A Divinis
El relevo en el trono de San Pedro: el cónclave que comenzó en el Gemelli
La sospecha de que ya hubo acuerdos para la cita cardenalicia durante la estancia de Francisco en el hospital remite a otras elecciones papales con candidato preparado

Los cardenales Matteo Zuppi (derecha) y Claudio Gugerotti hablan minutos antes de la quinta misa de las novendiales por la memoria de Francisco, ayer, en la basílica de San Pedro. | EFE
Javier Morán
En el verano de 1903 el Papa León XIII había cumplido 93 años y veinticinco de pontificado (tercero más largo de la historia, después de Pedro y Juan Pablo II), de modo que en el interior de los muros del Vaticano se escuchaba un clamor propio de los ya aburridos y desesperados curiales: "Pero por Dios, ¡es que habíamos elegido un Santo Padre, no un Padre Eterno!".
Fue entonces cuando observadores del deterioro del Pontífice Pecci comenzaron a tomar posiciones. Viniendo al difunto Papa Bergoglio, los sectores conservadores y contrarios a un papa estilo Francisco manifestaron a través del cardenal chino Joseph Zen Ze-kiun S. D. B. (Salesiano de Don Bosco) que se oía demasiado frufrú de sotanas rojas ya en el mismo día del óbito de Pontífice, el pasado lunes 21 de abril. En particular, Zen se preguntó por qué ese mismo día ya se celebró en el Vaticano la primera Congregación General de cardenales, que continúan a diario hasta el comienzo de la cita en la Capilla Sixtina.
La extrañeza de Zen, que tuvo muy serios enfrentamientos con Francisco por los acuerdos de la Santa Sede con China, vendría a insinuar que el frenesí que él captaba reflejaría algunos mecanismos puestos en marcha en fechas anteriores.
Esto resulta muy difícil de demostrar, pues, por una parte, era necesario fijar lo antes posible la fecha de las exequias pontificias, y, por otra, la hipotética conspiración para preparar un Cónclave preparado hubiera dejado alguna huella o indicio.
Ahora bien, con casi cuarenta días de hospitalización y una grave crisis en los bronquios es imposible pensar que ni sus partidarios ni sus contrincantes dejarán de murmurar acerca del próximo papa. La clave sería que el Cónclave comenzó entonces en el Policlínico Gemelli, donde Francisco estuvo ingresado. También se puede contraponer lo dicho a la santidad, bondad e ingenuidad de todos habitante del Vaticano y allegados.
El caso es que lo sucedido con el Papa León XIII hace 122 años puede sonar a rancio, pero contiene elementos singularísimos e interesantes acerca de lo que es preparar un Cónclave y ganarlo o no ganarlo.
A comienzos de julio de ese 1903, el cardenal Rampolla, secretario de Estado (segundo en el escalafón de la Santa Sede) envió un clavegrama a quien sería el primer cardenal estadounidense en participar como padre conclavista, James Gibbon, arzobispo de Baltimore. Rampolla le avisaba directamente de que el momento había llegado, sabiéndose a sí mismo como candidato preferido y contando con Gibbon como contribuyente al triunfo.
El cardenal americano llegó a Europa a mediados de julio y León XIII murió el día 20. Sin aquel aviso previo era imposible que un cardenal alejado de Europa llegase a tiempo. El propio Gibbons tuvo esa experiencia años después.
Así que en la tarde del 31 de julio se inició el cónclave de 1903 y Rampolla ganó en los dos primeros escrutinios. Gibbons, que se sentaba a la derecha del agraciado, le felicitó calurosamente. Parecía misión cumplida, pero antes de la tercera votación el cardenal Jan Puzyna, de Cracovia, se puso en pie y comunicó al Cónclave que el Emperador Francisco José de Austria-Hungría acaba de vetar al triunfador provisional. Dentro y fuera del Cónclave la agitación fue enorme y a la idea del veto imperial se sumaron sectores italianos que consideraban a Rampolla un peligroso masón. Aquel fue el último veto externo de la historia, pues los estados europeos dejaron de tener en adelante el derecho a rechazar candidatos.
En los apuntes que dejó sobre la cita electoral, Gibbons da muestras de pragmatismo y rapidez después de que el vetado quedara en cero papeletas de votación. Casi había abrazado a Rampolla, pero giró 180 grados e inmediatamente envió al cardenal Satolli, que había sido delegado apostólico en Whasington, a la habitación del cardenal Sarto, patriarca de Venecia, para decirle que "por el amor de Dios" aceptase la elección. Para entonces, Sarto ya había manifestado a unos y otros (eran 62 cardenales) que prescindieran de su nombre.
Gibbons esperó la respuesta en su cuarto, pero no llegó. Al volver a la Capilla Sixtina, Satolli apenas le roza y susurra: "Accepit" ("aceptó"). El cardenal americano hizo que el susurro corriera inmediatamente y en la séptima votación Sarto fue elegido con 35 votos y adoptó el nombre de Pío X (los liberales eclesiásticos de toda la vida siempre dijeron que "no hay Pío bueno").
No sin antes asegurarse de colectas vaticanas de Sarto para la llamada entonces Universidad Católica de América, Gibbons volvió a su país orgulloso de su rol conclavista.
En verdad sus movimientos fueron los propios de una "kingmaker", hacedor de reyes, que se movió con la necesaria rapidez y con reflejos, y sin fiarse de que la primera palabra de un cardenal hubiera sido un no. Los apuntes de Gibbons no dan para muchas más indagaciones, pero al cabo de una década el cardenal de Baltimore iba a experimentar su completa inutilidad en un Cónclave. El Papa Sarto, conservador, falleció el 3 de agosto de 1914, pero en esa ocasio´n nadie había avisado previamente a Gibbons. Llegó a Roma echando los bofes, pero sólo pudo ver al pueblo de Roma festejando por las calles la elección de Giacomo della Chiesa, que adoptó el nombre de Benedicto XV.
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