El aprecio que tenía por su víctima, «un referente en los negocios», y el remordimiento que le impedía vivir un solo día más sin que su familia supiera lo que le había ocurrido le hizo acudir a la policía -aunque el caso lo llevaba la Guardia Civil- y confesar su asesinato trece años después, incriminando a su vez a otros tres amigos que hoy se sientan junto a él ante un jurado popular para responder por el crimen de Juan Pablo Langa, alias 'Tejo', el joven de 25 años cuyo cadáver fue hallado carbonizado y con un tiro en la cabeza en un descampado de Bonrepòs i Mirambell en mayo de 2004.

Uno de los guardias civiles del grupo de Homicidios que grabó su confesión relató ayer en el juicio los pormenores de su testimonio, en el que el procesado dio todo lujo de detalles, ubicaciones y marcadores temporales «que solo podían saber las personas que estuvieron presentes en el crimen, los investigadores, los forenses o el juzgado». Pese a que el martes el asesino confeso se retractó y alegó que se autoincriminó y acusó al resto de procesados «por venganza», este investigador que se hizo cargo del caso en 2017 (en febrero de 2006 el juzgado lo había sobreseído por falta de autor conocido- insistió en que esta confesión «es una de las más sinceras» que ha visto durante los once años que lleva investigando homicidios y «100% creíble», incluso recuerda que incluso se puso a llorar.

Los calzoncillos y la moto

Además, dio detalles que jamás salieron publicados en la prensa y que solo podía saber si había estado allí, como el hecho de que el fallecido no llevara calzoncillos o que le hubieran puesto un pasamontañas en la cabeza para trasladarlo al descampado donde 'Flai' le ejecutó de un «único disparo», con orificio de entrada y de salida. Asimismo, después de que Enoc S., campeón en artes marciales, lo redujera mediante el método del 'mataleón', como así les relató el asesino confeso, fueron a una farmacia a comprarle unos calmantes -circunstancia que el análisis toxicológico realizado en la autopsia del cadáver también ha probado que era cierta.

Juan Carlos Navarro, abogado de la defensa del presunto asesino confeso, trató de establecer algunas de las informaciones erróneas que dio su cliente en esta confesión, que ahora dice que se inventó, como que le rociaron con gasolina - cuando en la causa figura que fue con disolvente- o que el arma de fuego que utilizaron -y que nunca ha sido localizada- era una nueve milímetros parabellum que había sido sustraída a un policía nacional, cuando posteriormente ha llegado información de que era supuestamente un revólver del 38.

Pero sin lugar a dudas, uno de los indicios más evidentes de que su confesión era totalmente cierta y que lo incriminan a él es que la moto del fallecido, a la que dijo que le habían quitado la matrícula -cosa que nadie sabía- fue hallada dos meses después del crimen en un garaje de la finca del barrio de Ciutat Fallera donde él tenía un piso. Allí fue donde presuntamente retuvieron a su víctima, lo esposaron y sedaron, antes de arrebatarle las llaves para ir a su domicilio y apoderarse de sustancias estupefacientes y unos 3.000 euros.

A todo ello se suma que en las posteriores escuchas telefónicas dos de los acusados mantienen unas conversaciones incriminatorias con sus respectivas novias.