. A pesar de eso, no se arrepiente de haber dado el paso de denunciar lo que pasó. El recorrido, aunque crudo, le ha servido. Para liberarse, para sanar, para ganar confianza. Es más fuerte ahora. Por eso insiste en que la dureza de lo que sigue a la denuncia no debería desanimar a ninguna víctima a denunciar

Los abusos comenzaron cuando esta joven, que residía a caballo entre Ibiza y Madrid, tenía 12 años. Un hombre de su entorno familiar se coló en su habitación. Y abusó de ella. "Le quería, era alguien de extrema confianza. Era una figura de referencia en mi infancia", recuerda mientras sujeta las dos sentencias que se han dictado sobre su caso. "El proceso judicial ha durado casi más que los abusos", ironiza. La primera sentencia, del Tribunal Superior de Justicia de las Islas Baleares, de noviembre de 2019, declaró culpable a su agresor, al que condenó a pena de prisión de ocho años, seis meses y un día al considerar probado un delito continuado de abuso sexual "con prevalimiento de superioridad o parentesco". El tribunal detalla en los "hechos probados" que el hombre abusó de ella durante nueve años y realizó "de forma indiscriminada, reiterada y sin su consentimiento, tocamientos". El Tribunal Supremo, en cambio, absuelve a su agresor, que recurrió la primera sentencia, en una resolución de abril de este mismo año. 

"Es que de algo así no hay testigos", comenta la víctima, que tiene claro que su lucha, tras esa segunda sentencia contra la que no puede hacer ya nada más, pasa a ser social, no judicial. "Mi lucha personal terminó. No quedan fuerzas ni recursos después de nueve años de proceso jurídico, pero mi lucha social aumenta porque ahora me doy de bruces contra el sistema contra un nuevo monstruo disfrazado de justicia", escribía poco después de recibir la sentencia. "Denunciar es difícil para las víctimas", reconoce la joven. Es complicado, incluso, llegar al primer peldaño: ser consciente de que se están produciendo esos abusos. Ella misma, confiesa, tardó tiempo en darse cuenta, verbalizarlo. Era ya adulta. "Viví muchos años sin querer ser consciente de ello, como si aquello no hubiera ocurrido", relata. Dio el paso de acudir a la policía cuando todo había pasado, tenía unos 25 años, y se había marchado a vivir a Madrid. Los últimos abusos se habían producido cuando ella tenía 21 años. Denunció. Y comenzó terapia con una psicóloga del Centro de Atención Integral a Mujeres Víctimas de violencia Sexual de la Comunidad de Madrid (Cimascam). "Me salvaron la vida", afirma.

El cataclismo

Aún recuerda el momento en el que se produjo el cataclismo definitivo. Estaba paseando a su perro por un parque en Madrid cuando, en una llamada, alguien de su familia le hizo una pregunta: "¿Serías capaz de hablar de eso?". No acabó la conversación. Gritó y colgó el teléfono. Aquella misma pregunta, formulada de otra forma, por otra persona, en una playa en la isla, volvió a darle otro mordisco semanas después. "Eso" eran los abusos. Y al menos una persona de su entorno era consciente de que los había sufrido.

Regresó a Madrid, donde vivía, con todo eso dándole vueltas a la cabeza. Y una noche, a las dos de madrugada, salió todo. Dejó de odiar a quien, sabiéndolo, no la protegió, y comenzó a odiar a su agresor. Al hombre del sombrero de copa. Una figura oscura y amenazante "acechando detrás de un árbol" que surgió durante la visualización de las imágenes del test de Rorschach en una de las sesiones con su psicóloga, a la que, tras diagnosticarle diabetes, acudió porque le costaba controlar esta enfermedad, que usaba para autocastigarse, confiesa. La aparición de esa figura hizo que se cerrara en banda en la terapia. No quería abrir esa puerta. Hasta esa noche de años después. Esa madrugada en Madrid en la que se desbloquearon dos recuerdos de la tarde en la que bautizó a su agresor como "el hombre del sombrero de copa". El primero, un enfrentamiento con su propio agresor, al que empujó y recriminó lo que le estaba haciendo. El segundo, la huida a casa de su mejor amiga, a la que le contó lo que pudo y como pudo.

Esa madrugada abrió de forma definitivamente la puerta que había mantenido cerrada. Se lo contó a la que había sido su psicóloga. "La llamé, le pregunté si se acordaba del hombre del sombrero y le dije que era él, el hombre que abusó de mí". Y a su novio, policía nacional, que la animó a denunciar. Acudió a la comisaría. Y denunció a su agresor. Los tocamientos a los que la obligada. Los que le hacía él a ella. Y cómo, a veces, los grababa con una cámara de vídeo. "Y ahí comenzó mi periplo judicial y emocional", relata. No sabe qué hubiera sido de ella sin la ayuda de las profesionales del Cimascam en esa temporada tan dura. La atendieron muy rápido. Y estuvo en tratamiento psicológico. "Los abusos sexuales en la infancia te revientan por dentro. Cuando eres niña necesitas tus puntos de apoyo, tu hogar, tus referentes. Cuando abusan de ti rompen todo eso", relata la joven, que recuerda que los abusos se mantuvieron desde los 12 años hasta los 21 años, cuando explotó. Aunque desde los 18 estudiaba fuera, continuaban cuando volvía a la isla en vacaciones o fines de semana. Por muy "trabajado y sanado" que tiene todo lo que le ha pasado, es consciente de que es algo que la acompañará de por vida. "Me robaron todo. Absolutamente todo. Y me regalaron culpa, vergüenza y rabia contenida", escribe.

"No sólo pasa en las películas"

Uno de los motivos de contar su historia, aunque no ha acabado como esperaba, es hacer ver que los abusos sexuales a menores "no sólo pasan en las películas o en el seno de la iglesia". "La mayoría ocurren en el entorno familiar. Y son los que menos se denuncian. Si acusas a alguien ajeno tienes el apoyo familiar, pero si es alguien de la familia, a menudo no", indica la víctima, que recuerda cómo la decisión de denunciar acarreó dos años sin cruzar palabra con su familia, que no quería que lo hiciera. "No querían que siguiera adelante, que lo rompiera todo. Porque al denunciar lo pones todo patas arriba", recuerda. Antes de ese silencio hubo muchos "déjalo estar", "hace ya muchos años de eso", "pero si ya estás bien" o "déjalo, que ya no te va a hacer daño".

Semanas después de denunciar, la llamaron a declarar aquí en la isla. También a algunos de sus familiares. Había contratado un abogado, pero esa primera parte del proceso la afrontó sola. "Desapareció de la isla debiendo dinero a mucha gente. No había pagado ni al procurador a pesar de que me había dicho que sí y hasta tenía un recibo", explica la mujer, que acudió al forense sin haberse preparado nada: "Iba con la verdad, con lo que me había hecho ese hombre. Estaba muy confiada porque era la verdad. Pero entonces te das cuenta de que el mundo no funciona así". Lo del primer abogado no es lo único que no funcionó como debía. La víctima señala que al comunicarle las autoridades policiales a su agresor, sin ningún tipo de investigación previa, que estaba denunciado, éste tuvo tiempo de deshacerse de los vídeos que había grabado. El proceso, además, se demoró un año porque varios juzgados se estuvieron pasando el caso. Se sintió muy acogida y comprendida por la jueza a la que llegó su denuncia, "pero consideró que había pasado en un ámbito de malos tratos y debía pasarlo al juzgado de violencia de género". Esto, recuerda, chirrió a su entonces novio, que estaba convencido de que era un caso de abuso sexual a menores, algo que confirmaron primero las abogadas del Cimascam de Madrid y, un año después, el propio juzgado de violencia de género, que lo devolvió a instrucción.

Cruzarse con su abusador

En esa situación, rememora, vuelve a quedarse sin abogado, ya que el segundo que había contratado se marchó a vivir a Barcelona y se desentendió de ella. Entonces, una amiga le recomendó al profesional que la ha acompañado hasta el final en este caso. Coincidió con el momento en el que, tras diez años fuera de Ibiza, decide volver a vivir en la isla, donde tenía que volver a enfrentarse a su familia y a la posibilidad de cruzarse con su agresor. "Llevábamos cuatro o cinco años y el procedimiento no había avanzado nada", comenta la joven, a la que le volvieron a llover las propuestas de su familia para que se olvidara del caso. Por un momento se lo pensó seriamente. Llegar a un acuerdo, dejar esto atrás, olvidarse de todo. "Pero entonces la fiscalía vio indicios de delito y lo pasó a la Audiencia y seguimos", relata. 

El juicio, en noviembre de 2019, no fue una buena experiencia. "No fue duro, fue lo siguiente. Tremendo", afirma. "Si no es suficiente con vivir el puto horror, también te encuentras con enormes rocas en el camino", reflexiona. Así como se acercaba el día, la ansiedad aumentaba. No quiso mampara de separación: "Quería que me viera. Que viera que estaba rota, que viera lo que me había hecho". Tras las primeras preguntas de su abogada le dio un ataque de ansiedad por el que tuvo que abandonar la sala. Se sintió cómoda con los jueces de la audiencia, pero no así con la fiscalía. "Fue más dura que el abogado de mi agresor", afirma. "No entendía cómo me hacía algunas preguntas, cómo me hacía pasar por eso. Me preguntó cómo podía haber trabajado para él si abusaba de mí… ¿No ha leído ningún estudio sobre la psicología de las víctimas?", se pregunta la joven. Desde la Oficina de la Dona de Ibiza han explicado en incontables ocasiones lo difícil que resulta a las víctimas ser conscientes de que están sufriendo esos abusos, ya que quien los causa es una persona a la que quieren y que, supuestamente, les quiere. Una relación que cuesta romper incluso cuando han dado el paso de denunciar. 

Cuando llegó la sentencia que condenaba a su agresor, sintió alivio. Se sintió comprendida. Sintió que haber contado "mil veces" su historia había servido para algo. "Culpable. Una palabra con la que llevo soñando más de seis años", sintió. Pero tanto ella como su abogado esperaban que el agresor presentara un recurso. 

El mazazo llegó cuando dos años y medio después el Tribunal Supremo le absolvía. Se vino abajo. Le costó digerirlo. Asimilar cómo es posible que se absuelva a una persona que es culpable. "Aunque la injusticia la llevo viviendo desde hace ya más de 20 años, esta vez el puñal que siento retorcer en mi espalda es aún mayor al que me destruyó la vida", escribió esos días en un texto que continúa: "Los tres jueces que me dieron la oportunidad de expresarme, que me miraron a los ojos y que detectaron la verdad en mis palabras han visto rebatido su fallo condenatorio por otros cuatro señores. Cuatro señores que me imagino sentados en sus butacas, delante de cientos de pruebas y papeles, jugando al póker con ellos. Y gana escalera. La escalera que le dará la libertad para siempre a mi abusador". 

"La sentencia dice que no hay testigos, ¿cómo va a haber testigos de unos abusos?", reflexiona la joven, que no quiere que las mujeres y niñas que hayan pasado por lo mismo que ella tengan miedo de denunciar. "Para las víctimas es muy difícil dar ese paso. Sientes vergüenza, te sientes culpable a veces. Tienes que repetir todo lo que te ha pasado muchas veces, a muchas personas, y se te pone en duda", explica. Reconoce que el proceso ha sido duro, pero le ha servido para cerrar. Para sanar. Para dejar atrás. Para saber que si un día, en una calle de Ibiza, se cruza con el hombre que abusó de ella durante nueve años, no se va a venir abajo. "Hay que seguir luchando no sólo por visibilizar la lacra de los abusos sexuales a niñas y niños sino por cambiar el sistema. Que nos revictimiza. Que no nos protege. Y que nos vuelve a destrozar", clama. "Tenemos que denunciar", insiste.

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