Unas declaraciones de Miguel Ricart realizadas horas después de salir de la cárcel de Herrera de la Mancha han reavivado los recuerdos más impactantes de la telebasura. «Soy un cabeza de turco». Esta frase ha permitido a algunos programas engancharse de nuevo al caso Alcàsser para reclamar la atención de la audiencia, cuya medida determina en gran medida los ingresos de las grandes cadenas.

Ricart pronunció esas palabras ante unos reporteros de una televisión nacional en la noche del viernes. Fue una conversación grabada al parecer con un móvil. Ricart aparentemente no sabe que está siendo «entrevistado». Esta televisión ha anunciado que ofrecerá la integridad de la charla en la que «El Rubio» contradice la versión que previamente había dado al diario Levante-EMV en primicia. Un periodista de esta casa le escuchó decir con claridad que se sentía arrepentido por el crimen que le llevó a prisión y que entendía que los familiares de las pequeñas no quisieran verle en la calle de nuevo.

Ricart fue recogido a última hora de la mañana del sábado por dos periodistas en Madrid, donde había pasado su primera noche. El triple asesino y sus dos acompañantes se dirigieron por la A-3 hacia Valencia y comieron en un restaurante en Perales de Tajuña, luego dieron media vuelta y volvieron a Madrid, donde Ricart se alojó en un hotel de la Gran Vía.

El diario El Mundo informaba ayer de que esas dos periodistas pertenecen a la productora de televisión Cuarzo, la que se encarga del programa matutino de Ana Rosa Quintana. Fuentes de esa empresa han reconocido que recogieron a Ricart porque estaba «desorientado» y aseguran que nunca le han pagado nada «ni lo haremos, porque no vamos a cruzar esa línea». Los periodistas también admiten que le ofrecieron a Ricart acudir al plató de televisión para grabar una entrevista.

La posibilidad de ver al único acusado por el triple crimen en las televisiones revolucionó ayer las redes sociales. La productora Mediaset reaccionó ayer con un comunicado en el que asegura que sus canales «se limitarán a informar sobre la salida de Miguel Ricart, al igual que la de otros presos. En ningún caso se darán minutos de gloria televisivos a un asesino temido y repudiado por una sociedad muy dolida por estas excarcelaciones».

En el caso de que Ricart insista en la teoría de la conspiración, de que se exponga ante las cámaras para reafirmarse en ella, contradirá su propia declaración judicial, las pruebas periciales y la sentencia que le llevó a prisión. Él ya advirtió en unas cartas a un amigo que quería demostrar al salir su inocencia, enfrentándose al detector de mentiras.

Ricart reconoció el crimen

A día de hoy la historia de que el crimen fue ideado por una mano negra, en una mezcla de película «snuff» y ritos satánicos, sigue dando vueltas en la red y su virus inocula a parte de la opinión pública. Muchas personas dudan que el crimen fuera cosa de dos: del desaparecido Antonio Anglés y de Miguel Ricart. En 1993, tras ser detenido, «El Rubio» confesó el crimen y asumió su participación ante los agentes de la Guardia Civil.

Los detalles aportados en su declaración, ratificados por las autopsias, sólo podía conocerlos alguien que hubiera estado presente en el crimen. Posteriormente, volvió a confesar en la Audiencia Provincial de Valencia, confirmando su versión y aportando incluso nuevos datos. Esta confesión sería la prueba directa que le llevaría a la cárcel. Ricart asumió esta versión hasta cuatro años después, cuando supo de la teoría de la conspiración y la hizo propia.

El «show» del juicio paralelo

En 1997 tuvo lugar el proceso judicial contra Miguel Ricart. Fue entre mayo y julio. En esos meses la teoría de la conspiración alimentó horas de televisión, contradiciendo a investigadores, forenses y el fiscal jefe de Valencia. Pero ya antes, desde enero, el programa de Telecinco «Esta noche cruzamos el Mississipi», comandado por Pepe Navarro, ofreció programas a diario monográficos sobre el crimen.

Esta «oferta» televisiva se alargó hasta más allá del juicio. El padre de una de las niñas, Fernando García, y el criminólogo Juan Ignacio Blanco se afanaban en resolver el caso en sus comparecencias televisivas. Las imágenes se llenaron de interpretaciones disparatadas cuando no de llamativas calumnias.

Canal 9 se subió al tren del amarillismo y creó su propio juicio paralelo, denominado el «Juí d´Alcàsser», también en formato de tertulia en la que los mismos protagonistas elucubraban contra las investigaciones. Ricart encontró en este relato inventado una forma de defenderse, cuando ya había explicado con todo detalle cómo se había desarrollado aquella barbarie.

Pasada la tempestad, dos años después del juicio, el juez condenó a García y Blanco por las acusaciones falsas contra las autoridades difamadas en Canal 9.

El canal público fue condenado a pagar 430.00 euros como responsable civil subsidiario. Fernando García y Juan Ignacio Blanco fueron condenados a prisión, si bien el primero no ingresó por atenuante de estado pasional. Y al supuesto criminólogo se le sentaría de nuevo en el banquillo por difundir las autopsias de las niñas en Internet.