Ni siquiera cuando pudo hacerlo, quiso salir. En 2000 y en 2003, y solo durante unos pocos días, hasta que la Fiscalía y la madre de Desirée devolvieron las aguas a su cauce, tuvo en su mano solicitar por primera vez un permiso para salir durante el fin de semana gracias a que en ambos casos la juez de Vigilancia Penitenciaria de Herrera de la Mancha lo progresara de primer a segundo grado. No lo llegó a hacer.

El capellán que atendía en aquél tiempo a los presos del centro penitenciario de alta seguridad donde el triple asesino ha pasado medio vida lo explicó en pocas palabras: «No tiene adónde ir. Lleva mucho tiempo en prisión. Se ha convertido en su vida, en su modo de vida. Fuera de aquí, no tiene relación con nadie». Entonces llevaba once años seguidos entre rejas, desde su detención en la tarde-noche del 27 de enero de 1993, horas después de que aparecieran los cuerpos de las tres niñas enterrados en un paraje lejos de todo, en lo alto de La Romana, en Tous.

Ahora, cuando acaricia la idea de dejar atrás para siempre los barrotes que le han acogido durante 21 años „salvo pequeños periodos en otras prisiones, siempre ha estado en Herrera„ su síndrome carcelario es aún más agudo.

Tiene 49 años recién cumplidos „los hizo en octubre„ y nadie que le espere con un mínimo de cariño en la calle. Con pocas o casi ninguna expectativa de trabajo „es un apestado y su excarcelación se produce en medio de la peor crisis económica conocida„, sin un techo garantizado, parece tener pocas salidas y menos destinos.

Alimentado hasta el sobrepeso por las mentirosas teorías conspirativas difundidas por el padre de Míriam y sus seguidores, que aún inundan las redes sociales, y por las cadenas de televisión dispuestas a pagar por casi todo, no sólo se ha crecido todo este tiempo negando los crímenes, sino que jamás se ha dignado cruzar una palabra con las familias de las víctimas para pedir perdón.

Tampoco ha mantenido contacto con su hermana, ni con la que fue su compañera sentimental durante dos años, ni con la hija que tuvo con ella, nacida „sarcasmos del caso Alcàsser„ el mismo día en que detuvieron a su padre, el 27, y en el mismo mes que él ayudó a dar muerte a las niñas, noviembre.

«Que no intente buscarla»

La hija, hoy una chica de 23 años que ha intentado crecer al margen del estigma que marca a todos los que de algún modo tuvieron relación directa con aquellos hechos, «tiene curiosidad por saber de su padre, pero no queremos que venga a buscarla, que ni lo intente. Sólo le traería problemas y, además, la abandonó con cinco meses y nunca ha tenido contacto con ella en todos estos años».

Son palabras de quien ha ejercido casi de madre de la joven, de una familiar muy próxima que pide respeto y anonimato. Confía en que «no intente buscarnos a ninguna, y si lo hace, que no lo consiga; no le va a ser fácil». Tiene razón: nadie vive ya donde vivía y todos han cambiado lo suficiente.

Muchas de las personas del entorno familiar de Miguel Ricart, «el Rubio», se encuentran fuera de la Comunitat. Su hermana incluso se cambió el nombre y uno de los apellidos, cuyo orden incluso ha invertido huyendo del Ricart maldito por la acción de su hermano.

«Esto nos está haciendo revivir todo y no queremos. ¡Ojalá desapareciera para siempre! No traerá nada bueno», explica la misma persona. Así las cosas, y salvo que en este tiempo haya cultivado amistades desde su celda, no parece que nadie le vaya a recibir con los brazos abiertos. Bueno, quizás. En cuanto cruce la verja, es más que probable que sea acogido por más de una cadena de televisión.

Una vida monótona sin altercados y participativo en talleres y cocina

Desde que fuera trasladado a la prisión de Herrera de La Mancha, en Ciudad Real, procedente de Zuera en 1999, Miguel Ricart ha optado por la discreción como seña de identidad entre los reclusos. Así, en estos últimos años la vida en el centro penitenciario manchego ha sido monótona sin protagonizar ningún tipo de altercado y sin que se le conozcan amigos íntimos entre sus compañeros de rejas. Los funcionarios coinciden en destacar su buena conducta y su predisposición a participar en los talleres. Lo último que se sabe de él es que estaba trabajando como repartidor en el comedor de la cárcel, pero también ha realizado funciones de limpieza, carpintería, jardinería y otros trabajos para empresas ajenas a la prisión por las que ha sido remunerado. Durante este tiempo no ha recibido visitas de familiares y amigos, según las fuentes consultadas, y su relación con el resto de reos no es especialmente afectiva. Eso sí, ha aprovechado su tiempo para realizar cursos de formación que le ayuden cuando salga a la calle y tenga que incorporarse al mercado laboral en busca de una hipotética reinserción.