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Testimonio

"Vivo con las persianas bajadas porque me dijo que podía dispararme"

Una mujer rompe su silencio tras ocho años soportando acoso y malos tratos psicológicos

"Vivo con las persianas bajadas porque me dijo que podía dispararme"

Romper el silencio le ha costado ocho años, justo el tiempo que ha transcurrido desde la última agresión física que sufrió a manos de su exmarido. No era la primera vez. Cuatro años antes casi le rompe el cuello tras comunicar a su agresor que ya no podía más y que se quería separar. Él, a traición, aprovechó la confianza que ella tenía depositada en él tras 28 años juntos (ocho de novios y 20 casados) para agarrarla del cuello y golpearla en la habitación conyugal, en plena madrugada. Jamás le había puesto una mano encima. Hasta ese momento.

D.B.I. quiere denunciar, alto y claro, el calvario que ha atravesado estos últimos ocho años ya que las amenazas e insultos de su exmarido forman parte desde hace años de su vida cotidiana. El miedo la ha obligado a guardar silencio. Quiere quitarse la mordaza que la oprime, pero no es fácil. Teme por su vida. Su exmarido no ha dudado en dejarle claras dos cosas: que su vida está en peligro y que juicio que emprenda, juicio que va a perder. Por eso lleva ocho años en silencio.

Aunque D.B.I. asegura que ha perdido el miedo, que quiere contar su historia a cara descubierta y que no quiere seguir viviendo en la espiral del silencio en la que lleva años afincada, este diario prefiere preservar su anonimato, por seguridad. Y es que la última denuncia que interpuso D.B.I. a su marido fue en noviembre de 2014, por amenaza de muerte, y aún está pendiente de juicio.

El sistema judicial no sabe el laberinto en el que vive desde hace ocho años y del que quiere escapar. Entre los gestos favoritos que le dedica su marido está el de pasarse el dedo por el cuello, como si le cortara la garganta. «Me armé de valor y decidí denunciarle otra vez tras ocho años de silencio. Me di cuenta de que, si no pongo en conocimiento de la justicia lo que me ocurre nunca saldré de esta situación. Vivo en un acoso constante. Vivo con las persianas bajadas, para que no sepa si estoy o no en casa. Para que no pueda dispararme con una escopeta por la ventana, porque me dijo que esa era una de las cosas que podía hacer», explica.

«Tenemos el mismo médico»

«Me lo encuentro en el parque de bajo de mi casa, en la calle y hasta en el médico porque, aunque le han dicho por activa y por pasiva en el ambulatorio que cambie de facultativo, él hace lo que le de la gana. Sin consecuencias. Tenemos el mismo médico, aunque en el centro de salud esté activado el protocolo de violencia de género», explica esta mujer, mientras relata que esta situación la ha hecho enfermar y que padece fibromialgia desde 2001, además de estar pendiente de una operación grave que ha retrasado un año «porque quiero operarme cuando este tema esté resuelto».

El ex marido de D.B.I. alardea según ella del poder que tiene y de ser un hombre protegido por el Arzobispado. La primera denuncia que interpuso tras la primera agresión acabó con una orden judicial para expulsar al agresor del domicilio familiar. La segunda, sin embargo, con un parte de lesiones e informe del forense a su favor „que reflejaba como secuelas de los golpes recibidos un traumatismo craneoencefálico, un esguince cervical y múltiples contusiones,„lo perdió en primera instancia. «¿Ves? „le dijo él„ juicio que emprendas, juicio que vas a perder». Y D.B.I. no recurrió la sentencia. Durante estos ocho años de silencio, D.B.I. ha tenido que soportar amenazas e insultos, mientras su agresor se jactaba de que a él no le iba a pasar nada y de «la influencia que tenía en la Iglesia». Tanto se lo dijo... que su víctima le creyó y se fue al Palacio Arzobispal en dos ocasiones en busca de amparo y para comunicarle a los máximos responsables de la institución el calvario que vivía a manos de alguien que ellos «debían conocer bien». Sin embargo, «aunque me atendieron de forma exquisita solo repetían sin cesar, y nerviosos.... 'no le conocemos de nada'. Eso fue lo que me hizo sospechar. Fui en busca de protección y ayuda, pero encontré rechazo y miedo».

«Me siento muerta en vida»

El vaso de D.B.I. estaba medio lleno y se desbordó la última vez que su exmarido la amenazó, en octubre del año pasado, en un juzgado en el que, una vez más, volvieron a coincidir. «Volvió a pasarse la mano por el cuello allí mismo, en un juzgado. Estaba triunfal. Pude haberle denunciado allí mismo, pero estaba aterrorizada». Sin embargo, un mes después pensó: «Ya está bien». Cogió sus cosas y se fue al juzgado de guardia a contar lo que le había pasado, lo que llevaba guardando en silencio ocho años. «Si no denunciamos, si las mujeres que sufrimos malos tratos psicológicos no exponemos nuestro caso a la justicia estamos perdidas y en el peor de los casos, acabaremos asesinadas o muertas en vida, que es como yo me siento».

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