A las 15.30 horas, en la iglesia de Nuestra Señora de Lepanto, en Castellar, no se escuchaba un alma. Y eso que tanto el templo como la plaza estaban abarrotados por multitud de vecinos, familiares y amigos de Carmen Navarro, la mujer de 80 años muerta a cuchilladas presuntamente por su vecino José Francisco Planells.

La pedanía entera despidió ayer a «la Pimentonera» —una «buena mujer, de gran corazón y muy trabajadora»— y quiso aportar su granito de arena de apoyo a los otros dos fallecidos en la tragedia, José Ramón Julián, de 50 años, y su hijo Héctor, de 14. Nadie se explicaba ayer en el sepelio cómo había podido ocurrir tal desgracia en una pedanía de poco más de 7.000 habitantes.

Por ello, quienes se acercaron al funeral de Carmen, quisieron aprovechar éste para mostrar su apoyo y despedir a un tiempo a Julián y a Héctor, cuyo sepelio se celebró también ayer, pero en Valencia y en la más absoluta intimidad por deseo expreso de la familia.

En la puerta de la iglesia de Castellar, los vecinos y compañeros del colegio de Héctor colgaron pancartas de colores en su memoria, en la de su padre y en la de su vecina Carmen. La consternación y el dolor de la familia llevaron a que el funeral se celebrase en un silencio absoluto que solo fue roto en dos ocasiones: a la entrada del féretro en el templo y a su salida.

Durante la ceremonia, el párroco intentó dar ánimos a una familia destrozada, mientras en el exterior muy pocos conseguían transformar su dolor en palabras. Ahora bien, los que lo hicieron describieron a Carmen, «la Pimentonera», como una mujer «buena, muy trabajadora y solidaria con todo el mundo». Amparo Grisolbes reflexionaba sobre lo ocurrido de este modo: «Me parece increíble la muerte de Carmen. Tras vivir una guerra y mil penurias, fallece de esta forma. ¿Qué le pasaría por la cabeza a ese muchacho para hacer algo semejante?».