La amenaza de rescate de la economía griega, la incesante subida del número de parados en España o el descalabro de las cuentas públicas son el martilleo diario en forma de titulares, pero es el drama del vecino de al lado quien hace visible en toda su crudeza la crisis económica. La última víctima con nombre y apellidos es un agricultor de Riba-roja que se quitó la vida a primera hora de la mañana de ayer tras perder, a sus 56 años, casado, con un hijo de 15 años, una hipoteca y siendo el único sueldo del hogar, un trabajo que desempeñaba desde hacía décadas. Y lo hizo tras su primer día sin tener que ir a la faena.

Su muerte, quemándose vivo en un garaje a pocos metros de su casa, ha dejado horrorizados a sus vecinos y conocidos, incrédulos ante una noticia que corrió como la pólvora por el municipio.

Aunque será la autopsia que se le practique hoy al cadáver en el Instituto de Medicina Legal de Valencia la que corrobore la muerte por suicidio, todos los indicios apuntaban ayer ya a esa conclusión.

El cuerpo aún en llamas del agricultor fue encontrado pasadas las ocho de la mañana por una pareja que acudió a recoger su moto, aparcado en una pequeña nave utilizada como garaje por apenas una docena de vehículos.

Al percatarse del fuego, se acercaron y vieron que se trataba de una persona, por lo que pidieron ayuda inmediatamente. El médico que acudió, sin embargo, ya sólo pudo certificar la muerte, así que dejó paso a la Guardia Civil. Agentes del grupo de Homicidios y del laboratorio de criminalística de la Comandancia de Valencia acudieron al lugar, aunque pronto cedieron el caso a sus compañeros del equipo de policía judicial de Riba-roja al constatar que no se trataba de un homicidio, sino que todo apuntaba a una muerte voluntaria.

Al parecer, el hombre utilizó gasolina del propio garaje, donde él guardaba una moto, para rociarse el cuerpo antes de prenderse fuego.

El anuncio

Había salido a las siete de casa tras despedirse de su mujer, como hacía cada día hasta el miércoles, su primer día sin trabajo. Y como cada mañana también, acudió a un bar próximo. "Ya había estado aquí por la noche y estaba raro. Nos contó que había discutido con el jefe y que le había pedido la cuenta. Él llevaba toda la vida trabajando en el campo, en la masía. Esa noche bebió, y eso que él no consumía prácticamente alcohol". A la mañana siguiente regresó al mismo bar y tomó tres copas de coñac. Estaba nervioso. Habló de sus intenciones suicidas y amenazó con quitarse la vida por la pérdida del trabajo, "pero cómo íbamos a creer que hablaba en serio", explica el dueño del local. No sólo él. Otros clientes le respondieron que no hablase en esos términos, pero en ningún momento le creyeron.

"No sé qué le pasó por la cabeza, pero eso no tenía que haberlo hecho, hombre... ¡Nunca! Por muchos problemas de dinero que uno tenga, siempre habrá una solución, pero no ésa", lamenta el hostelero.