Naturaleza

Fotografiar al fantasma del Himalaya: El sueño cumplido del español Óliver Martínez

No es fácil fotografiar a un leopardo de las nieves. Vive en el Himalaya, entre los 2.000 y los 6.000 metros de altitud. Y llegados allí, lo difícil es toparse con uno de estos escurridizos felinos. Por algo son conocidos como los fantasmas del Himalaya. El ibicenco Óliver Martínez lo acaba de conseguir. Era su sueño.

El leopardo de las nieves, al fondo del barranco, mira al fotógrafo.

El leopardo de las nieves, al fondo del barranco, mira al fotógrafo. / Oliver Martínez

José Miguel L. Romero

Ibiza

Walter Mitty (Ben Stiller) se arrima al fotógrafo Sean O’Connell (Sean Penn). Están en el Himalaya y Sean acaba de contemplar a través de su teleobjetivo al fantasma del Himalaya, un leopardo de las nieves (Panthera uncia), felino muy difícil de ver que vive entre los 2.000 y los 4.000 metros de altura, aunque también ha sido localizado a 6.000. Bastaría que presionara el disparador para inmortalizar al escurridizo animal, un trofeo de ‘caza’ mayor para un fotógrafo. Pero prefiere mirarlo. Walter le pregunta por qué: "A veces no lo hago. Si me gusta un momento, no me gusta distraerme con la cámara. Sólo me gusta formar parte de él".

6

Oliver Martínez durante la ruta hasta Kibber. / O.M.

—¿Formar parte de él?

—Sí, justo allí. Justo aquí... Ya se fue.

"Yo, nunca", responde el fotógrafo y ornitólogo ibicenco Oliver Martínez cuando se le pregunta si él, como O’Connell en la película ‘La vida secreta de Walter Mitty’, tampoco dispararía. Hace unas semanas regresó del Himalaya tras captar aproximadamente dos centenares de veces a ese bello y esquivo animal, pero no con la Nikon F3/T que lleva Sean O’Connell en la película, una reliquia, sino con una Fujifilm X-H2S con un objetivo Fujinon de 500 milímetros 5.6 "muy ligero". Martínez llevaba tiempo deseando fotografiarlo, sobre todo tras ver el documental de Marie Amiguet y Vincent Munier ‘La panthère des neiges’, premio César del cine francés al mejor documental en 2021.

1. Un íbex del Himalaya. 2. Oliver Martínez durante la ruta hasta Kibber. 3. Una Liebre del Himalaya. 4. Una alondra cornuda. 5. El leopardo de las nieves se aproxima al carnero azul que había cazado. 6. Un zorro camina por la nieve. 7. Colirrojo de Guldenstädt.  FOTOS de Oliver Martínez

El leopardo de las nieves se aproxima al carnero azul que había cazado. / O.M.

Fotografiar un leopardo de las nieves era "el objetivo y el motivo del viaje" al que un amigo le lió: "Es un colega de Madrid que organiza viajes fotográficos de naturaleza en grupos pequeños. Antes de ofrecer destinos que cree que pueden ser atractivos, necesita conejillos de Indias". Y Oliver fue uno de los seis conejillos de Indias. Los seis conejillos se conocían.

A ritmo local

Su amigo sabía que le "flipan" los destinos de nieve, "un poco extremos, de aspecto monocromático". No dudó "ni un segundo" cuando se lo planteó hace un año, a principios de 2024. Primero aterrizaron en Delhi: "Por suerte, estuvimos poco allí. Nunca había ido a la India y no tenía tampoco demasiados motivos ni ganas para estar allí. Y después de haber estado, mucho menos, la verdad es que no me pareció nada atractivo". Emprendieron viaje en seguida hacia el norte, hacia Kibber, en pleno Himalaya, poblado donde establecerían durante cinco días el campamento base. Primero volaron hasta Chandigarh (a 300 kilómetros de Delhi), y desde allí se adentraron en el Himachal Prades en un vehículo hasta llegar a Kaza, en el Valle de Spiti. Tardaron 16 horas en llegar, "cuando lo normal son ocho". "Pillamos -relata- la Filomena india, un temporal que provocó que las cuatro últimas horas de ese trayecto las dedicáramos a recorrer sólo 16 kilómetros. La nieve cubría la carretera, las cadenas que llevaban los conductores eran… Bueno, las pusieron al final por poner. Allí todo era a ritmo local. Llega un momento en que empiezas a plantearte que, de lo que tengas planificado, olvídate y déjate llevar un poco por los elementos y por la idiosincrasia local".

3

Un zorro del Himalaya. / O.M.

A partir de aquí "empezó todo a ponerse un poco cuesta arriba". La carretera, «por decir algo», se colapsaba por derrumbes de los taludes y, a medida que ascendían, la cubría más hielo. Kaza está a 3.650 metros de altura, en pleno Himalaya: "El objetivo era estar allí un solo día, pero nos quedamos incomunicados tres porque la carretera de acceso quedó sepultada bajo casi un metro de nieve. Aprovechamos para hacer fotos, porque, la verdad, el entorno era espectacular". Tenían Kibber a sólo 20 kilómetros, pero en esas circunstancias era tan complicado llegar allí como a Marte: "Estábamos en un hotel familiar donde tiraban de generador, que para ahorrar lo apagaban durante unas horas. A medida que iban pasando los días, el combustible se iba acabando, y la comida, también".

2

Colirrojo de Guldenstädt. / O.M.

A 4.300 metros de altura

Salieron a los tres días hacia Kibber, pensando que la quitanieves habría limpiado la pista, pero se quedó a cinco kilómetros del poblado, situado a 4.270 metros de altura: "Tuvimos que pernoctar otra noche más en una casa de una familia de una aldea anterior a Kibber". Los días que inicialmente iban a estar en Kibber se reducían así de los cinco iniciales, a apenas dos. "Al día siguiente de llegar a Kibber – explica- se levantó una ventisca». Otro día menos. Y fue el último, cuando ya daban todo por perdido, cuando al fin lograron su objetivo: "Estábamos en el puente de Chicham [a unos dos kilómetros en línea recta desde Kibber], que es de los que están a mayor altitud en el mundo, cuando nos avisaron de que los rastreadores, gente local que tiene localizados a los tres o cuatro ejemplares de leopardo de las nieves de la zona, vieron uno. Localizar uno es como buscar un fantasma en un pajar. Subimos a los coches y fuimos hacia allí. Dejamos los autos en una aldea y caminamos dos horas hasta subir a 4.300 metros de altura, con medio metro de nieve en el camino".

"Se echaba un rato en la cueva, bajaba, le pegaba cuatro bocados al carnero, se revolcaba en la nieve, nos miraba un rato... porque el tío nos vio"

A esa altura hay un 60% menos de oxígeno que a nivel del mar. Para quien no está acostumbrado, para quien no es tibetano, el mal de altura comienza a sentirse tras sobrepasar los 2.000 metros. Y Martínez ya estaba a 4.300: «La ventaja de habernos quedado los tres días clavados en Kaza a 3.800 metros fue que, al no permanecer estáticos y caminar con 70-80 centímetros de nieve, logramos aclimatarnos. El día que dimos con el leopardo, iba como un tiro mientras subía aquella pendiente. Tenía la hemoglobina que me salía por las orejas, estaba muy bien adaptado. Pensé en apuntarme a una maratón en cuanto llegara a Ibiza para competir con los kenianos. Quizás la adrenalina, saber que estaba a punto de cumplir un sueño, comprobar que el leopardo de las nieves es un ser real, también ayudó».

A 500 metros

Era real. Tenía al leopardo a 500 metros, en el fondo de un barranco: "Compensamos la distancia a la que estaba con que sucedió algo realmente inusual. Ese ejemplar había cazado un carnero azul (Pseudois nayaur), un ungulado bastante abundante en el Himalaya y una de las principales presas del leopardo de las nieves. Tuvimos suerte. Podía haberlo cazado y metido detrás de una roca y que no lo hubiéramos podido ver. Pero el leopardo estaba en una cueva y el cadáver del carnero estaba justo debajo, sobre la nieve, bien conservado". Y el felino estaba tranquilo: «Aquello no es como la sabana africana, donde si un guepardo caza un antílope tiene que estar un poco al loro de que no vengan las hienas. El leopardo de las nieves no tiene ningún tipo de competencia a esas alturas. Se echaba un rato en la cueva, bajaba, le pegaba cuatro bocados al carnero, se revolcaba en la nieve, nos miraba un rato... porque el tío nos vio. Estaba totalmente relajado. Cuando se cansaba de picotear, de revolcarse y de dar la vuelta alrededor del carnero, volvía a la cueva, se tumbaba". Lo tuvo al alcance de su cámara durante casi cuatro horas: "El animal estaba estático, no estaba de paso, al tener el cadáver allí. Lo vimos a placer".

Tuvo también momentos en los que hizo lo mismo que Sean O’Conell y prefirió mirar al felino con sus prismáticos: "Vale la pena verlo directamente, a través de tus ojos"

Apretó el disparador de su Fujifilm X-H2S cientos de veces: «En tantas horas y con un bicho así delante, se te va el dedo». Usó un objetivo Fujinon de 500 milímetros "muy ligero" y que, pese al frío, respondió muy bien: calcula que, en ocasiones, el termómetro rondó los 30 grados bajo cero. Tuvo también momentos en los que hizo lo mismo que Sean O’Conell y prefirió mirar al felino con sus prismáticos: "Vale la pena verlo directamente, a través de tus ojos".

No sólo fotografió al leopardo: también al íbex del Himalaya (Capra sibirica hemalayanus), "muy parecido al que hay, por ejemplo, en los Alpes", al colirrojo de Güldenstädt, a la alondra cornuda, a zorros, liebres… "Bichos que, obviamente, no sueles ver en tu vida".

El viaje fue "excitante", resume Martínez: "El lugar es espectacular, la gente del valle es increíble, la fauna que ves allí es totalmente única. Y además fue un viaje que me sirvió mucho para trabajar la resistencia física y mental. Tengo que volver". Lo hará a finales de febrero de 2026.

Suscríbete para seguir leyendo

Tracking Pixel Contents