La desaparición de sus tres hijas les puso en el ojo del huracán. Recibieron el apoyo de todo un país volcado en una búsqueda que se alargó 75 días y que terminó en un pesar colectivo con el hallazgo de los cadáveres. Lejos de poder realizar el duelo, las teorías conspiranoicas alimentadas por uno de los padres, Fernando García, y defendidas hasta límites escabrosos nunca igualados en España, cayó como una losa entre las familias, que han recorrido caminos distintos casi desde el principio.

El viernes 13 de noviembre de 1992 quedará para siempre marcado a fuego en la memoria de las familias de Míriam, Toñi y Desirée. Fue el último día que vieron con vida a las tres menores. Durante 75 agónicos días, los familiares recibieron el calor de un país que seguía en directo la búsqueda de las niñas. El desenlace de este crimen no fue, ni de lejos, el final de su dolor.

Al hallazgo de los cadáveres en La Romana le siguieron los detalles pormenorizados del calvario de las tres jóvenes, la captura de Miguel Ricart y la huida de Anglés. El juicio que se realizaba en los platós de televisión en paralelo al que se desarrollaba, con luz y taquígrafos, en la Audiencia de València imposibilitó que la sentencia condenatoria lograse cerrar las heridas. De hecho, la decisión judicial no logró acallar el ruido social que había logrado la teoría de la conspiración defendida, principalmente, por Fernando García, el padre de Míriam, y que fue auspiciada en horario de máxima audiencia en las televisiones nacionales. Hoy, sigue viva en internet.

Recogida de firmas en la plaza del Ayuntamiento de València.

La madre de Desirée, Rosa Folch, reconocía a Levante-EMV que «cuando [García] empezó a contar en televisión todas las atrocidades que habían hecho con las niñas y enseñaba las fotos, fue insoportable». Rosa se desligó pronto de Fernando García y de sus teorías, pero el padre de Míriam logró mantener en el tiempo el apoyo de los padres de Toñi, Fernando Gómez y Luisa Moreno. El tiempo le dio la razón a Rosa, la versión de García fue desacreditada por las investigaciones de la Guardia Civil y por un juicio celebrado a los ojos del mundo.

El enfrentamiento público entre la madre de Desirée y el padre de Míriam terminó con la prohibición de que este utilizase el nombre de Desirée o el término «niñas de Alcàsser». No sólo eso: frenó la creación de la fundación a través de la que se recaudaron importantes sumas de dinero y fue la única cuyo tesón llevó a retrasar la excarcelación de Miguel Ricart hasta más allá del cumplimiento máximo de cárcel.

La herida abierta por la tortura, violación y asesinato de Desirée tardó muchos años en comenzar a curarse. «Cada año es igual; primero llegan Todos los Santos y luego el día 13 y, entonces, te acuerdas de que tu hija se fue ese día y no volvió nunca más», describía con dolor Folch en 2002.

Varios jóvenes condenan el crimen y reclaman «Justicia» y «pena de muerte» en València.

Sobre ella cayó otra losa, la del descrédito entre sus vecinos que vieron en el distanciamiento con García el caldo de cultivo de comentarios «de gente del pueblo que piensa que no nos interesamos por la muerte de nuestra hija y que sólo Fernando García hizo algo por descubrir la verdad. ¿Sabes lo que supone escuchar de boca de tus vecinos que no te importa lo que le hicieron a tu hija?». Una vez más, la oscuridad se apoderaba de la luz.

Rosa perdió a su hija menor y, solo año y medio después, en el verano del 94, fallecía su marido, Vicente Hernández, consumido por el dolor. Rosa se quedó sola, con su hija mayor, y sola se enfrentó al juicio y al mercadeo que se hizo con el asesinato de Desirée y, por ende, de las otras dos niñas.

El enfrentamiento público entre la madre de Desirée y el padre de Míriam terminó con la prohibición de que este utilizase el nombre de Desirée o el término «niñas de Alcàsser»

Fernando García fue, junto con el experiodista de El Caso Juan Ignacio Blanco, el principal defensor de la versión conspiranoica del crimen de Alcàsser. Según esta tesis, tras el triple asesinato hay una oscura trama de personajes «con mucho poder» en nuestro país «a los que la Guardia Civil, el Estado y los jueces se afanan en ocultar» y que se esconde detrás de «dos pobres diablos» como Anglés y Ricart. Así lo ha defendido de forma reiterada y pública García.

Más allá de la mediatización y el duelo añadido, las tres familias comparten una mutilación común: la ausencia de Míriam, Toñi y Desirée. «Míriam está conmigo todos los días porque siempre hay alguien que pregunta por ella. Y, mientras, lo único que puedo hacer es tratar de rehacer mi vida, aunque, haga lo que haga, esas faltas siempre estarán ahí», aseveraba García a este diario en 2002. La madre de Míriam, Matilde Iborra, destrozada por la muerte de su hija y el circo montado a su alrededor, murió un año después del juicio.

Algo similar le ocurría a Fernando Gómez, cuyo dolor por la pérdida de su hija Toñi se mitigó un poco cuando dos de sus hijos se casaron y le dieron nietos. «Esos momentos son de alegría, pero también es cuando más notas que ella ya no está», sentenció en declaraciones a este diario. Era el décimo aniversario del asesinato de Toñi.

[Con información de Marga Vázquez]

Rosa Folch, en 2013, a su regreso a València tras manifestarse contra la derogación de la doctrina Parot. Marga Ferrer

Nota al lector: 

Esta información fue elaborada por Levante-EMV en 2019 con motivo del 27 aniversario de la desaparición de Miriam, Toñi y Desirée, las niñas de Alcàsser. Hoy, 13 de noviembre de 2020, recuperamos este especial informativo sobre el triple crimen de las jóvenes.