Son las primeras palabras de Miguel Ricart después de casi 21 años entre rejas, y las pronuncia en una conversación mantenida con un periodista de Levante-EMV a bordo del tren Alvia que tomó a las 19.29 en la estación de Manzanares (Ciudad Real), poco después de salir de la cárcel de Herrera de la Mancha, y que lo lleva hacia Jaén. Tras una negativa cerrada a contestar a los numerosos medios de comunicación que llevaban más de una semana aguardando su salida de la cárcel, Ricart optó por acercarse y entablar conversación. Su primera petición da una idea de la confusión y desamparo en el que se encuentra: «¿Cuándo vais a dejar de acosarme? Sólo quiero rehacer mi vida».

Sin deshacerse en ningún momento del pasamontañas negro con el que protege su rostro, accede a responder a algunas preguntas aunque se muestra temeroso: «Hay cosas a las que no quiero contestar». Encuentra enseguida una fórmula. Cuando algo le incomoda, la respuesta es curiosa: «Pasapalabra».

¿Dónde está Anglés? Una sonrisa perceptible sólo en las patas de gallo que le han regalado los 44 años recién cumplidos „el resto del rostro sigue cubierto „ y un «pasapalabra».

Es más locuaz cuando se le pregunta por su futuro. Aunque está claramente desorientado y temeroso, atenazado por un agudo síndrome carcelario por la absoluta desconexión del exterior en estos 21 años de encierro, se muestra tajante: «Lo único que quiero ahora es rehacer mi vida. Necesito aclarar mi cabeza. Salir adelante, pero, con mi nombre, ¿quién me va dar trabajo?», se lamenta.

Y no puede evitar preguntar «¿qué dicen ahí fuera de lo mío (el caso Alcàsser)?». Afirma no estar temeroso, pero cada uno de sus gestos contradice sus palabras.

Tiene claro que «a la prisión no quiero volver ni muerto». Afirma que no va a reincidir, que se quiere mantener dentro de la ley y por primera vez, muestra señales de arrepentimiento. La pregunta es directa: ¿Te arrepientes de lo que hiciste? La respuesta también: «Claro».

Cuándo se le advierte que muchas personas no querían verle fuera de los muros de la prisión, especialmente Rosa Folch, la madre de Desirée, a la niña que él violó aquél 13 de noviembre de 1992, y se le recuerdan los esfuerzos de esa mujer por evitar su libertad, vuelve a asentir: «Es normal, lo comprendo». Afirma que no tiene «ninguna intención» de regresar ni a Catarroja, ni a Alcàsser, ni tan siquiera a Valencia.

«Sé que mi hija está bien»

Miguel Ricart desmiente que nadie le espere y que esté solo. Según él, «hay gente que me espera, pero no quiero ir aún a verles porque no quiero involucrarles». Tampoco a su hija. De ella afirma que «sé por terceras personas que está bien. Si ella está bien, yo también estoy bien». Es cierto, sin embargo, que en estos 21 años de prisión nunca se ha puesto en contacto con ella ni ha tratado de establecer una relación.

Durante los largos años entre rejas afirma que ha estudiado cursos de jardinería forestal, de reciclaje de residuos sólidos y de manipulación de alimentos en comedores sensibles.

Espera que ello le ayude a encontrar un trabajo que le permita salir adelante. No tiene ni idea del exterior, y por ello se afana en que la entrevista se convierta en un intercambio de información. Es consciente de que hay muchos cambios y admite que no tenía ninguna esperanza de salir tan pronto de la cárcel. «Estaba convencido de que me quedaban nueve años. Y de pronto me han dicho que me tenía que ir».

No miente, jamás ha dado un solo paso por salir de prisión. Esa sumisión cuasi soldadesca se le nota en la incertidumbre que le embarga cuando es consciente de que ahora debe decidir qué hacer por sí mismo, sin órdenes de los guardianes de la prisión. Así, pide al periodista poder bajar en una estación sin ser perseguido. Cuando llega el momento, no se decide. Es finalmente el reportero quien le sugiere la de Linares-Baeza. «¿Es muy grande Baeza?». Posiblemente no sabe siquiera que está viajando hacia el sur. Los 200 euros que le han dado en la cárcel para, según dice «aguantar un par de días», no parece que vayan a ayudarle demasiado a poner en práctica sus planes de redención.