Tenía miedo. Mucho miedo. Tanto, que al final se decidió a romper décadas de silencio para pedir ayuda a la Guardia Civil y protección al sistema público, pero su verdugo la acabó matando en la misma casa donde la había estado aterrorizando, coaccionando, vejando y acosando, según detalló en esa denuncia. Aún así, el sistema automático de valoración de riesgo determinó que la posibilidad de que la víctima sufriese un ataque era baja. Nueve días después llegó el crimen. Tras su asesinato, cometido el domingo pasado en el Port de Sagunt, tal como adelantó Levante-EMV en su edición digital, la delegada del Gobierno y voces del feminismo han propuesto que se revisen ya los protocolos de protección a las víctimas.

Soledad Moreno Parra, Sole para sus seres queridos, tenía 60 años. Llevaba toda la vida trabajando como limpiadora. El pasado 30 de abril, cuando estaba en uno sus lugares preferidos, en la caravana que tenía fija en el camping de Estivella desde hace años, no pudo más. Ni siquiera esperó a regresar a su piso, en el Port de Sagunt. Se dirigió al cuartel de Estivella y denunció el estado de terror y acoso constante al que la sometía su marido, Virgilio Solanas.

Le apagaba el calentador mientras se duchaba, la fotografiaba en el baño, le quitaba la sábanas mientras dormía... El suplicio, explicó en la denuncia, se agravaba cuando consumía «alcohol y otros tóxicos».

Miedo. Es la palabra más repetida. Pero fue sincera cuando confesó que nunca le había pegado y que no tenía armas en casa, así que, cuando el sistema automático sumó los resultados de las respuestas a las 24 preguntas de la valoración de riesgo policial, el programa respondió que el riesgo para la víctima era «bajo». Y nadie lo modificó —el sistema permite al agente que toma la denuncia elevar el riesgo manualmente—. Tampoco la Policía Nacional cuando recibió en traspaso el caso al residir la mujer de manera habitual en el Port de Sagunt, ámbito de actuación de ese cuerpo y responsable a partir de ese momento de su seguimiento.

Lo que vino después es lo habitual: la Guardia Civil de Estivella fue en busca del denunciado y lo encontró en el camping. Lo detuvo y llevó al cuartel. Su actitud era de mofa.

Alejamiento de 300 metros

Al día siguiente, fue llevado al juzgado, el que estaba de guardia en Sagunt, que acordó una medida cautelar mínima: orden de alejamiento de 300 metros y prohibición de comunicarse con la víctima. ¿El argumento? Era la primera denuncia y no había agresiones físicas. El rosario de coacciones, de vejaciones no sirvieron para decretar medidas más severas.

Y el proceso, en el que Sole estaba contando con la ayuda y apoyo de su hija de 33 años, continuó su camino, pero sin urgencias. El viernes pasado, una semana después de la denuncia, acudió al Ayuntamiento de Sagunt para empezar a tramitar alguna ayuda de las que se ofrecen a las víctimas de violencia machista, siguiendo el ofrecimiento habitual que se le había hecho en el juzgado.

Dos días después, su marido se presentó en casa. Pese a la orden de alejamiento. La Policía Nacional, que ahora investiga el asesinato de Sole, sabe que la cerradura no estaba forzada, pero no tiene claro si él hizo uso de sus llaves porque la cerradura seguía siendo la misma o si ella, gobernada por ese mismo miedo y el temor a agravar aún más la situación, acabó abriéndole. Lo cierto es que él cogió un cuchillo y la degolló. Luego, se arrojó al patio interior y murió.

Una vecina escuchó sus gritos de socorro y llamó a la Policía, pero ya era tarde. Cuando llegaron las patrullas, la mujer yacía muerta en el suelo y su agresor se había suicidado saltando desde el cuarto piso.

Una buena persona

Ese miedo que sentía Soledad la llevó incluso a expresar días antes de su asesinato que temía que su marido la matara. Lo hizo, cuenta una vecina suya, en la peluquería. El relato de ese pavor quedó dentro de las paredes del establecimiento.

Ayer, sus vecinos se deshacían en elogios hacia ella. Ambos eran muy conocidos en el barrio, donde la familia llevaba viviendo «toda la vida». Los que tenían más trato con Sole coinciden en que «era muy buena persona, humilde, ama de su casa y trabajadora», dedicada la mayor parte de su vida a la limpieza en una empresa especializada. Su única pasión conocida, además de su hija, era su parcela en el camping. Eso, y la falla de su barrio.

Ayer, se sucedieron los minutos de silencio y los actos de protesta. En València —ante el Palau de la Generalitat y las Corts, entre otros lugares— y en Sagunt, donde la delegada del Gobierno, Gloria Calero, repudió este nuevo crimen machista y apostó por revisar protocolos y procedimientos que eviten dejar solas a las víctimas una vez se pone en marcha la maquinaria judicial. «Para que se sientan más seguras», remachó.

Calero hizo estas declaraciones durante el minuto de silencio celebrado ante el Ayuntamiento de Sagunt, en compañía del alcalde, Darío Moreno, quien expresó la «repulsa» por este acto de «barbarie machista» en nombre de «toda la ciudad» y lamentó la pérdida de una vecina «por el simple hecho de ser libre». Ambos defendieron que, en este caso, «se han seguido los protocolos». Moreno consideró que la seguridad personal «es mucho más complicada de manejar y evaluar» y lamentó que «no hemos podido evitar este asesinato».