Los testimonios de amigos y conocidos de la pareja que declararon ayer en la tercera sesión del juicio celebrado ante un jurado popular por el doble infanticidio de Godella, de Ixchel y su hermano Amiel —de cinco meses y tres años y medio—, sirvió para introducir un posible móvil homicida en el padre de los pequeños que hasta ahora no se había contemplado. Varios de ellos coincidieron en que Gabriel sentía celos de sus hijos y una de las amigas incluso fue más lejos y apuntó que era como si le estorbaran en esa vida bohemia y nómada que siempre había llevado: «Le daban igual sus hijos, quería coger las maletas, marcharse y empezar una nueva vida».

Los testigos relataron una relación de absoluta sumisión por parte de María, describiendo episodios habituales que sufren las víctimas de la violencia machista. Cuando le decían que Gabriel no la debía tratar de esa forma, ella «le restaba importancia» y lo atribuía al «carácter explosivo» de su pareja, quien llegó a aislarla por completo de sus amistades. «Quería a María solo para él, no le gustaba que estuviera con otras personas».

Asimismo, las amigas de María desmontaron por completo la versión del acusado, que se enfrenta a 50 años de prisión por dos delitos de asesinato, al afirmar que Gabriel estaba convencido de que una secta les perseguía, abusaba de los niños y que incluso llegó a manifestar que para entrar en dicha secta había que hacer «un sacrificio de un recién nacido». Cuando hablaba de este tipo de cosas los testigos aseguran que Gabriel lo decía convencido, y que en ningún momento les pareció que estuviera bromeando.

De igual modo, también tumbaron esa imagen que quiso trasladar el procesado durante su declaración, de padre preocupado por sus hijos y por la salud mental de su pareja. De hecho, fue a raíz de que le dijeran que María necesitaba un psiquiatra, cuando éste la aisló por completo prohibiéndole incluso hablar con sus amigas, quienes le tenían que llamar por las noches durante su turno de vigilia, mientras Gabriel dormía. Guardias nocturnas que por otra parte también acreditaron ayer los testigos, y que ha negado una y otra vez el acusado.

Sobre la personalidad de Gabriel, las personas que más trato tenían con la pareja lo describieron como una persona calculadora, sin empatía, agresivo, manipulador y violento, tanto con María como con los niños. Además tenía una particular forma de educar a los pequeños causándoles el mismo daño físico que ellos ejercieran. Así, recordaron varios episodios de malos tratos como cuando zarandeó a Amiel cogiéndolo de una pierna o como, en otra ocasión, con solo un añito, lo arrojó a un campo de naranjos. Otra amiga aseguró que Gabriel «culpaba de todo al bebé» y le gritaba con apenas unos meses recriminándole que todo lo que le pasaba a su madre era por su culpa.

Tal era el punto al que llegó la situación en los días previos al doble crimen que incluso una amiga se ofreció a acogerla en su casa con los pequeños porque «veía que él nos los trataba bien». Esta testigo asegura que María aceptó en irse con ella pero cuando el día anterior a los crímenes la estuvo llamando ésta no le cogió el teléfono. Le mandó un mensaje a Gabriel preocupada y éste no le contestó.

La misma tarde del 13 de marzo de 2019, horas antes de los crímenes, dos amigas acudieron a la caseta de Godella donde vivían de okupas. «Empezó a hablarme de la secta, del linaje de los apellidos que pertenecen a la secta», recordaba una de las testigos, que al ver que Ixchel lloraba de hambre se ofreció a ir a comprarle leche. Gabriel le contestó que «ya se dormiría de hambre». Ese mismo día les llamó la atención otro episodio donde el padre se mostró especialmente irascible cuando Amiel le señaló el pozo a la vez que decía ‘mamá’. «Gabriel le dijo que se fuera hacia dentro gritando», tratando de tapar el incidente del día anterior en el que, según su versión, el niño se le cayó al pozo a María.

Sectas y regresiones

Las testificales de ayer también sirvieron para confirmar que Gabriel se sentía un ser superior. «Decía totalmente convencido que era Jesucristo y que nosotros éramos sus apóstoles», afirmó una amiga de la pareja. Otra conocida de la pareja añadió que si pasaba algo malo se lo atribuía a los espíritus. Y todos, salvo la jefa de cocina donde trabajó el acusado —cuya relación era estrictamente laboral— y la abuela paterna —que ni siquiera conocía a sus nietos— coincidieron en señalar que siempre estaba hablando de la cultura maya, de sectas y de regresiones. De hecho, dos testigos ratificaron que Gabriel les hizo una regresión para sanar males pasados.

El padre de los niños también les decía que estaban abusando de su hijo Amiel en el colegio, y cuando una de las amigas le dijo que lo denunciara éste le contestó: «No puedo enfrentarme a una secta».

Una carrera contrarreloj para ingresar a su hija y salvar a sus nietos

Si hay una persona que hizo todo lo humanamente posible para proteger a los niños y evitar la tragedia esa fue la abuela materna de los pequeños. Noemí relató ayer ante el jurado la pesadilla que vive desde hace dos años y su carrera contrarreloj en los días previos a los crímenes, hasta apenas unas horas antes, cuando fue dando tumbos de una administración a otra tratando de ingresar a su hija en un centro o que el juzgado adoptara una medida para proteger a los niños. «Insistí en que mi hija estaba enferma y nadie me hizo caso, me tacharon de loca y de controladora», lamenta con todo su pesar la madre de María, quien ya en el mes de febrero se percató de que algo no iba bien y que su hija podía estar sufriendo un brote como el que tuvo dos años antes tras el nacimiento de Amiel.

La mujer recordó un episodio ocurrido el 16 de febrero, cuando María desapareció una noche con la bebé. La encontraron escondida con la niña debajo de una manta en el monte, «de manga corta con el frío que hacía». María les dijo que estaba buscando a sus ancestros y volvió a escaparse. Gabriel ni siquiera trató de buscarlas. «Ya volverán», le dijo.

La misma indiferencia que demostró la médico de psiquiatría del centro de salud de Godella cuando la llevaron el 19 de febrero. «Su hija no está enferma, es solo una madre estresada», fue el diagnóstico que le dio la especialista, que la emplazó a una nueva cita el día 1 de marzo, a la que no la llevó su pareja. De hecho, Gabriel le ocultó de forma deliberada tanto a su suegra como a los médicos información relevante que hubiera servido para diagnosticar su trastorno mental, como que María decía oír voces de niños muertos.