(Nota al lector: 

Esta información fue elaborada por Levante-EMV en el año 2019 con motivo del 27 aniversario de la desaparición de Miriam, Toñi y Desirée, las niñas de Alcàsser. Hoy, 13 de noviembre de 2020, recuperamos este especial sobre el triple crimen de las jóvenes.)

Viernes, 13 de noviembre de 1992. Míriam, Toñi y Desirée, tres jóvenes de 14 y 15 años, se dirigían con prisas a la discoteca Coolor de Picassent. No llegaban a tiempo a una fiesta light que iba a terminar a las nueve de la noche. A las ocho y veinte de la tarde, un Opel Corsa blanco las recogía mientras hacían autostop. Les quedaban 800 metros hasta la discoteca, pero nunca llegaron. Esta es la crónica del triple asesinato de las niñas de Alcàsser, un crimen que ocupa un lugar destacado en la crónica negra nacional y que, 26 años después, Netflix recupera en la docuserie El Caso Alcàsser, cuyo éxito está garantizado.

Cartel de la búsqueda de las tres niñas de Alcàsser

Qué queda hoy de aquel triple crimen, de clase y de género, que removió conciencias y convirtió a tres niñas de un, entonces, desconocido pueblo valenciano en las hijas de cualquier familia española? ¿Hasta dónde caló la versión circense e interesada que del sumario hizo uno de los padres y cuántos buscadores de audiencias se le quisieron unir? ¿Hubo un antes y un después del caso Alcàsser? Ni siquiera hoy las respuestas son fáciles, ni únicas. Hay, sin embargo, un punto de encuentro entre quienes vivieron aquello en primera persona: pasar página, pero sin olvidar.

El día, un viernes 13. Las víctimas, tres niñas de tres familias de clase media, abriéndose a la adolescencia, ingenuas y felices en su mundo perfecto y ordenado. Los autores, dos tipos del lado opuesto, inadaptados sociales, crecidos en el seno de familias rotas y desestructuradas, apartados de la norma e inmersos en la delincuencia más marginal, la del último escalafón de las drogas y de los atracos a bancos al más puro estilo Vaquilla. El crimen, un compendio de saña, rencor, daño y sometimiento, de humillación encarnada en las violaciones, torturas y asesinatos de las tres chicas. El móvil, ese, que eran mujeres, y sus ejecutores se creyeron dueños de la vida y de la muerte.

El escenario, una España adicta a los programas de televisión que, por primera vez en nuestro país, hablaban de gente real que contaba sus experiencias reales ante un público real, los reality shows. Un cóctel explosivo que, aunque en noviembre cumplirá 27 años, nadie ha logrado desactivar definitivamente. Es, a todas luces, un guión perfecto en las manos de algún realizador. Un trabajo apetecible y, a buen seguro, rentable. Sin embargo, durante más de dos décadas nadie se había atrevido con ello. La sombra del estigma del caso Alcàsser siempre ha sido demasiado alargada. Quien lo tocaba, se quemaba.

Ahora, 26 años y medio después, ha llegado a las pantallas el primer proyecto audiovisual sobre el caso, en formato documental y con estreno simultáneo en 192 países bajo el paraguas de Netflix. «El caso Alcàsser» es obra del director y guionista Elías León Siminiani, candidato al Goya a la mejor película documental en la edición de este año y dueño de un Emmy al mejor drama obtenido en 2002, entre otros galardones.

Un caso muy especial desde sus inicios

Pero, ¿por qué este true crime ha sido siempre tan especial? ¿Es sólo el dolor por el cruel asesinato de tres adolescentes vejadas hasta el preciso instante de su muerte? No. Es ese algo, mucho, más, que impregnó, desde sus inicios el caso.

No era la primera vez que en España, ni siquiera en la Comunitat Valenciana, se producía un triple crimen. Víctimas y autores no eran personajes conocidos. Sin embargo, desde el primer instante, el tratamiento fue distinto, especial. ¿Se produjo en un contexto histórico único? Ciertamente, sí. En aquel tiempo, principios de los noventa, se habían registrado una sucesión de raptos, violaciones y asesinatos de niñas en diferentes puntos del país. Villalba, en Lugo; Huelva; Burgos habían sido escenario de crímenes de esas características. Algunos, cometidos por enfermos mentales y otros —esta es una de las claves— por presos reincidentes.

En esta ocasión, no era una, sino tres, las chicas desaparecidas. El único acicate que le faltaba al caso era el padre de una de las víctimas, Fernando García, erigido en protagonista absoluto de la búsqueda. Era sólo un ciudadano más de los casi 8.000 censados en Alcàsser, pero su ayuntamiento le cedió, sin pensarlo, apenas 24 horas después de la desaparición, un despacho propio en el consistorio, con teléfonos, fax y cuanto hiciera falta a su disposición.

En ese momento, Paco Lobatón enamoraba hacía ya tiempo a las audiencias con su programa «Quién sabe dónde» y reinaba en solitario en la franja horaria mejor pagada de la televisión, el codiciado prime time nocturno. En aquel tiempo, la policía y la Guardia Civil vieron crecer como la espuma las estadísticas de desapariciones. «Es que en la tele me piden que denuncie si quiero que busquen a mi primo. Hace veinte años que no lo veo, ¿sabe?». Era una respuesta que escuchaban a diario los funcionarios policiales de las oficinas de denuncias.

Fernando García atiende a los medios al día siguiente del hallazgo de los cuerpos de las niñas. A su lado, Fernando Gómez, padre de Toñi

«Usted es importante porque le acaba de pasar una desgracia»

VANESSA GARZÓN/T. D.

El crimen de Alcácer, como otros muchos, conmocionó a buena parte de la sociedad por su propia naturaleza, pero, a diferencia de los demás, estuvo en el candelero mucho más tiempo por razones económicas y psico-sociológicas. El asesinato de Toñi, Míriam y Desirée coincidió con una eclosión de los reality show que vieron en él un filón, en opinión de José Gil Martínez, psicólogo municipal de Alcàsser y profesor asociado de la Universitat de València.


Ocurrió además en una coyuntura marcada por la transmisión televisiva de la guerra del Golfo de 1991. Precisamente, la explotación emocional del crimen alcanzó su punto paroxismal en los medios audiovisuales que, a juicio de Gil Martínez, tenían que rentabilizar sus inversiones. Algunos desplazaron medios y personal hasta Alcàsser: «Unos alquilaron un bajo para hacer su programa y otros fueron peregrinando de una casa a otra», recuerda.


«Se diseñó una campaña para vender el dolor», espeta.


De otro lado,entró en juego un tercer factor: «Fernando García se propuso que el tema no se olvidara hasta que las niñas aparecieran aun a costa de dar espectáculo ¿Pero qué sentido tenía que siguiera en la brecha después?», se pregunta.


Para este psicólogo, en los requerimientos de los medios subyacía una máxima que fue calando inconscientemente en alguna de las víctimas: «Cada vez que se les hacía hablar era como decirles: «Usted es importante porque le acaba de pasar una desgracia».


Así, el afán de alguno de los protagonistas por preservar su notoriedad habría alimentado el circo mediático, que acabó multiplicando el impacto social del crimen: «Los niños tenían pesadillas con los detalles escabrosos que daba la televisión; aumentaron las fobias; las mujeres que habían sido violadas, lo recordaban; algunas amigas tuvieron problemas en los estudios…».


Algunos de esos efectos desaparecieron pronto. «Los jóvenes volvieron a hacer autostop», explicaba el psicólogo de Alcàsser en una entrevista con Levante-EMV en 2002. Otros, han persistido, como el miedo inculcado a las chicas, coartando su libertad y contribuyendo aún más a convertirlo en un ejemplo de crimen de género: no solo fueron secuestradas, humilladas, vejadas y asesinadas por ser mujeres, sino que que su asesinato acabó coartando a toda una generación de niñas, adolescentes y jóvenes que aún hoy recuerdan con un miedo atávico aquella ‘enseñanza’.

¿Tan fundamental fue el papel de los medios de comunicación y, principalmente, el de las televisiones? Un vecino anónimo de Catarroja, con la perspectiva que da el paso del tiempo, da la respuesta: «El caso tiene su origen en los reality shows ha demostrado el poder de un medio como la televisión para hacer calar en la gente una gran mentira como es la de la conspiración».

Desde la catapulta que supuso «Quién sabe dónde», la búsqueda de las tres niñas pasó a ocupar los informativos y las páginas de los diarios de todo el país. Cada español aspiraba a convertirse en «el-que-había-encontrado-a-las-niñas de-Alcàsser» y conforme pasaban los días se sucedían los avistamientos por todo el territorio nacional.

El Estado al completo al servicio de las tres familias

Las tres familias, con Fernando García al frente, fueron recibidas por el delegado del Gobierno sólo cuatro días después de las desaparición. El presidente de la Generalitat se entrevistó con ellos a los doce días. Antes de un mes estaban en el despacho del ministro del Interior y por Navidad, cuando llevaban 41 días desaparecidas, era el propio presidente del Gobierno quien les abría las puertas de La Moncloa.

El día que aparecieron los cuerpos, el Ayuntamiento de Alcàsser ultimaba las gestiones para que la siguiente recepción fuera en el palacio de la Zarzuela, ante los Reyes, entonces Juan Carlos y Sofía. Nunca antes ningún ciudadano en una situación similar había recibido tantas atenciones. Desde luego, ninguno de los padres de esas otras niñas y jóvenes asesinadas en aquel siniestro 1992 recibieron ni ese tratamiento, ni tantas atenciones.

«El afán que están demostrando tanto la policía como la Guardia Civil me llena de tranquilidad y de orgullo». «Los guardias civiles que están en el caso se lo han tomado incluso como un reto personal». Hoy nadie lo creería, pero son frases pronunciadas por Fernando García durante la búsqueda de las niñas. Las hemerotecas sí tienen memoria.

¿Qué pasó, entonces, para que ese Fernando diera paso al otro, el que levantó, con la inestimable y necesaria ayuda del autoproclamado criminólogo Juan Ignacio Blanco, la teoría de la conspiración y pretendió buscar la implicación de oscuros personajes ‘poderosos’ que nunca existieron? ¿Por qué acabó diciendo que nunca ninguna autoridad le había hecho caso?

Una vez más, la respuesta parece estar en la dimensión mediática que siempre ha distorsionado el caso. La estrategia del ventilador, la del difama, que algo queda, acabó por entorpecer incluso el normal desarrollo del proceso judicial que se abrió tras el hallazgo de los cuerpos de las niñas el 27 de enero de 1993.

Caso Alcàsser: momentos clave

Caso Alcàsser: momentos clave

La primera en ser puesta en el disparadero fue la Guardia Civil. De nuevo, la paradoja acompañaba al caso. Las críticas a los agentes se dieron, precisamente, en lo que en cualquier otro momento y circunstancia habría sido un rotundo éxito policial: el último cadáver fue extraído de la tierra, en La Romana, a las seis de la tarde; dos horas después, los guardias civiles habían reconstruido un complicado rompecabezas a partir de una hoja de urgencias de La Fe hecha pedazos y obtenían el primer nombre que les conduciría hasta los Anglés; a las once de la noche, el primer asesino Miguel Ricart, estaba detenido y formalmente acusado de los crímenes.

Pero llegó la primera losa. Anglés, el malvado, el psicópata, el inductor y ejecutor de todas las tropelías sufridas por las chicas, escapó una y otra vez al cerco policial. Se les acusó de ineptitud y les colgaron sambenitos que no fueron ciertos —Anglés no estaba en su casa cuando entró la Guardia Civil; un taxista de Massanassa lo había recogido poco antes en Catarroja para llevarlo a València. El hombre incluso declaró en el juicio, pero las conspiraciones tienden a fagocitar toda realidad—. Sí que hubo, cierto es, dos errores policiales imperdonables que propiciaron su huida.

Dos errores policiales importantes

El primero, en Alborache. A primeras horas del jueves, día 28, Ricart confesó que el mensaje en clave dejado por Anglés en el contestador de su casa cuando llamó en pleno registro policial significaba que él, el Rubio, debía reunirse con Antonio, Rubén, en la caseta de Alborache, donde tenía guardada la pistola. Varios agentes quisieron partir de inmediato, pero un mando retrasó la partida hasta casi las tres de la tarde para reunir el suficiente número de hombres. Cuando llegaron, encontraron excrementos humanos aún tibios. Acababa de huir.

El segundo, en Vilamarxant. El fugitivo se había citado, tras dos encuentros anteriores, a las siete de la tarde del sábado, día 30, con una familia que residía en la estación de tren abandonada de ese municipio. Los conocía porque allí se había refugiado los meses siguientes a los crímenes y había quedado con ellos para comprarles un coche, un Seat Ritmo. Aquellas personas lo delataron, aún a riesgo de sus vidas, para propiciar su detención.

El dispositivo, con agentes camuflados en los alrededores, estaba preparado desde las cinco de la tarde. Sin embargo, el afán de protagonismo de un mando desbarató todos los planes cuando envió a sus agentes uniformados en tropel a detener a Mauricio, el hermano de Antonio, a quien éste utilizó como señuelo mientras él vigilaba cómodamente la escena a unos centenares de metros de distancia. Obviamente, no volvió nunca a ese lugar.

Mientras, los periodistas y los guardias de uniforme se entremezclaban por los montes de Vilamarxant engrosando los archivos fotográficos y fílmicos; los que investigaban, los de paisano, intentaban poner orden en el caos. En algunos aspectos, los agentes de la Policía Judicial se anticiparon a lo que aún estaba por venir. Conscientes de la trascendencia social del caso, grabaron sin sonido las autopsias para evitar tentaciones y filtraciones. Estaban en lo cierto. Uno de los miembros del equipo de investigación llegó a rechazar una oferta de diez millones de pesetas [60.000 euros] que le ofreció un semanario de difusión nacional, ya desaparecido, por la cinta de vídeo. El agente rechazó la propuesta.

La familia que vivía en la estación abandonada de Vilamarxant a la que Anglés pretendía comprar un coche para huir. F. Bustamante

UN NUEVO DESCENSO A LOS INFIERNOS

La locura fue cesando con el tiempo, pero la paz no iba a durar mucho. Los meses anteriores al juicio se convirtieron en la más lúgubre bajada a los infiernos que recuerda la memoria colectiva: cada noche, durante horas, un padre, Fernando García, y su ayudante, el periodista Juan Ignacio Blanco, espoleados por un Pepe Navarro ávido por romper con cada programa su propio récord de audiencia del día anterior, inundaron los hogares de los españoles de mentiras, desconfianzas, acusaciones falsas y sesiones de casquería pseudoforense.

¿Podría haberse evitado tanto disparate? Quizás sí, pero ningún estamento oficial desmintió aquellas barbaridades; ni el juez, ni el fiscal, ni los forenses, ni la Guardia Civil abrieron la boca para reinstaurar la cordura porque los amordazaba el secreto que pesa sobre todo sumario. La única voz disidente con tanta autoridad moral como Fernando era Rosa Folch, en su condición de madre de otra de las víctimas, Desirée. Pero, en aquel momento prefirió el silencio para no entrar en lo que ella sabía como nadie que era un claro juego de intereses económicos y mediáticos.

Para cuando todos ellos intentaron poner el contrapunto, el mal ya estaba hecho. Y esa semilla no ha dejado de germinar… ¿Se ha recuperado la opinión pública española de aquella inyección de veneno administrada implacablemente cada 24 horas? ¿Caló hondo la teoría de los poderosos que raptan a nuestros niños para usarlos como juguetes sexuales y matarlos después? Sin duda.

El tiempo parece haber ayudado a que el sentido común reine de nuevo, pero no del todo. Continúa habiendo muchas personas, demasiadas, que siguen convencidas de la existencia de una trama oscura; si no en todos sus términos, sí, al menos, en parte de ellos. La mayoría, sin embargo, ha superado parte de la intoxicación y cree firmemente en la culpabilidad de Anglés y de Ricart. No obstante, los mantras permanecen en la inmensa mayoría de los valencianos, incluso de los españoles: «Está todo muy liado», «no quedó claro» o «hay más gente implicadas».

Peor aún, las nuevas generaciones, aquellas que ni siquiera habían nacido cuando Desirée, Toñi y Míriam fueron asesinadas, han vuelto a dejarse arrullar por las teorías conspiranoicas del crimen perpetrado por poderosos para satisfacer sus peores instintos sexuales y criminales. El alimento está claro: las cientos, miles quizás, de páginas, blogs, posts, vídeos e imágenes que se multiplican y replican sin cesar en la red de redes, el mayor de los altavoces, para bien y para mal, que en 1992 no era más que un sueño de futuro.

Si algo ha enseñado este caso es que cuando la verdad es tan cruda y fea como esta, tan de andar por casa, muchos buscan alternativas en el reino de la ficción, de las conspiraciones y las fantasías como recurso para no tener que asimilar que el monstruo habita en la puerta del al lado, comparte fila en el supermercado y brinda en la misma barra de bar. Pero eso es objeto de otro análisis más profundo…

Blanca Estrella muestra imágenes del programa «El Mississippi» en una rueda de prensa en la que denunció las mentiras que se vertían en Telecinco. MANUEL MOLINES M. Molines

Pasar página, ¿realidad o utopía?

Aquel cáncer tuvo su metástasis en el juicio. Un triple crimen con autor confeso precisó de dos meses y medio de vista oral para llegar a una condena sin fisuras procesales. La sala segunda de la Audiencia de València se convirtió en un desfile sin parangón de todos los personajes que antes habían pasado por el plató de Pepe Navarro y el de Amalia Garrigòs, en El Juí d’Alcàsser.

«Pero una cosa es la tele y otra el juicio», sentenció entonces ante el tribunal Enrique Anglés, el hermano diagnosticado de oligofrenia de Antonio, quien demostró con esa sentencia ser el más lúcido de cuantos se pusieron ante los focos en aquellos días.

Miguel Ricart durante el juicio José Aleixandre

Dieciséis años y medio separan ambas imágenes. Arriba, Miguel Ricart durante el juicio, en mayo de 1997. Llevaba tres y medio en prisión. Abajo, el asesino, en el momento de salir de la cárcel de Herrera de la Mancha, el 29 de noviembre de 2013. JOSÉ ALEIXANDRE/FERNANDO BUSTAMANTE

Las emociones vividas, sobre todo en aquellos primeros años, han sido demasiado intensas y hoy, todos los que tuvieron algún tipo de relación con el caso quieren pasar página y dejar atrás tanto horror.

Bueno, todos no… El autodenominado criminólogo, por ejemplo, sigue alimentando la esencia de su aportación, la teoría conspirativa, en conferencias que pronuncia, a día de hoy y a precio de catedrático de prestigio, ante decenas de adictos a la tesis de los poderosos que secuestran y matan niños por divertimento.

Y no es el único. Cientos de páginas web, como ya se ha dicho, continúan manipulando, mintiendo, exhibiendo con sesgo y aires de ‘pornografía’ criminal los documentos del sumario y retorciendo los datos para atraer savia nueva a la telaraña. Sin descanso. Olvidando, una vez más, lo único que realmente debería mantenerse en el recuerdo colectivo: las anchas sonrisas de tres chicas que una vez fueron felices y anónimas. Tal vez, sólo tal vez, algún día puedan descansar en paz.