Han bastado apenas cinco sesiones del mediático juicio contra Jorge Ignacio P. J., el presunto asesino en serie de Marta Calvo, Arliene Ramos y Lady Marcela Vargas, para que una vez puestas las primeras cartas sobre el tapete de la mesa judicial el jurado tenga ya ante sí pruebas evidentes del patrón de conducta, presuntamente homicida, con el que actuaba el acusado de la muerte de estas tres mujeres y de causar lesiones a otras ocho víctimas que sobrevivieron de milagro después de que el procesado les administrara gran cantidad de cocaína, de alta pureza, en piedras por vía genital tras anular su voluntad.

El relato sin fisuras de dos de estas víctimas, la primera con un desgarrador testimonio con todo lujo de detalles, que puso a los miembros del jurado con la piel de gallina, y la segunda mucho más comedida –estuvo hora y media inconsciente a merced del acusado– pero igual de contundente al describir un modo de actuar idéntico al utilizado con la anterior, demuestran el patrón homicida del acusado, quien como señaló la fiscal el primer día de juicio en su exposición ante el jurado, «buscaba las piezas de caza perfectas», mujeres que ejercían la prostitución, con numerosas reticencias a denunciar una agresión por su condición y en la mayoría de los casos extranjeras y sin apoyo familiar.

Con lo que no contaba Jorge Ignacio es con que la última de sus víctimas, Marta Calvo, cuyo cadáver sigue sin haber sido localizado y que él dice haber descuartizado en la vivienda de Manuel donde se produjo el crimen en noviembre de 2019, sí tenía ese apoyo, «una madre coraje», según la definieron las acusaciones y la propia Fiscalía, que no iba a parar hasta esclarecer lo ocurrido, que se desplazó a la localidad donde marcaba la última geolocalización del teléfono de su hija y que incluso habló con su presunto asesino, quien negó conocerla. Sin la intervención de la madre de Marta Calvo «seguramente estaríamos hablando de muchas más muertes», señalaron las acusaciones.

Las dos víctimas que hasta el momento han declarado en el juicio identificaron al acusado en la sala sin ningún género de dudas: «¡Es él, es el asesino!». Ambas relataron cómo les introdujo la cocaína en los genitales sin su consentimiento, a traición, mientras él aparentaba consumir sin perder en ningún momento el control de la situación.

La primera víctima, cuya agresión se remonta a junio de 2018 en un piso de la avenida Corts Valencianes de València, relató de forma muy descriptiva su encuentro con el acusado y cómo ese «monstruo asesino» le introdujo la droga en los genitales sin que se diera cuenta. Recuerda que cuando fue al baño por «el escozor» que sentía, comprobó que tenía «entre cinco o seis piedras de cocaína, como garbanzos» en la vagina. «Estaba convencida de que me quería matar», reconoció la testigo, quien desde ese día tiene «pánico a los hombres».

El testimonio de la segunda víctima, que solo tenía 18 años cuando en diciembre de 2018 fue llevada por el acusado a su domicilio en l’Olleria, después de pactar un encuentro sexual pagado con «fiesta blanca», sirvió para refrendar la insistencia del presunto asesino en que sus víctimas consumieran la droga y las bebidas que éste les daba, su fría tranquilidad –la misma que está mostrando durante todas las sesiones del juicio– cuando éstas empezaban a experimentar los efectos de la sobredosis de cocaína, y a su vez desmontó también la posible atenuante de la defensa sobre si su cliente actuaba bajo los efectos de su supuesta adicción a las drogas, ya que no lo vio consumir en ningún momento.

Además, en la hora y media que permaneció inconsciente el acusado no llamó a ninguna ambulancia, lo que prueba que no tenía intención de auxiliarlas en modo alguno, como también dejó patente cuando abandona a Arliene convulsionando y se marcha tan tranquilo por la puerta, como se vio en el vídeo de la cámara de seguridad de la casa de citas de la plaza Cánovas, visionado en una de las sesiones.

Estas dos víctimas, así como la compañera de la casa de citas que auxilió a Arliene cuando el acusado huyó mientras agonizaba, también desmontaron la tesis de la defensa sobre lo que es una «fiesta blanca». Que en ningún caso es introducir droga de forma directa por los genitales, sino que cuando las víctimas aceptaban tener sexo con este presunto depredador que acudía solicitando «fiesta blanca», este servicio sexual consistía en que durante la práctica hubiera consumo de coca por parte del cliente y de la mujer prostituida a voluntad propia, pero esnifada. «Ninguna nos metemos o dejamos meter cocaína en los genitales», aclararon.

El jefe del grupo de Homicidios de la Guardia Civil también apuntó algunas de las claves que les llevaron a establecer que el acusado seguía un mismo «patrón sexual no consentido» con sus víctimas y descartó cualquier móvil espurio que pudieran tener las supervivientes explicando las numerosas dificultades que tuvieron para que éstas dieran el paso de denunciar los hechos. Solo buscaban que no le ocurriera lo mismo a otras chicas pero querían mantenerse al margen del procedimiento, aclaran los investigadores.

Por su parte, dos médicos forenses expertos en psiquiatría del Instituto de Medicina Legal relataron que dada la pauta repetida en cinco de las ocho víctimas supervivientes que perdieron la consciencia tras los encuentros sexuales con el acusado, consideran que además de la cocaína que les suministraba de forma directa en sus partes íntimas éste las intoxicaba con otra sustancia que los test hospitalarios básicos no son capaces de detectar.