Casa Real

La instrucción de Leonor en el "Elcano", al descubierto: un bergantín goleta y 140 días de travesía y mar forjan el carácter

Asi es la experiencia que está viviendo la Princesa: a bordo se aprende a navegar como en los inicios transoceánicos, a resolver problemas sin ayuda de tierra, a coger el ritmo del mar y su inmensidad, y a gestionar esfuerzos y asueto

Guardiamarinas del buque escuela de la Armada española "Juan Sebastián de Elcano" realizan el tradicional ascenso a uno de los palos antes de iniciar la travesía del 97.º crucero de instrucción, en la que participa la Princesa de Asturias, Leonor de Borbón.

Guardiamarinas del buque escuela de la Armada española "Juan Sebastián de Elcano" realizan el tradicional ascenso a uno de los palos antes de iniciar la travesía del 97.º crucero de instrucción, en la que participa la Princesa de Asturias, Leonor de Borbón. / EFE

Luis Antonio García

El 97.º crucero de instrucción será especial por llevar embarcada como guardiamarina a Su Alteza Real la Princesa de Asturias, pero no muy diferente de los cruceros que hasta la fecha ha realizado nuestro bergantín goleta "Juan Sebastián de Elcano", nuestro máximo embajador.

Salió de Cádiz el pasado día 11 de enero, tal y como estaba previsto, y navega hacia las islas Canarias. Se estima que, tras navegar seis días, haya llegado a Santa Cruz de Tenerife, con una escala de dos días para visitar luego Las Palmas de Gran Canaria el próximo martes 21.

Previsiblemente el 24 de enero comenzará el cruce del océano Atlántico y será ahí donde comience a forjarse el carácter del futuro guardiamarina. Está previsto que arriben a Brasil, a Salvador de Bahía, el primer puerto tras el cruce del Atlántico, el 14 de febrero, luego será el turno de otros puertos en su navegación más hacia el sur.

El cruce del Atlántico será la primera prueba de fuego para los nuevos guardiamarinas. Las satisfacciones que brindarán este cruce en particular y el crucero en general serán personales, íntimas e increíblemente significativas para toda persona que considere la mar como una compañera más que una forma de vida. De ahí la importancia que cada alumno guardiamarina pueda sentir durante el transcurso de la navegación.

El cruce del Atlántico hará que la Princesa Leonor se sienta más ella misma. Sin la presión de los focos mediáticos, de sentirse observada en todo momento, será una guardiamarina que disfrutará del medio, de la compañía, y del trabajo diario, entenderá lo que significa la vida del marino y la toma de decisiones en circunstancias a veces difíciles y complicadas. Mientras esté embarcada dejará de estar en el punto de mira de todos los opinadores que lo único que hacen es meter presión; seguro que ninguno de sus compañeros guardiamarinas quisieran estar en su piel.

El paso por la Armada en la formación de SAR la Princesa Leonor marcará un antes y un después y más, si cabe, después de los embarques. Los barcos no dejan de ser plataformas flotantes que, en la mayoría de los casos, realizan sus cometidos alejados de la costa. En muchas ocasiones la posibilidad de prestarles auxilio en una situación complicada o una emergencia resulta casi imposible y eso hace que la mente de un marino trabaje de forma diferente a la de un terrícola, que siempre estará dispuesta para buscar soluciones a problemas que no le pueden prestar desde tierra.

La vida en la mar cultiva virtudes como la integridad, la resistencia y la claridad mental, lo que explica, en cierta manera, por qué los marinos experimentados a menudo segregan un halo de autosuficiencia, de tranquilidad y de ingenio notables.

Volver a los inicios

La travesía será un regresar en el tiempo, volver a los inicios de la navegación transoceánica, maniobrar barcos lentos y pesados con velas que hoy en día no se conciben, tratar de comprender lo intrépido de aquellos hombres que surcaron por primera vez el océano, que no sabían con certeza dónde terminaba. Ellos juegan con ventaja, saben de antemano a dónde se dirigen y dónde están en cada momento de la navegación, sin embargo aprenderán a navegar de la forma clásica, tan solo con el sextante, las tablas náuticas, la aguja magnética, y el cronómetro, todo ello sin necesidad de recurrir a las nuevas tecnologías como el GPS.

Aún recuerdo mi primer embarque en un buque mercante como alumno en prácticas, en 1979. Tenía 21 años y esa sería mi primera vez en cruzar el Atlántico, saliendo del puerto de Avilés y arribando en el puerto de Nueva Orleans con siderúrgicos. Aún faltaría algún tiempo para que se impusiese el GPS.

Recuerdo los ocasos esperando a los crepúsculos para junto con el capitán, un viejo capitán vasco, hacer la observación de estrellas para luego realizar el cálculo de las rectas de altura y posterior triángulo de posición. Recuerdo las competiciones a la hora de hacer el cálculo para ver quién terminaba primero, él utilizando las tablas náuticas y yo la calculadora casio fx-110 scientific.

A pesar de la gran destreza del capitán para calcular los logaritmos y antilogaritmos, para sorpresa del capitán el alumno siempre terminaba antes; tanto es así que después de un viaje de 17 días, al llegar a Nueva Orleans, el capitán me dio dinero para que me comprase otra calculadora porque aquella se la quedó él.

Las nuevas tecnologías del siglo XXI hacen que otros barcos sean mucho más veloces, lo que les facilita ganar tiempo a la distancia, haciendo que las dos orillas del Atlántico cada vez estén más cerca. Aunque la mar no sea una distancia que debe ser recorrida ni un objetivo que debe ser vencido, es una presencia que solo se puede conocer desde la perspectiva de la lentitud. La mar es como el presente, mantiene unas constantes, las altera el paso de las nubes, un cambio en la dirección del viento, la invisibilidad de una corriente lejana.

Para conocer verdaderamente la mar hay que someterse a su ritmo, aprovecharse de la brisa, esperar en medio de una calma y temblar en medio de la tormenta. Nuestros ancestros marinos surcaron esta mar desde la lentitud, en ellos no cabía otra fórmula o planteamiento.

Hoy día somos otros los que surcamos esa mar, la misma mar en naves como aquellas, pero con la diferencia de que conocemos nuestro punto de arribada y eso nos da ventaja sobre los que nos precedieron, aun cuando, al igual que ellos, ignoramos si mañana algo retrasará nuestro viaje.

En la soledad de la cámara del bergantín goleta el comandante, por recomendación del oficial de derrota a quien ayudan los guardiamarinas, traza y sigue la derrota prevista, fijando día a día su situación sobre la carta náutica. Esa carta ya no tiene nada que ver con la cartografía de la época: a medida que pasan los días suma, y al sumar, resta las millas para un destino conocido, a diferencia de Colón que tan solo sumaba, ya que ignoraba su destino.

Por más que trato de ponerme en situación me resulta imposible, después de unos cuantos años navegando, más de 130.000 millas recorridas y 21 cruces del Atlántico, la preocupación siempre estuvo en las condiciones meteorológicas pues el destino siempre era conocido. Sí puedo asegurar que cada navegación era diferente, aunque en ocasiones los puertos de salida y de destino fuesen los mismos.

Todas las fuerzas son el barco

La derrota les exige la observación continua del cielo y habilidad en el manejo de las velas. Requiere también buena armonía entre la jarcia y el velamen, venas y pulmones del barco, que habrán de mostrarse firmes a los embates del tiempo. Cada pieza tiene su importancia en función de las demás, ninguna está sola, ninguna trabaja de forma individual, de la misma forma los guardiamarinas aprenderán a interactuar entre ellos, siendo todos uno. En resumen, todas las fuerzas son el barco en su conjunto.

A medida que pasen los días, el horizonte se volverá en algunos momentos un desconsuelo, frente a ellos tan solo la mar, la mar a su ritmo y con sus propias constantes, totalmente ajena a la desesperación, a los ruegos y a los pensamientos de la tripulación.

La inmensidad océana ayudará a que desaparezcan los pensamientos de rumiación, preocupaciones y obsesiones; de alguna forma llega a producirse una desconexión con lo que entendemos como realidad cotidiana, lo que resultará beneficioso para cada una de las mentes de los guardiamarinas.

Todos estos aspectos, la soledad del comandante en la toma de decisiones, a pesar de que viaja muy acompañado; la dureza de las maniobras, los esfuerzos extras que habrán de realizar durante las navegaciones, las horas de estudio, así como las pocas horas de asueto, son los que forjarán el carácter de cada uno de los guardiamarinas y por tanto el de la futura Capitán General de los ejércitos.

Cualquiera puede manejar la caña del timón con mar bella –esta reflexión se puede trasladar a cualquier situación en tierra– sin embargo, en la mar serán la disposición de las velas y el manejo de la jarcia –y no es precisamente la dirección del viento– la que determina a dónde queremos ir. Eso solo se aprende navegando y esa realidad es precisamente la que imprime carácter.

Al final del crucero la superación de dificultades le habrá generado y fortalecido la autoestima. La navegación en "Elcano" le habrá impuesto constantes y crecientes dificultades de nunca acabar, desde el esfuerzo persistente que significa superar el cansancio y quizás también el mareo, hasta la satisfacción de ser parte del motor de las maniobras y la gobernanza de la nave, sabiendo dónde se encuentra esta porque habrá contribuido a determinar su posición.

Por otro lado, los vínculos que se crean cuando en común se persigue un objetivo o se doblegan las dificultades, algo normal en todos los cruceros, superan normalmente las ambiciones personales.

La necesidad de apoyarse en otros fortalece una confianza que da vida a una camaradería real y desinteresada, llegando en ocasiones a logros más allá de lo esperado.

Todo esto hará que la Princesa Leonor haya crecido un poco más en su formación y en la forma de ver las cosas desde una perspectiva más personal y humana.

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