Veinte años, uno tras otro, y para la sociedad de Castelló parece que fue ayer la noche en la que la desaparición de la profesora Sonia Rubio abrió la etapa más negra de la historia reciente de la provincia con un protagonista marcado en la memoria colectiva de los castellonenses: Joaquín Ferrándiz, autor de cinco asesinatos de mujeres entre los años 1995 y 1996. El psicópata cumple una condena de 69 años en la cárcel de Ciudad Real y, aunque este mismo año ya podría pedir un tercer grado al haber cumplido los dos tercios de la pena impuesta el año 2000 -está en prisión desde 1998-, en principio deberá purgar sus crímenes hasta el año 2023.

La historia del asesino en serie de Castelló comenzó la madrugada del 2 de julio de 1995 cuando la joven Sonia Rubio, de 25 años, acababa de regresar de Inglaterra y se había ido con los amigos a disfrutar de la noche benicense. Nunca más volvió a su casa. Cuatro meses después su cadáver fue localizado por un conductor en la cuneta de una camino del entorno de Playetas de Orpesa. El cuerpo, con evidentes signos de violencia, fue encontrado con la ropa interior en la boca de la profesora y una cinta adhesiva de color marrón que sería clave en el desenlace final.

La provincia se echó a la calle durante estos cuatro meses que separaron la desaparición de Sonia del hallazgo del cadáver. Los carteles con el rostro de Sonia Rubio poblaron, no solo la provincia, sino el territorio nacional entero. Ni una sola pista. Interrogatorios continuos a los amigos y conocidos que coincidieron esa noche de fiesta con Sonia, pero nada a lo que agarrarse. La noticia de su asesinato en noviembre de 1995 fue en golpe para la familia y para toda la provincia. Pero la crónica negra no había hecho más que empezar.

En febrero de 1996 un agricultor que buscaba espárragos encontró el cuerpo de una mujer en el camino Vora Riu de Vila-real, atada de pies y manos y estrangulada. Apenas dos días más tarde unos jóvenes que se acercaron a curiosear localizaron un nuevo cuerpo, también una mujer estrangulada con una malla roja alrededor del cuello. Y sin apenas tiempo de recuperarse de estas noticias, los agentes de la Guardia Civil, en el rastreo de la zona, encontraron un tercer cadáver, éste en avanzado estado de descomposición.

Estupor

El impacto para la sociedad castellonense fue brutal. Las primeras investigaciones acabaron por determinar que las fallecidas, Mercedes Vélez, Francisca Salas y Natalia Archelós, eran tres jóvenes que ejercían la prostitución en la zona. Las Fuerzas de Seguridad se encontraron de bruces con un triple asesinato que quedaba, por sus características, fuera de cualquier posible relación con el de Sonia Rubio, sobre el que no había avances. Pasaron los meses y la conmoción sobrepasó cualquier límite al denunciarse la desaparición el 12 de septiembre de 1996 de la joven de 22 años Amelia Sandra García tras haber pasado la noche en los locales de ocio del polígono Los Cipreses de Castelló. Con todos estos casos caminando de forma paralela, los testimonios del entorno de las tres fallecidas de Vora Riu apuntaron en su momento a un camionero, Claudio Alba, al que acabaron deteniendo en enero de 1997 acusándole de tres muertes que nunca cometió y por lo que fue indemnizado.

Un mes después de la detención del camionero, en febrero de 1997, un hombre encontró el cuerpo sin vida de Amelia Sandra García junto a una balsa de Onda y, como en los anteriores casos, golpeada, agredida sexualmente y estrangulada. Pero nunca hubo nadie en la investigación que relacionase todos los casos. Joaquín Ferrándiz, trabajador en una conocida empresa de seguros de la capital de la Plana, seguía sin aparecer entre los posibles autores. Joven educado, seductor, plenamente integrado en la sociedad y con activa vida social, no era sospechoso pese a que después se supo que ya había sido condenado por violación en 1989.

El psicópata, que durante los meses que estuvo detenido de manera errónea Claudio Alba no actuó, volvió a intentarlo de nuevo en 1998 y, de paso, a dejar pistas definitivas. En febrero de ese año fracasó en su intento de llevarse a una chica a la que había deshinchado las ruedas de su coche. La policía ya empezó a vigilarle. Todo se desencadenaría el verano de 1998 cuando intentó secuestrar a otra joven que pudo zafarse y denunciarlo ante la Comisaría. Fue su final. Con una orden de registro en la mano, la policía entró en su casa y localizó la misma cinta adhesiva con la que amordazó a Sonia Rubio. El 9 se septiembre de ese año sería detenido, confesó ser el autor de las 5 muertes y el 13 de enero de 2000 acabó siendo condenado a 69 años de cárcel.