«Tranquilo y colaborador, con buena memoria, sin alteraciones y con un lenguaje fluido y coherente». Así se mostró Gabriel C. A., el padre de los dos niños -de seis meses y tres años y medio- asesinados en Godella el pasado marzo en las tres entrevistas psiquiátricas mantenidas con los forenses del Instituto de Medicina Legal de València encargados de dictaminar la posible existencia de un trastorno mental y su imputabilidad. Al contrario que la madre, presunta ejecutora material de las muertes, quien sí sufre un trastorno psicótico con ideas delirantes que la convierten en una persona inimputable penalmente, tal y como informó ayer en exclusiva Levante-EMV, el informe psiquiátrico del padre concluye que «no se ha detectado ningún tipo de trastorno de la personalidad ni alteración psicopatológica sugestiva de enfermedad mental».

De esta forma, en el caso de María G. M., la joven de 27 años que mató presuntamente a sus dos hijos durante un brote de su enfermedad «con ideas delirantes sobre la existencia de una secta», los forenses recomiendan su internamiento en un centro psiquiátrico. Por contra, en caso de probarse si tuvo algún tipo de responsabilidad el padre, de 28 años y también en prisión provisional ante el riesgo de fuga, éste sí sería perfectamente imputable al no tener supuestamente alteradas sus capacidades la noche en la que se produjo el doble crimen.

El acusado de dos delitos de asesinato como coautor, ya que la Fiscalía considera que fue él quien le metió en la cabeza a su pareja la idea de matar a los niños, siempre ha mantenido su inocencia y califica de «auténtica estupidez» que la acción de María esté relacionada con «las creencias extrañas y rituales» que se le atribuyen a él.

Según relata en las entrevistas con los médicos forenses y también sostiene en su única declaración judicial hasta la fecha, realizada el pasado 22 de noviembre porque antes se negó a colaborar acogiéndose a su derecho a no declarar por recomendación de su por entonces abogada, Gabriel niega que realizara rituales de purificación o que presuma de ser capaz «de hacer regresiones con éxito». Asimismo, también desmiente a su pareja al negar que hicieran vigilias por la noche para que no robaran los espíritus de sus hijos, y lo atribuye a alguna vez que han tenido que hacer «guardias de vigilancia» para evitar robos en la casa.

Respecto de la vivienda 'okupada' en la que vivía la pareja y sus dos hijos -Amiel de tres años y medio y la pequeña Ixchel, de seis meses-, el padre de los niños asegura que fue haciendo la casa habitable con los ingresos que tenía de trabajar en el campo y como camarero en distintos restaurantes, y que obtenían la electricidad de la energía solar.

Durante las dos primeras entrevistas con los forenses el acusado llegó a soltar alguna lágrima al referirse a sus hijos y se mostró frío respecto de la que era su pareja y madre de los niños. Este supuesto duelo dio paso en la tercera y última de sus entrevistas psiquiátricas a un sentimiento de odio hacia María por haber asesinado a los pequeños y de indignación al argumentar que «le han matado a sus hijos y tiene que soportar estar bajo sospecha».

Gabriel se considera una persona «responsable, firme en sus convicciones y en su filosofía de vida». Así como «abierto y transparente en su relación con los demás». Respecto a sus creencias religiosas afirma ser «católico, apostólico y romano, pero no de ir a misa». Incluso contó a los forenses que antes de conocer a María «llegó a plantearse meterse a monje». Sobre las declaraciones de algunas testigos, niega que dijera sobre sí mismo que era «Jesucristo encarnado».

Las horas previas a la tragedia

La mañana del 13 de marzo de 2019, horas antes de la tragedia que acaecería la madrugada posterior, Gabriel relata un episodio en el que el mayor de los hijos se habría caído a un pozo. El fiscal aprecia contradicciones en su relato y considera extraño que no le diera «la más mínima importancia a tal hecho ni tomara medida alguna», pese a que a los agentes les confesó que creía que su novia había tirado al niño de forma intencionada. De igual modo el acusado también niega haber mantenido discusiones con su pareja en los días previos y que ésta le hubiera dicho que «tenía que sumergirse en la piscina para reencarnar la vida de sus hijos».

Tras dicho incidente del pozo María desapareció y regresó ya por la tarde, «feliz, con una sonrisa en la cara», recuerda Gabriel. Tras hablar con ella y justificar su ausencia con un simple «me he desahogado», el procesado asegura que «metió a la perra en la casa, cerró la puerta y se fumó el porro de todas las noches».

Ya de madrugada se despertó y notó como si María acabara de entrar en la casa. «Tenía la mirada extraña, no era su cara». Al percatarse que los niños no estaban le insistió para que le dijera dónde estaban. Ésta le contestó: «Tranquilo, están en paz, están con Dios». El acusado sostiene que salieron a buscarlos, que fueron incluso hasta el cementerio, y que su pareja le «insistía en hacer el amor antes de que saliera el sol porque estaba convencida de que así podía hacerlos renacer».