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"En el momento en que llegue a Colombia, soy hombre muerto. Ya no la cuento más". Henry Norberto Valdés, alias "Pollo", fue detenido en Valencia, junto al tranquilo barrio de la Aguja en septiembre de 2010 por la Udyco de Valencia en cumplimiento de una orden internacional expedida desde su país. Allá le espera una condena de 28 años de cárcel por haber colaborado en el asesinato de veinte personas bajo el sello del grupo de sicarios "La Negra", el más violento del país andino. Desde su arresto, está en el módulo FIES, los presos de especial seguimiento, los más peligrosos, del centro penitenciario Madrid V. Desde su nuevo "hogar", Pollo ha concedido sólo una entrevista. Ha sido, obviamente, a un periódico colombiano, El Confidencial.

Henry Norberto, que vivía hasta su detención camuflado en Valencia con su mujer y sus dos hijos de 16 y ocho años, bajo la inocente pantalla de su silla de ruedas -está parapléjico tras sobrevivir a un ajuste de cuentas en el que recibió cuatro tiros, tres de ellos en la cabeza-, está convencido de que si continúa adelante el proceso de extradición, es hombre muerto. Afirma que escapó a España huyendo de sus antiguos compinches, meses después de que éstos ajusticiaran a su hermano Jefferson en agosto de 2006.

Con la libertad que otorga saberse con un pie en la tumba, no emplea eufemismos a la hora de relatar con pormenores su paso por la "oficina de cobros" -término de los narcos para denominar a las "empresas" de asesinatos por encargo-, y facilita nombres y apellidos de narcotraficantes, militares y policías corruptos sin cortapisas.

Cuenta que era taxista cuando, allá en 1996, lo llamaron "para arreglar un auto que sólo tenía una manguera rota y me pagaron mucho dinero, unos 200 euros al cambio, y me dijeron si quería colaborar con ellos llevando dinero en carros", recuerda. Empezó a trabajar para los narcos Fabito Ochoa y Luis Fernando Lopera en Medellín. "A mí me pasaban diez, quince o veinte millones de dólares y me daban una lista para que los repartiera". Formaba parte del complejo engranaje de lavado de dinero del multimillonario negocio de la cocaína.

Dejaron de pagarle y decidió asociarse con su hermano, y trabajar para la "oficina de cobros" de Humberto Rodríguez, el hijo de Miguel Rodríguez Orejuela, fundador junto con su hermano Gilberto del todopoderoso cartel de Cali. Fue así como acabó en las filas del grupo de sicarios más sanguinario de Colombia, conocido como "La Negra" o "Las Tres Puntillas". El nombre lo recibió la banda del que era su jefe, el expolicía Jair Alonso Molina Escobar, "un negro alto, el propio diablo", recuerda Valdés, y agrega: "Le gustaba enterrarle las puntillas (clavos) en el cerebro a la gente. Los amarraba, los torturaba, los ahorcaba y les encintaba la cabeza". Esas tres puntas incrustadas en el cráneo eran la firma, el sello de "calidad", de la organización de Molina, hoy uno de los hombres más buscados por las autoridades colombianas.

Henry Norberto relata con pasmosa tranquilidad los crímenes de La Negra, pero niega haber matado a nadie. Sostiene que sólo colaboraba comprando tarjetas para los móviles, matriculando coches para los sicarios o participando en las vigilancias de las víctimas. De hecho, se le considera el jefe de logística de "Las Tres Puntillas". "Yo estaba delante cuando los torturaban, los mataban y les metían los clavos, pero no te podías ir porque te mataban a ti. A veces me decían "hay que echarlo al carro, echa una mano", y no podías decir que no. Cogía el muerto y lo metía en el carro", explica. Admite, eso sí, que ganó mucho dinero. "Me fui lucrando tanto que aguanté hasta que dije que lo dejaba".

Su relato es escalofriante. Rememora cómo, en una ocasión, presenció el descuartizamiento del narco Alexander Ayala. "Vivo, le cortaron la oreja, luego las manos, las piernas, la cabezaÉ, y luego lo tiraron en la camioneta". Había robado una tonelada de cocaína. "Yo cobré cinco millones de pesos -unos dos mil euros- porque sólo me encargué de conseguir el carro y hacer la vigilancia. Los que lo torturaron y mataron cobraron mucho más". Pollo espera ahora, sentado en su silla de ruedas y visitando con frecuencia las celdas de aislamiento, su inminente extradición a Colombia. Insiste en que, en cuanto se haga realidad ese trámite judicial, será hombre muerto. Ahora sólo espera que, aunque lo maten a él, sus antiguos jefes respeten al menos la vida de su mujer y sus hijos.