Francisca tiene 58 años y todo el cuerpo vendado. Sólo los orificios de su nariz y una mirada herida asoman de un cuerpo maltrecho que podría haber corrido peor suerte si el sargento Orta de la Guardia Civil no se hubiera atrevido a entrar en su bar en llamas esta semana en Alginet. Hijo y nieto de guardias civiles y con 15 años en el Cuerpo, el sargento Orta del GRS 3 de Valencia fue el «salvador» de Francisca, la mujer que pese a las quemaduras que ya tenía, intentó apagar el fuego del bar en el que trabaja en la localidad de Alginet.

Este suboficial se dirigía a su casa cuando se extrañó al ver «entre doce y quince personas» mirando hacia el interior de un bar. Fue el humo que salía del local lo que le hizo estacionar su vehículo y entrar rápidamente.

«Cuando abrí la puerta escuché los gritos de la mujer, pero no veía nada, apenas podía respirar, había un olor muy fuerte a plástico quemado. Yo seguía las voces que me llevaron a la cocina. Encontré a la mujer rodeada de llamas», relata el sargento. Al parecer, la mujer estaba en estado de shock e intentaba apagar el fuego con las manos, ajena al riesgo que estaba corriendo.

En ese momento, el agente se identificó como guardia civil y le pidió a la mujer que confiase en él «porque la iba a sacar de allí». Pensó en cogerla del brazo para sacarla, pero fue consciente del riesgo de que podía agravar las quemaduras que ya sufría y optó por guiarla colocando las manos en su espalda, el único punto no afectado por el fuego y el calor.

Regresó para apagar el fuego

Una vez en la calle, la sentó en una silla y le pidió a los vecinos que intentasen que Francisca no se tocara la cara mientras llegaba la ambulancia. Pero la mujer «insistía en volver a entrar», completamente obcecada por el shock, explica Orta.

Mientras tanto, el sargento regresó a la cafetería, buscó a tientas un extintor y sofocó el incendio, poniendo en grave riesgo su vida. Al parecer, el inició del incendio podría haber sido el desprendimiento de la campana sobre los fogones.

Después, el agente buscó entre el humo el cuadro de luces y desconectó los diferenciales para «evitar que el fuego se propagase y el siniestro fuese aún mayor». El sargento atribuye «al instinto de guardia civil el haber entrado en el bar con el único pensamiento puesto en salvarla y a la experiencia el haber ido resolviendo con frialdad la situación».

Cuando Orta volvió a salir, el hijo se la había llevado al ambulatorio, donde la recogió la ambulancia que la llevó a la Unidad de Quemados del hospital La Fe de Valencia.

Francisca tiene vendado todo el cuerpo, desde los pies hasta la cabeza, excepto los orificios de la nariz y los ojos. Además, el humo le afectó al sistema respiratorio por lo que está sedada y entubada. Solo puede recibir visitas dos veces al día y a través de un cristal.

El sargento acudió al día siguiente, jueves, al hospital para visitar a Francisca. La familia «me dio las gracias mil veces y el hijo incluso me abrazó muy emocionado, con los ojos vidriosos. Me dijeron que se preguntaban qué habría pasado si hubiese tardado un minuto más», confiesa.

Respecto al peligro al que se expuso, afirma tajante: «Eso no lo piensas. Sólo actúas. Sé que hubo riesgo, pero si volviera a nacer mil veces, mil veces volvería a entrar a esa cocina pese al fuego para salvar a la mujer. Es un instinto innato que tenemos los guardias civiles».