MUJERES FUERA DE SERIE
La doctora que venció al silencio
Cristina Regojo es la presidenta de la Asociación Española contra la Meningitis. La doctora sufrió esta enfermedad a los cuatro años y le dejó una sordera bilateral profunda. A pesar de las dificultades, es médica especialista en Análisis Clínicos y se ha convertido en una referente en la lucha contra esta grave dolencia

La médica Cristina Regojo / Loren fotografía
Amaia Mauleón
La mayor parte de las personas tenemos recuerdos de la infancia a partir de los seis años. Sin embargo, si se trata de acontecimientos traumáticos esa memoria puede ser anterior. Cristina Regojo (Vigo, 1977) recuerda nítidamente cuando a los cuatro años sufrió meningitis y cómo descubrió que la enfermedad le había provocado una sordera casi completa. También recuerda perfectamente que desde aquel momento decidió que, de mayor, quería ser pediatra para ayudar a niños que pasaran por lo mismo que ella. Y ese objetivo es el que ha guiado la historia de esta intrépida viguesa, médica especialista en Análisis Clínicos, que preside la Asociación Española contra la Meningitis, desde la que está cumpliendo con creces aquel objetivo que ella misma se impuso.
“Como cada verano, estábamos en casa de los abuelos maternos en Toralla. Una mañana de agosto, amanecí con mucha fiebre y vómitos. El médico me visitó y dijo que seguramente sería gastroenteritis. Pero por la mañana, mi cuidadora, Rosita, que tenía un hijo que había sufrido meningitis, vio las características manchitas en mi piel y no lo dudó: pegó un grito y avisó a mi madre para que me llevaran corriendo al hospital”, recuerda agradecida Cristina. “Gracias a ella sobreviví”.
Cristina tiene más borrosos los días que pasó en la UCI, pero rememora la sala del hospital en la que estaban juntos una docena de niños con meningitis. “En aquellos años se produjo en Galicia el brote epidémico más grande de toda Europa Occidental, que afectó a miles de niños”, explica la doctora. Los niños no podían estar acompañados de sus padres, solo en las horas de visita, y los llantos de los niños enfermos y solos retumbaban en la sala. Tampoco el diagnóstico de las secuelas era rápido en aquellos años. De hecho, Cristina fue dada de alta sin que nadie advirtiera que había perdido el oído a pesar de que ella avisó, a su manera, de que algo no iba bien. ”Me llevaron en silla de ruedas a la sala de juegos del hospital y en la televisión ponían ‘Los Pitufos’, que me encantaban, pero no podía escuchar nada. Me puse a gritar: ¡No oigo, no oigo! Pero las enfermeras lo achacaron a un estrés postraumático y no le dieron importancia”.
Hasta meses después no llegaría el diagnóstico: hipoacusia neurosensorial bilateral profunda.
La vida de Cristina desde que se hizo aquel silencio fue una yincana de desafíos en los que ha contado siempre en su equipo con su familia, pero el esfuerzo más importante recaía forzosamente en ella. Sin embargo, hoy Cristina, aunque no niega las muchas dificultades que tuvo, recuerda su infancia con cariño. “Éramos once hermanos -yo la séptima- y tengo que agradecer a mis padres que se empeñaran en que yo siguiera yendo al mismo colegio que ellos, que no se conformaran con las pesimistas expectativas ni me sobreprotegieran, que me dieran confianza en mí misma y que, al crecer, me apoyaran en todo lo que me propuse”.
Tras meses en los que ni siquiera podía caminar, ya que había perdido el sentido del equilibrio, le pusieron su primer audífono con el que recibía un pequeño resto de sonidos graves en un oído, y la niña comenzó a trabajar con un logopeda a diario para recuperar el lenguaje oral y a recibir clases de apoyo para ponerse al ritmo del resto de la clase. “Ir al colegio no era fácil, pero no perdí la autoestima gracias a la valentía y tenacidad de mi madre y a tener una familia grande, muy alegre y hogareña, que me hacían sentir como una más”, cuenta.
Cristina desarrolló una enorme capacidad de trabajo y de esfuerzo que, asegura, también heredó de su emprendedora familia, que levantó en Redondela en los años 60 una de las empresas textiles más importantes de Galicia. Y de sus abuelos tanto maternos como paternos, asegura, aprendió el valor de ayudar a los demás, “de que todos podemos poner nuestro granito de arena para mejorar las cosas”.
La perseverancia se convirtió en su principal herramienta. “Me acostumbré al trabajo continuo como algo normal”, destaca. Y sin renunciar a sus sueños. “Cuando insistí en estudiar Medicina, mi familia, en su preocupación, trató de convencerme de que la relación con los pacientes iba a ser complicada para mí, que quizás Farmacia podría encajar mejor, pero yo me empeñé y hasta mandé una carta al rector de la Universidad de Navarra para que me admitieran”. Consiguió ingresar, pero el camino no iba a ser nada fácil.
“Salí de mi ambiente para mudarme a Pamplona, a clases de 200 alumnos en las que me era casi imposible tomar los apuntes. De entonces, en la universidad no había concienciación de la discapacidad ni adaptaciones como ahora. Lo pasé fatal y el primer semestre suspendí casi todas, pero ni una sola vez se me pasó por la mente abandonar”, relata. Y entonces un compañero de clase, Benigno (Beni), que también era de Vigo -aunque no se conocían- se cruzó en su camino y se convirtió “en mis oídos durante toda la carrera”.
Cristina, creyente, asegura que “Dios le puso allí”. El caso es que Beni comenzó a ayudar a Cristina, a pasarle los apuntes, a estar pendiente de ella… Y muy pronto surgió el amor.

Cristina Regojo el día de su boda / FDV
En verano de aquel primer año decidieron casarse y nadie de la familia consiguió convencerles para que esperasen. Estaban decididos a seguir adelante. Y en segundo curso nació su primer hijo. “Para cualquier estudiante de Medicina, además estudiando fuera de casa, sería una locura ser padres, pero encima para nosotros, con mis dificultades, lo era más aún, pero aún así aquello fue lo mejor que nos pasó en la vida y decidimos que seríamos nosotros los que criaríamos al niño y, poco a poco, sacaríamos ambos la carrera”, resume Regojo.
La pareja demostró que lo suyo no había sido un capricho. Trabajaron mano a mano para cuidar entre ambos al bebé y, cada uno a su ritmo, lograron terminar la carrera. Y con nota. Finalmente, Cristina renunció a especializarse en Pediatría porque se dio cuenta de que realmente sus limitaciones le impedían realizar algunas cosas. “Incluso con el mejor fonendo no podía escuchar bien y decidí elegir una especialidad más enfocada al diagnóstico, como es la de Análisis Clínicos. Al final, aunque fuera por otro camino, cumplía mi sueño de participar en el diagnóstico de las personas con meningitis”, afirma.

Cristina Regojo en su graduación con su marido e hijo / FDV
Tras trabajar un tiempo en el Hospital público de Pamplona, la familia volvió a Galicia, Cristina logró el traslado a Pontevedra y finalmente consiguió su plaza en Vigo, donde alterna su labor en los laboratorios del Hospital Álvaro Cunqueiro y del Meixoeiro.
Hace ya cuatro años celebraron sus bodas de plata. Tras el hijo mayor -que se llama Beni como su padre y hoy es psiquiatra- años después nacería Blanca, que ahora tiene 15 años.
A los 30 años, la vida de Cristina daría un nuevo giro cuando le pusieron su primer implante coclear. “Por primera vez escuchaba sonidos que nunca pensé que podría oír… Seguía y sigo necesitando leer los labios de la gente, pero el implante me dio una seguridad mucho mayor y decidí que había llegado el momento de hacer algo más”, explica.
Ese nuevo paso fue la creación de la Asociación Española contra la Meningitis. “Cuando se disolvió por falta de fondos la Fundación Irene Mejías, en la que yo participaba, decidimos que esa labor tenía que continuar y creamos hace diez años la asociación para seguir luchando contra esta enfermedad”, afirma.
“Ahora me doy cuenta de que todo lo que me pasó tuvo un sentido y que, aunque las personas tengamos limitaciones, si te propones algo con fuerza las cosas van saliendo adelante”
Cristina y otros cinco supervivientes fueron los fundadores y la viguesa ha logrado crear una sólida estructura en la que colaboran de forma altruista numerosos investigadores y especialistas y que ha logrado convertirse en referencia en la lucha contra la meningitis en los países de habla hispana. “Ahora me doy cuenta de que todo lo que me pasó tuvo un sentido y que, aunque las personas tengamos limitaciones, si te propones algo con fuerza las cosas van saliendo adelante”, considera.
La asociación realiza una magnífica labor en la prevención de la meningitis, sobre todo fomentando la vacunación y la investigación, y ofrece apoyo profesional a los afectados. “Acabamos de lanzar una plataforma con inteligencia artificial a la que cualquier persona del mundo puede acceder para informarse de todo lo relacionado con la enfermedad: @stopmeningitis. Aún en la actualidad la mortalidad sigue siendo de entre un 10 y un 15% y un tercio de los que sobreviven lo hacen con secuelas muy graves”, advierte la doctora.
Las actividades de la vida diaria de Cristina le siguen exigiendo un esfuerzo extra. “Al no hablar lenguaje de signos, mi discapacidad es invisible y a menudo tengo que recordar a la gente que soy sorda, que me hablen despacio, que necesito leer los labios. Esto me exige estar al 200% y conlleva un gran desgaste”, admite.

Cristina Regojo con su familia / FDV
Tampoco puede disfrutar todo lo que quisiera de actividades de ocio como el cine: “Con lo fácil que sería si hubiera más conciencia en subtitular”, opina. Pero ella no pierde su bonita sonrisa. Más aún cuando habla de su familia. “Lo que más me gusta hacer en mi tiempo libre es pasar tiempo con ellos, viajar, esquiar o dar un simple paseo”, concluye.
Las pioneras: Mary Verghese, la cirujana parapléjica que transformó la rehabilitación

Mary Verghese / FDV
Mary Verghese nació en 1925 en Kerala, India, en una familia acomodada. Brillante desde pequeña, estudió medicina en el Christian Medical College, institución creada para atender a mujeres y niñas que no podían ser tratadas por hombres. Comenzó a especializarse en ginecología, pero un accidente en 1954 cambió su destino: una lesión en la médula espinal la dejó parapléjica.
Lejos de rendirse, Mary inició una dura rehabilitación. El doctor Paul Brand la animó a formarse en cirugía de manos, una especialidad que podía ejercer sentada. Esta experiencia despertó su interés por la medicina física y la rehabilitación. Con una beca, amplió su formación en EE.UU. y, al regresar, fundó el primer departamento de rehabilitación en India. En 1966 inauguró el Instituto de Rehabilitación, ofreciendo terapias integrales adaptadas a personas con discapacidades que transformó vidas y formó a generaciones de profesionales.
Mary Verghese murió en 1986. Su legado sigue vivo en el instituto que lleva su nombre, hoy reconocido por la OMS.
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