Una noche más, María Chamón se dispone a salir al balcón para contemplar a su estrella. No puede dormir. Hace tiempo que sus cabellos rubios recelan de la almohada; como si ésta ya no pudiera aportarle la complicidad de antaño, cuando se sentía feliz y completa. Antes de cruzar el umbral, recoge unos cuantos folios en blanco de encima de la mesa y observa silenciosa el salón, repleto de fotografías envueltas por marcos sencillos. De todas, hay una que siempre consigue llamar inmediatamente su atención por un motivo muy especial: fue la última que se hizo junto a su hija Laura unos días antes de que un par de manos asesinas la apartaran de su lado.

Desde hace doce meses hasta ahora, María siente que todos sus momentos forman parte del 6 de agosto de 2015; el día en que el tiempo se paró para siempre a las cinco menos cinco de la tarde. A esa hora, Laura salió del dormitorio tras haberse despertado de la siesta, cruzó el salón y se despidió de ella por última vez. «¡Me voy a tomar algo!», dijo con un tono de voz particularmente gracioso que solía emplear para avivar las sonrisas de quienes la rodeaban.

A sus veinticinco años, la hija pequeña de Fernando del Hoyo y María Chamón había creado un mundo en el que sólo existía felicidad; un sentimiento que supo transmitir a través de gestos tiernos y desinteresados que pronto consiguieron deslumbrar a todas las personas que la conocieron, entre ellas, a su amiga Marina Okarynska, con quien forjaría un vínculo que se mantendría inmaculado hasta el final de sus vidas. Ese instante en que la adorable Laura descubrió que la oscuridad también se hallaba oculta entre los colores del arcoíris.

Lo que en realidad ocurrió aquel día es algo que, previsiblemente, se encuentra sumergido entre los cientos de documentos que integran la investigación policial y judicial del llamado doble crimen de Cuenca. Aún así, las revelaciones periodísticas han permitido conocer a lo largo de estos doce meses algunos detalles que acontecieron aquella fatídica tarde de jueves en la que Laura recogió en su vehículo a Marina, de veintiséis años, para dirigirse al domicilio familiar de Sergio Morate Garcés, de veintinueve años y exnovio de Okarynska, en el complejo residencial Ars Natura de Cuenca. Según trascendió en su momento, y posteriormente sería confirmado por los familiares de las jóvenes, las dos amigas fueron a aquel lugar porque Marina pretendía recoger una serie de enseres personales y no quería ir sola.

Seis días después, mientras policías, familiares, amigos y voluntarios trataban de encontrar el paradero de las chicas desaparecidas, un hombre que se encontraba con su bicicleta en una zona de piscinas naturales y pozas situada en las inmediaciones de la localidad conquense de Palomera, puso fin a la angustiosa espera de la peor forma que cabría imaginar. Entre la vegetación, el testigo encontró un túmulo realizado con premeditación y cobardía. Laura y Marina habían sido asesinadas.

La amarga espera

Ya en el exterior, María apoya sus delicadas manos en la balaustrada de la terraza, mientras el aire fresco de la noche acaricia sus mejillas y le revuelve el pelo. Si cierra los ojos, puede traer de vuelta el sonido familiar de un claxon y la voz alegre de su pequeña, procedente de un viaje lejano. «Mami... mi mami bonita, estoy aquí», siente en lo más profundo de su corazón, a la vez que, al entreabrir los párpados, sus pupilas quedan absortas en el firmamento.

A esas horas de la noche, la calle de Lusones está totalmente desierta; un ambiente distinto al que podía respirarse doce meses atrás, cuando una multitud de almas solidarias se agolpaba frente a la vivienda de la familia Chamón para hacerles llegar sus mejores deseos. Laura y Marina acababan de desaparecer y nadie del entorno de las jóvenes podía prever el desenlace tan desolador que iba a suceder unos días más tarde, ni siquiera la Policía.

En líneas generales, María está satisfecha con la actuación policial, aunque reconoce que la misma noche en que echaron en falta a su hija, los uniformados erraron al calificar la desaparición como una simple «escapada de verano».

En realidad, la ausencia de las jóvenes tenía tintes sospechosos; entre ellos, el hecho de que Laura no se presentara a cenar aquella noche con su hermana Sonia, cuando ambas así lo habían acordado. Si los agentes hubieran hecho un buen interrogatorio se habrían dado cuenta de que la joven no se habría querido perder aquella cita por nada del mundo. En primer lugar, porque Laura sentía adoración por su hermana mediana, con la que compartía amistades y confidencias, y en segundo lugar, porque hacía tan sólo cuatro días que ella, junto con Marina, había regresado a Cuenca procedente de Valencia para empezar una nueva vida cerca de su familia.

Asimismo, se daba la circunstancia de que Laura tenía a su «perreta» Lulú; una mascota pequeña de rasgos delicados que le hacía compañía en la capital del Turia, y por la que sentía un gran cariño y responsabilidad. Por ello, la familia Del Hoyo Chamón supo desde el principio que nunca la habría dejado sola, sin sacarla a pasear, durante aquellas horas que parecieron infinitas.

La desaparición empezó a tomar un matiz más oscuro tras el hallazgo del vehículo de Laura. El automóvil apareció estacionado en la calle de Fausto Culebras, a un kilómetro de distancia del domicilio de Sergio Morate Garcés, la misma noche en que se interpuso la denuncia. Tal y como pudieron comprender los familiares, resultaba extraño que Laura hubiera aparcado el coche en aquel lugar cuando lo que pretendía era que su amiga recogiese una serie de objetos personales, como así se evidenció tras efectuar las primeras pesquisas. Por otro lado, el hecho de que dentro del vehículo se hallara el bolso de la joven con su documentación, el teléfono móvil y unas medicinas que ésta debía tomar a diario para cuidar su corazón, hizo saltar las primeras alarmas en la Policía. Sin duda, la teoría de la escapada voluntaria empezaba a perder consistencia.

Poemas hacia el cielo

Desde que tuvo constancia del asesinato de su pequeña, María necesita fusionarse con el viento de la noche y expresar sus sentimientos más íntimos a través de la lírica. Así, lo que en un principio son unas hojas de papel fácilmente maleables, la experiencia y la dedicación constante consiguen concebir unos versos imperecederos que anidan en lo más profundo del alma.

Una alegre tarde de veranoun 6 de agosto del año pasadocomo a ti Señor en el Calvarioa mi hija Laura me mataron,tras la noche y su negruraallí tirada me la dejaroncon la luna llena en el cieloluna, que con luz de platailuminó el firmamento.

¡Qué pena y qué dolor mi Señor!Con lágrimas en los ojoscomo la Madre de mi Señorsentí siete puñalesclavados en mi corazóny ensangrentadotodo mi cuerpo quedó.

Entre estrofa y estrofa, María coloca con gesto dulce la palma de su mano sobre la hoja de papel escrita y alza el rostro en busca de esa estrella luminosa que ha observado latir en otras madrugadas. De pronto, cuando consigue hallarla, siente cómo una chispa de emoción contenida a lo largo del día se desata en su interior y nubla su mirada. «Es mi Laura», susurra emocionada, mientras abraza fuertemente su última creación: «Es mi Laura».

Una huella imborrable

Laura del Hoyo Chamón nació el 22 de octubre de 1989 en Cuenca y, desde pequeñita, ya empezó a mostrar un carácter alegre y bondadoso que la haría distinta a los demás. Estudió en el colegio San Fernando y en uno de los institutos de la capital; etapa en la que decidió hacer un alto en el camino para replantearse su futuro. Sentía que aquellas clases no la llenaban, así que comenzó a trabajar en varios comercios del lugar sin perder de vista la senda de sus sueños. Fue así cómo un día descubrió lo que verdaderamente le interesaba: el mundo de la estética y de la peluquería.

Durante ese periodo de descubrimiento personal, Laura mostró su espíritu emprendedor. De ahí que con tan sólo veintiún años decidiera abandonar temporalmente su hogar, con el consiguiente sacrificio emocional que aquella elección suponía, para dirigirse a Valencia, donde trabajó en varios comercios de ropa y de cosmética, se enamoró del mar y dejó una huella imborrable en sus nuevos amigos, entre ellos, su adorada Anais y su inseparable Miriam, su «Miri», con quien compartió una vivienda de alquiler en Xirivella.

«Laura era una chica alegre, sencilla, muy amiga de sus amigos, muy bondadosa, muy luchadora, muy trabajadora, y muy buena hija y hermana», señala su madre, María Chamón, antes de añadir: «Siempre la recordaré con esa sonrisa, con esa alegría y con esa felicidad que ella tenía y sabía transmitir a los demás. Mi hija era feliz con cualquier cosa».

A Laura le encantaba cantar y bailar; unas aficiones que comenzó a desarrollar desde que su madre la apuntó junto a su hermana Sonia a clases de sevillanas cuando eran pequeñas. Con una naturalidad única e inusitada, la joven pintaba los días de color de rosa al ritmo de canciones románticas de Sergio Dalma, a la vez que mostraba constantemente su debilidad hacia sus padres y hermanas Cristina y «Sony»; su abuela María, por quien profesaba una adoración absoluta; su pequeñísima sobrina Elena, y, por supuesto, hacia su «perreta» Lulú, que en poco tiempo se convirtió en un miembro más de la familia.

El último mensaje que Laura publicó en una red social el mismo día de su muerte explica por sí solo las ilusiones y los planes de futuro que quería llevar a cabo tras su regreso a la ciudad de las Casas Colgadas, cansada de que en Valencia ninguna empresa le hiciera un contrato fijo: «¡¡¡¡Ahora sí que sí estoy decidida!!!! Toca nueva etapa, y estoy super feliz, y voy a prepararme para ser una profesional de peluquería, de lo que siempre he querido, y voy a luchar por ello. ¡¡¡No va ser fácil pero voy a conseguirlo!!!». Tal y como le contó a su familia, la joven quería empezar por inscribirse en la Academia de La Paz para completar sus estudios. Aquel iba a ser el primer paso para lograr sus sueños: montar una peluquería, y hacer estética y recogidos de cabello, algo de lo que ya era una experta.

Por su parte, Marina Okarynska llegó durante su adolescencia a Cuenca siguiendo la estela de sus padres. Procedente de Volochisk, en el oeste de Ucrania, su personalidad atrayente y encantadora pronto despertó las simpatías y el cariño de la gente que la rodeaba. La joven, que contaba con veintiséis años en el momento de su asesinato, trabajó como traductora y en varios lugares de la capital; entre ellos, una reconocida confitería de la calle de Carretería y un restaurante ubicado en las inmediaciones de la catedral. En ambos lugares, la joven dejó una recuerdo inolvidable.

«La quería como una hija», manifiesta Enrique, un antiguo compañero de trabajo de la joven. «Marina era una persona estupenda, amiga de sus amigos, y si podía hacer algún favor a alguien lo hacía. Recuerdo que una vez un cliente de la confitería se dejó olvidado el dinero y no podía pagar la consumición. Cuando Marina se enteró, le faltó tiempo para salir del local, buscar un cajero automático y prestarle la cantidad que le hacía falta. Tengo un recuerdo inmejorable de ella, al igual que de Laura, quien también trabajó aquí durante un verano», completa.

Cuatro años antes del luctuoso suceso, Marina Okarynska conoció al que la investigación policial apuntó desde el principio como su verdugo: Sergio Morate Garcés; un joven musculoso, asiduo del gimnasio, la ropa de marca y los vehículos deportivos, que había sido condenado a tres años y dos meses de prisión en 2008 por secuestrar y amenazar durante casi dos horas a una exnovia con la que mantuvo una relación de tres años y medio.

Ya en la cárcel, Morate supo ocultar a la perfección su verdadera identidad y, pese a la gravedad del delito que había cometido, fue puesto en libertad por buena conducta dieciocho meses después. Posteriormente, cuando el lobo volvió a mudar su piel y fue detenido en 2010 por «corrupción de menores o incapaces» y delito contra la integridad sexual, al ser descubierto con material pornográfico en su ordenador, las autoridades judiciales decidieron hacer la vista gorda y no adjudicarle la condena que le correspondía. Para María Chamón, la madre de Laura, siempre quedará la duda: tal vez, si la justicia hubiera actuado con rectitud en cada uno de esos momentos, el asesinato de su hija y el de Marina podría haberse evitado.

Alrededor de cinco años antes de su asesinato, Marina Okarynska inició con Sergio Morate una relación sentimental que pasó por varios momentos críticos; entre ellos, el advenimiento de un cáncer testicular en el que el enfermo recibió todos los cuidados habidos y por haber por parte de su novia y también el apoyo de la familia de Laura. Así, un día en que María Chamón se encontraba trabajando en su puesto de auxiliar en el hospital Virgen de la Luz, recibió una llamada telefónica de su pequeña en la que ésta le contaba que el novio de su amiga estaba ingresado en el establecimiento, y le pedía que fuera a visitarlo cuando pudiera. María así lo hizo, entregada como siempre a sus enfermos y, cuando entró en la habitación, se encontró con un joven de aspecto decaído al que trató de animar con sus mejores deseos.

Poco tiempo después, la relación entre Okarynska y Morate empezó a atravesar una espiral de discusiones y desencuentros que tuvo su punto álgido a principios del año 2015, cuando la joven de raíces ucranianas decidió poner tierra de por medio y se marchó a su país natal. Allí empezó una nueva vida que se vería truncada tan sólo unos meses más tarde, en una visita que la veinteañera había planeado con alegría con el propósito de visitar a su familia y a su querida Laura. Según determinó la investigación policial, su exnovio, acostumbrado a una vida de lujos, fue incapaz de digerir que la había perdido para siempre. De esta manera, las bridas y la cal viva se convirtieron en una nueva necesidad material con el paso de los días.

Confesiones

Cuando a lo lejos, el cielo está próximo a clarear, María continúa escribiendo y rememorando los momentos tan intensos y hermosos que vivió en compañía de su hija: veinticinco años repletos de encuentros únicos e inolvidables en los que la sonrisa de Laura conseguía eclipsar cualquier instante de dolor; como aquella vez en la que su pequeña la había acompañado a una revisión a Toledo por un problema en la espalda y durante el trayecto la animaba con su gracioso tono de voz, diciéndole: «mami, adelante, que tú puedes»; o aquella otra vez en la que estuvieron de vacaciones en Canarias con Sonia y pudo contemplar a sus hijas disfrutando entre las olas, cubiertas de espuma; como si no hubiera nada más precioso en el mundo.

Con una certeza absoluta, María sabe que Laura siempre había estado allí; al igual que ella también había hecho lo propio en los momentos alegres y en los tristes, incluido el más amargo de todos; cuando tuvo que aguantar en actitud estoica mientras el féretro de su hija desaparecía para siempre ante su mirada. Desde ese momento, su vida se encaminó a la búsqueda de la justicia, a la que reclama la máxima pena para el asesino, aunque reconoce que «el castigo más justo para él sería que lo llevaran a Palomera, lo ataran de pies y manos y lo metieran en la fosa con cal viva». Algo similar que a lo que él hizo con su hija y con Marina, antes de marcharse.

Tras una sospechosa salida de España, Sergio Morate Garcés fue detenido en la ciudad rumana de Lugoj el 13 de agosto de 2015. Allí, la policía rumana, en colaboración con las autoridades españolas, sorprendió al actual imputado por los asesinatos de Laura y Marina cuando se encontraba hospedado en la casa de su amigo Istvan Horvath, a quien conoció en la cárcel de Cuenca. Éste, que también fue arrestado tras ser considerado sospechoso de encubrimiento, declaró a los medios de comunicación al quedar en libertad con cargos que su antiguo compañero de presidio le había confesado el doble asesinato, aunque, al parecer, no le había creído.

Unos días después, coincidiendo con el viaje de extradición a España, Morate se sinceró de nuevo. Al menos, esto fue lo que reveló un agente de policía que afirmaba haberse ganado la confianza del detenido, merced a un acercamiento a la figura de su madre. De esta manera, el uniformado explicó en el juzgado que, en una conversación espontánea durante el trayecto de Madrid a Cuenca acaecida el 6 de septiembre de 2015, el sospechoso relató a través de varias expresiones y palabras su implicación en los asesinatos; un hecho que contrasta con la actitud que mantendría unas horas más tarde delante del juez, cuando, antes de ser trasladado a la cárcel de Estremera, el silencioso Morate se miccionó en los pantalones.

Por otro lado, existe el testimonio de un delincuente de nacionalidad colombiana que, curiosamente, se presentó la tarde del crimen en la urbanización Ars Natura aprovechando un permiso penitenciario. Se trata de Alexander Echeverry, otro antiguo compañero de presidio de Morate, que aseguró a la Policía haber quedado ese día con el acusado con la intención de asistir a un concierto en Alicante. Aunque en un principio negó que tuviera algún conocimiento sobre los asesinatos, posteriormente se desdijo y manifestó ante los investigadores que, tras llegar a la vivienda de su amigo procedente de Madrid, éste le confesó que tenía a Marina Okarynska en la casa. Según esta nueva declaración, en ese momento decidió marcharse a Alicante, haciendo caso omiso a una petición del propio Morate en la que le solicitaba que llevara lejos un vehículo que se encontraba aparcado en las inmediaciones del complejo residencial.

Para María Chamón, resulta «vergonzoso» que Echeverry no hiciera en su momento una llamada anónima para denunciar todo lo que sabía, pues entiende que este gesto le hubiera permitido, al menos, despedirse de su hija de otra manera. Asimismo, la madre de Laura manifiesta sus dudas respecto a algunos puntos concretos del caso, entre ellos el hecho de que Sergio Morate Garcés «tuviera tanta suerte de que nadie le viera en una comunidad tan grande como Ars Natura y que ni su padre ni su madre sospecharan de él cuando estuvo en Palomera».

Amanecer

Al despuntar el alba, el canto de los pájaros comienza a escucharse tímidamente en los alrededores de la calle de Lusones.

En un esfuerzo notable, María alza los ojos hacia el infinito para volver a buscar la estrella dorada que la acompaña todas las noches. Para su asombro, ya se ha ido. Sin embargo, a lo lejos, el horizonte empieza a iluminarla con una nueva luz atrayente y cegadora. Laura se acaba de despertar, dice para sí, mientras trata de imaginar a su pequeña «en un lugar mejor donde pueda lograr los sueños que aquí le arrebataron». A ella y a su amiga. Un lugar, piensa, en el que pueda peinar a los ángeles, cantar y bailar con las estrellas.