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Han pasado 30 años y el delito ha prescrito, pero el crimen de los marqueses de Urquijo, que conmocionó a una sociedad española, la de 1980, aún en pleno despertar democrático, no ha perdido ni un ápice de interés. Lo demuestra el eco que ha tenido la entrevista publicada esta semana por la edición española de la revista Vanity Fair a Javier Anastasio, que estuvo procesado como coautor del doble asesinato junto con su amigo de la infancia Rafi Escobedo, ex yerno de los marqueses.

Javier Anastasio escapó de España en 1987 porque, según ha revelado ahora, así se lo sugirió uno de los tres jueces que compusieron el tribunal y que le advirtió de que "la sentencia estaba firmada de antemano" y que lo iban a condenar. Hu?yó días antes del juicio, cuando estaba en libertad provisional.

Rafi "no tuvo tanta suerte", dice. Fue detenido ocho meses después del doble crimen y nunca salió de prisión. Murió en el penal de El Due?so, en Santoña, en julio de 1988, días después de ser entrevistado en el mítico programa de Jesús Quintero El loco de la colina, donde reiteró lo que llevaba diciendo desde hacía meses, que "iba a tirar de la manta". Tenía cianuro en los pulmones. Los forenses determinaron que se había suicidado.

Anastasio, que tras escapar a Brasil en 1987 ha viajado por toda Suramérica hasta asentarse en la Patagonia argentina, no cree la versión oficial. Se muestra "convencido" de que Rafi "no fue quien dispa?ró a los marqueses" -"no habría sido capaz", sostiene, y agrega que fueron asesinatos realizados "por profesionales"- y también rebate que se quitara la vida en prisión. Y aporta pistas: la existencia de un preso de confianza, que llevaba bocadillos al resto de internos de El Dueso a sus celdas, en cuya cuenta alguien abonó dos importantes sumas de dinero los días anteriores y posteriores a la muerte de Rafi.

Eso sí, admite que se deshizo de la pistola empleada en los asesinatos porque así se lo pidió Rafi. "Fue el mayor error de mi vida", se lamen?ta, para añadir: "Hoy lo volvería a hacer, porque fue para ayudar a un amigo". La tiró a un pantano. Años después la encontraron unos niños, pero el arma, del calibre 22, acabó por desaparecer.

Además de aportar un sinfín de detalles que lanzan siniestras sombras sobre la investigación oficial, Anastasio apunta hacia un sospechoso, Juan, el hijo del marqués, y un móvil: la férrea oposición del aristócrata, presidente del Banco Urquijo -de la familia de su mujer-, a la fusión de su entidad con el Hispano Americano. Sin embargo, jura que Rafi nunca le contó la verdad.