Se llamaba Maxim, era de Ucrania, tenía 32 años y un severo problema con el alcohol. Residía en el centro de la Comisión de Ayuda al Refugiado (CEAR) de Cullera hasta que, a finales de julio pasado, le buscaron un programa de desintoxicación que debía llevar a cabo en València. Duró una semana. Se fue sin dar explicaciones y nadie había vuelto a tener noticias suyas hasta que, a primera hora de la tarde del miércoles, un joven que buscaba chatarra en el área descampada de la parte trasera del Hospital de la Ribera, en Alzira, encontró sus restos esqueletizados. Su desaparición nunca llegó a ser denunciada.

Fuentes próximas al centro han explicado a Levante-EMV que Maxim llegó al CEAR de Cullera en primavera y que, durante los meses que pasó acogido en él, jamás tuvo un solo problema con nadie. Era un hombre alto, que siempre lucía coleta y muy delgado y que solo generaba algún malestar cuando bebía.

A finales de julio, lograron encontrar para él plaza en un centro de desintoxicación de València y organizaron su admisión en uno de los programas para superar el abuso del alcohol. Llevaron a Maxim hasta allí, pero a la semana, se fue sin decir nada. Ya no regresó. De allí se fue a Alzira. Varios trabajadores del hospital lo recuerdan pidiendo junto a la puerta de urgencias. Muchas veces, con síntomas de haber bebido. En esas ocasiones, se limitaba a sentarse cera del hospital o se iba al descampado existente en la parte trasera del párking para dormir.

A pesar del tiempo transcurrido, siete largos meses, nadie lo ha echado de menos como para acudir a una comisaría a denunciar su desaparición. El pasado miércoles, Francisco, un joven de 19 años que sobrevive vendiendo la chatarra que encuentra, cruzó esa loma montañosa en busca de algo de metal. Cuando bajaba para ir a por sus herramientas, porque había visto una puerta de hierro, se topó con parte de la cadera y un fémur que sobresalían de los restos de un pantalón corto ajado y roto que aún conservaba el cinturón en las trabillas. Corrió despavorido hacia el hospital e intentó alertar a unos enfermeros que fumaban en el exterior. Se limitaron a decirle que acudiese a la policía, que ellos «ya no podían hacer nada por salvarle la vida», recuerda Francisco.

La Policía Nacional envió un coche patrulla y en minutos, el descampado se llenó de agentes de la comisaría de Alzira. Poco después llegaban los especialistas del grupo de Homicidios de València y del laboratorio de la Policía Científica.

A lo largo de esa tarde y de la mañana siguiente, los agentes recuperaron prácticamente el esqueleto completo (las alimañas diseminaron los restos). Los forenses concluyeron que no pueden establecer la causa de la muerte, ya que los huesos no tienen una solo señal compatible con una muerte violenta y los tejidos blandos han desaparecido por completo.

Sin embargo, todas las circunstancias que rodean este caso apuntan a que Maxim no ha sido víctima de un homicidio, sino de su propio alcoholismo, que le llevaba a esconderse de la gente cuando perdía el control o había bebido tanto que se dormía durante horas en cualquier lugar y condición. Mezclaba alcohol con el vino porque es más barato y sacia el hambre. Por el contrario genera un aumento violento de la temperatura, lo que, en este caso, debió ser letal. Sin embargo los forenses ni siquiera dan esto por sentado, dado el tiempo transcurrido y la destrucción de los tejidos producida por la putrefacción.

De momento, nadie se ha hecho aún cargo del cuerpo, por lo que la Policía deberá tratar de localizar a sus familiares en Ucrania para informales de lo sucedido y del proceso para hacerse cargo. En caso de que no encuentren a nadie o la familia no disponga de medios, será la Administración quien asuma darle sepultura. De momento, sus restos permanecen en una de las neveras del Instituto de Medicina Legal de València.