El pasado 4 de noviembre María cumplió 73 años aunque «por ella parecía que no pasaban los años», señalan sus amigas, con quienes solía salir a dar una vuelta y a tomar un café con cierta frecuencia. Desde sus visitas semanales a la plaza de la Virgen o incluso alguna escapada a la feria de atracciones, como refleja una fotografía en la que se les ve sonriendo detrás de un fotomontaje vestidas de flamencas, María estaba llena de energía y vitalidad. «Esa misma tarde habíamos estado en la Iglesia de San Nicolás y quedamos para ir al homenaje de Conchita Piquer la semana que viene», relata Emilia. Por desgracia, estos planes de futuro inmediato se fueron al traste apenas unas horas más tarde.

Rosa, otra vecina con la que tenía bastante relación, escuchó en torno a las once de la noche ruidos «como si estuvieran moviendo muebles» y acto seguido gritos de socorro. La mujer subió a ver si se encontraba bien María, pero cuando se acercó, ya en el rellano, oyó cómo Emilio le ordenaba: «¡No abras la puerta!». En ese momento ambos se encontraban todavía con vida. Rosa se quedó con el móvil en la mano a punto de llamar a la policía, según le reconoció posteriormente a otras vecinas, pero no lo hizo.

«La escuchó sollozar tras la puerta, pero creyó que se trataba de una discusión más», explicó Emilia tratando de controlar las lágrimas. «Me he quedado sin una gran amiga, estoy nerviosa perdida, me voy a tomar algo, no puedo más», se lamentaba.

Aunque en un primer momento los vecinos que menos los conocían llegaron a decir que la relación era perfecta y que no escuchaban discusiones, indagando en el entorno más próximo de la mujer sí que reconocieron que el presunto asesino era un «hombre chapado a la antigua» que solía gritarle a su mujer. «En verano, con todo abierto, se les oía discutir y llamaba a su hija, que vive cerca, diciéndole: 'Toñi llama a tu madre y pregúntale qué va a hacer de comer'. Ella ya me entendía».