Volver a empezar después de la cárcel es como sortear una carrera llena de obstáculos. Obstáculos psicológicos, sociales y estructurales. Así lo siente Elena. Acaba de salir de la prisión de Picassent después de casi dos años entre sus muros, donde ha aprendido a protejerse y a «sobrevivir» psicológicamente. Aunque reconoce que debía pasar por la cárcel por un «delito puntual» de naturaleza no violenta, ahora solamente acierta a definir como «tremenda» esta experiencia tras la que al escuchar una palabra propia del «lenguaje carcelario», se escalofría.

Tiene la voz quebrada, pero eso no le impide estructurar sus planes futuros de una manera ordenada y racional. «Ahora pienso seguir caminando, buscar empleo y estar bien. Tengo que tener la cabeza amueblada y una cierta seguridad económica. Las prisas no son buenas, pero hay que seguir».

Según datos de la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias, en diciembre de 2015 había 61.614 personas en las cárceles españolas, 6.702 se encontraban cumpliendo medidas en los ocho establecimientos penitenciarios de la C. Valenciana.

La Administración Penitenciaria española establece que las penas privativas de libertad además de ser una política de seguridad, están orientadas a reeducar y reinsertar socialmente. Pero lo cierto es que cuando la cárcel cumple su función -o parte de ésta- la ansiada libertad, y disfrutar de ella, no siempre es fácil.

José Antonio Bargues es el fundador del Casal de La Pau, una asociación que se creó en Valencia hace más de cuarenta años con el objetivo de «ayudar al más necesitado» mediante la creación de una «familia» que camina bajo una premisa básica, «todo el mundo debe tener una segunda oportunidad». La organización, exponente de una visión alternativa, se creó para ofrecer herramientas de socialización y atender las necesidades que el sistema no cubría tras la llegada de la libertad. Medidas claves para evitar las posibles reincidencias y para ofrecer apoyo y compañía a personas que, como Elena, no tienen un respaldo familiar. «Las cárceles son nuestras cárceles. Solamente desde ese compromiso, donde los presos también sean nuestros presos, la transformación es posible», afirma Bargues.

La ausencia de vínculos sociales, arraigo, vivienda o recursos económicos es determinante en los niveles de reincidencia, que rondan el 50 % en nuestro país. Vicente Garrido, profesor de Criminología de la Universitat de València, afirma que «la gente reincide menos cuanto más tiene que perder» y además del ambiente y el carácter, afirma que factores como la edad también influyen en las posibilidades de reincidencia. Pero lo cierto es que cuando Elena aprendió a sobrevivir en la cárcel, vino otro golpe duro, afrontar la libertad sola y sin recursos. «El golpe inicial es esperar dos meses para cobrar. Uno para presentar los papeles y otro para recibir la primera ayuda», asegura.

Leo Guzmán es trabajadora social del Casal de la Pau, y se muestra contundente con un discurso labrado tras años de experiencia en el campo de la reinserción. «Vivir dentro de prisión, una vez que conoces las normas, es relativamente sencillo. Lo difícil es vivir fuera», sentencia.