Desde que Salvador R. L ingresó en la cárcel, su actitud ha sido altiva y desenfadada, afirman los presos de confianza que comparten con el la Enfermería de la prisión, donde pasará las primeras semanas bajo el habitual protocolo de prevención de suicidios en los casos de delitos de sangre.

Pero su actitud ayer, durante el rastreo llevado a cabo por la Policía Nacional en una caseta de su propiedad, en Riba-roja, para recuperar el cuchillo cebollero usado para matar a Antonio Navarro, fue bien distinta. Aunque es cierto que mantuvo una actitud distendida e incluso jocosa en la primera media hora, acabó derrumbándose y echándose a llorar cuando le ofrecieron agua y una silla.

Mientras un grupo de agentes abría, a pico y pala, la fosa séptica de la parcela en la que había arrojado el arma poco después del crimen. Así lo había confesado tras su detención, pero el primer rastreo no sirvió para encontrarla.

Ayer, pasada la una de la tarde y tras utilizar una sonda con cámara, la policía encontró, a más de dos metros bajo tierra, la bolsa de plástico blanca con el cuchillo en su interior que Salva había arrojado dentro del pozo en agosto pasado. La policía científica examinará ahora el arma en busca de restos de sangre y ADN tanto de la victima como del autor, si bien el largo tiempo entre aguas fecales puede haber alterado la muestras.

Salvador fue devuelto de nuevo a la cárcel de Picassent sobre las dos de la tarde, tras apenas cinco horas fuera del establecimiento penitenciario.