Siete meses. Siete largos, duros y dolorosos meses. Son los que llevan sobreviviendo la madre y los hermanos de Wafaa Sebbah, la joven española de ascendencia argelina que desapareció el 17 de noviembre de Carcaixent, sin que la investigación del grupo de Homicidios de la Guardia Civil de València y de la UCO haya podido llevarles algún tipo de alivio. Casos como el suyo requieren de los investigadores la paciencia de una araña para tejer la red que atrape a los responsables de la desaparición, pero a la familia se le agota «el alma» porque no tienen respuestas. Ni siquiera malas.

«Es muy fuerte no saber dónde está mi hija, que nadie me diga si está viva o si está...». Soraya es incapaz de terminar la frase, de conjugar el verbo. Se rompe, por enésima vez en este entrevista, en lágrimas. Se repone. Se limpia con un pañuelo y recobra la rabia que la hace seguir en pie cada día. «Yo sé que la Guardia Civil, que la UCO, están trabajando. Vienen a verme. Me preguntan, pero no me cuentan nada. ¿Es que no tengo derecho a saber qué le ha pasado a mi hija?».

Enseguida razona y afirma que lo entiende, que comprende que el sigilo es fundamental en una investigación, pero que no saber la consume. A ella y a los hermanos de Wafaa. En la entrevista está presente una buena amiga de Soraya. Uno de sus sustentos emocionales.

«En esta casa se ha ido la vida. La alegría», resume la amiga, «antes, todos comían juntos, era uno de los momentos importantes del día. Soraya es una gran cocinera. Ahora, apenas cocina, cada uno come lo que puede y cuando puede, apenas hablan... Ella sigue en pie por las pastillas que le ha dado el médico; y aún así, apenas duerme. El hermano mayor de Wafaa, que tiene 17 años, ha dejado los estudios de informática en los que brillaba como pocos y el pequeño, de 13, ha pasado de sacar sobresalientes en el primer trimestre [está en Primero de la ESO] a suspender cinco asignaturas. Se están consumiendo poco a poco».

No solo la pena se está comiendo por dentro a Soraya. También la culpa. «Sueño que ella está en una casa, sentada en una silla como esta», señala a la suya. «Y me mira, me sonríe con tristeza y me dice: ‘Mamá, ¿es que te has olvidado ya de buscarme’».

Al principio, devoraba con los ojos y las manos cada foto de su hija. En papel, en el móvil, donde fuera. «Ahora, no puedo verlas. No lo soporto». Es cierto, mientras muestra dos ampliaciones con primeros planos de la sonrisa infinita de Wafaa, su voz se vuelve a quebrar. Mira el cajón de los medicamentos. «Menos mal que lo tengo lleno», confiesa.

Tampoco es que la ayuden demasiado. El insomnio es una constante. «Me despierto cada noche, a las tres, a las cuatro de la madrugada, porque me parece escuchar que alguien llama a la puerta, como hacía ella. Y creo que es ella, que ha vuelto, pero luego solo es otro sueño»,. Y regresa el silencio.

Los puntos oscuros

Wafaa Sebbah desapareció sobre las ocho de la tarde del domingo, 17 de noviembre, cuando salió de casa de un hombre con el que llevaba un tiempo viviendo para dirigirse a la de una amiga de ella. Ambas viviendas están en Carcaixent y no muy lejos la una de la otra. Esa es la versión que mantiene ese hombre -interrogado ya varias veces por los investigadores-, pero carece de sentido.

Todos los efectos personales de la chica estaban en la casa, incluida su documentación, y no cabe un secuestro en pleno día sin que nadie se percate. Y sin que haya una sola noticia de los hipotéticos raptores. Tampoco una huida, dejando tras de sí, por ejemplo, a su perro, «que era lo que más quería».

Y no ayuda a la tranquilidad el hecho de que alguien manipulase parte de sus redes sociales, eliminando fotos, días después de la desaparición. O que utilizasen sus datos para conectarse a internet.

Los investigadores están convencidos de que si alguien sabe qué sucedió son las personas que más próximas estaban a ella. Todas han declarado ya. Algunas, varias veces. Salvo algunas contradicciones, no parece que hayan servido para mucho, pero quedan muchas diligencias abiertas aún. Y resultados por llegar.

La Guardia Civil está poniendo especial empeño en reconstruir la relación de Wafaa con ese círculo, en el que hay un par de amigas y varios hombres, todos ellos de mediana edad. Una de esas chicas y Wafaa viajaron durante una semana con dos de ellos a Ibiza el verano pasado. Y también a Benidorm.

Aunque no hay mucho a lo que aferrarse, Soraya sigue convencida de que su hija está viva y retenida. «Ella nunca se habría ido con un desconocido», afirma. «Y si la hubieran intentado meter a la fuerza en un coche, se habría defendido. Tiene mucho carácter. Una vez, a su hermano, el mediano, le pegaron unos chicos. No dijo nada, pero se fue ella sola, los buscó y se enfrentó a ellos».

«No me quito de la cabeza que alguien se la ha llevado. Y que me necesita. Y que cree que ya nadie la está buscando. Si al menos alguien me dijese algo...».