La muerte de Isaac Guillén Torrijos, el expolicía local de Catarroja de 45 años cuyo cadáver fue hallado el pasado 16 de junio enterrado en una fosa de Godelleta, fue un asesinato perfectamente premeditado y cometido contra una persona especialmente vulnerable por su discapacidad, ya que el fallecido padecía ataxia cerebelosa, de tipo degenerativo, en estado muy avanzado que le hacía totalmente dependiente. Así lo ha apreciado el Ministerio Fiscal en el auto de imputación formal contra su viuda, Beatriu F. C., en prisión provisional por el crimen tras ser detenida por el grupo de Homicidios de la Policía Nacional después de un arduo seguimiento de la sospechosa hasta que los llevó al lugar donde yacía su víctima. Su hijo, que también participó en el asesinato, según él mismo confesó, se encuentra interno en régimen cerrado en un centro de menores.

Por su parte, la defensa de la acusada, de 40 años, mantiene que su clienta actuó por indicaciones de su propio marido, quien quería que le ayudara a morir. No obstante, todos los movimientos realizados por la presunta asesina, así como la violenta forma en la que terminó con la vida de Isacc, tras estrangularlo con los cordones de unas zapatillas y arrojarlo a una fosa, descartan cualquier posibilidad de muerte asistida o eutanasia.

Antes de estrangularlo y enterrarlo en la fosa, arrojándole tierra y piedras, la acusada drogó a su marido y trató de asfixiarlo abriendo la espita de una bombona de gas butano tras dejarlo encerrado y sin conocimiento dentro del coche. Previamente y antes de desplazarse a la parcela de Godelleta que había alquilado meses antes con la clara intención de preparar el crimen, Beatriu se deshizó temporalmente de los teléfonos de su víctima, del suyo y del de su hijo, entregándoselos a una amiga y a un familiar, para así evitar la localización de sus movimientos, otro indicio más del fin homicida que pretendía.

De hecho, tanto antes como después de cometer el crimen, ocurrido el 1 de diciembre de 2019, los movimientos de la presunta asesina siempre han ido encaminados en dificultar las labores de los investigadores.

Cuatro días después de matar y enterrar a su marido, se presentó en una comisaría de Policía Nacional y denunció la desaparición de éste. Para simular que Isaac seguía vivo, Beatriu activó el teléfono móvil de Isacc y, desde Barcelona, remitió distintos mensajes de texto a varias personas, como informó en su día Levante-EMV. Además, a través de su hijo, realizó llamadas al banco en las que el joven de 17 años se hacía pasar por el fallecido para obtener las claves bancarias de las cuentas del difunto.

Interés económico

Issac y Beatriu contrajeron matrimonio en 2007, cuando la víctima ya mostraba evidentes signos de su enfermedad degenerativa. Allegados del fallecido sostienen que se trató más de un acuerdo económico por el cual a la ahora detenida por su muerte no le faltaría de nada mientras conviviera con él y se hiciera cargo de sus cuidados. En caso de separación o fallecimiento, el dinero sería para los dos hijos de Isaac, menores de edad. De ahí el interés de la presunta asesina en hacer creer que su marido seguía vivo.

La víctima carecía de movilidad en las extremidades inferiores, no podía tenerse en pie por sí solo, no coordinaba adecuadamente los movimientos de las extremidades superiores y presentaba debilidad muscular y temblores. Además, padecía dificultad para articular palabras y sonidos a causa de parálisis o ataxia de centros nerviosos y utilizaba una silla de ruedas eléctrica en sus desplazamientos.

Por todo ello, el fiscal considera que los hechos son constitutivos de un delito de asesinato cometido contra persona especialmente vulnerable. Además, concurre la circunstancia agravante de parentesco. Aunque todavía estamos en una fase temprana de la instrucción, con esta imputación cabe la posibilidad de que la viuda negra de Godelleta se enfrente a una pena de prisión permanente revisable.

Según el Ministerio Fiscal, durante el año 2019 Beatriu F. tomó la decisión de acabar con la vida de su marido. Así, en el mes de octubre, con el fin de enterrar y ocultar el cadáver, arrendó una parcela rústica, sin edificaciones, de unos 1.300 metros cuadrados de superficie, vallada en toda su extensión, situada en la calle San Miguel de Godelleta. Además mandó excavar en ella una fosa de 78 centímetros de profundidad, 130 de anchura y 326 de longitud.

Los preparativos del crimen

«Preparados los medios y de conformidad con el plan que había proyectado», el día 1 de diciembre de 2019, sobre las 15.30 horas, Beatriu sacó a su marido del domicilio, lo subió en el asiento del copiloto del vehículo adaptado Ford Tourneo, propiedad del fallecido. En el coche les acompañaba su hijo de 17 años. Según la reconstrucción de lo ocurrido ese día, acudieron a las inmediaciones de un centro comercial de Xirivella, donde la acusada le suministró unas pastillas a Isacc para hacerle dormir, haciéndole creer que eran para calmar los dolores.

Para evitar que quedara constancia de sus movimientos, dejó el teléfono móvil de la víctima en casa de una amiga, y los de su hijo y el suyo en el domicilio de un familiar en Paiporta. Una vez desprovista de los terminales que podrían indicar su posición, se dirigió en el vehículo con su hijo y su marido, que seguía dormido en el asiento de copiloto, a la citada parcela de Godelleta. Tras aparcar cerca de la fosa excavada, bajaron del vehículo, dejando encerrada a la víctima, y abrió la espita de una bombona de gas butano con el fin de que muriera asfixiado. «Pasado un tiempo, al ver que no había fallecido, Beatriu cogió un cordón de las zapatillas de su hijo, lo colocó rodeando el cuello de su marido y, desde la parte trasera del asiento que este ocupaba, tiró de los extremos estrangulándole hasta causar su muerte», según el fiscal.

En la autopsia los forenses hallaron restos de tierra en los pulmones por lo que no se descarta que la víctima todavía estuviera vivo cuando comenzaron a arrojarle piedras y hasta un bloque de hormigón en la fosa. El resultado definitivo de la autopsia determinará esta cuestión.