"Mamá, traigo yo el pan". Pedro Matías cogió el móvil y la cartera, besó a su madre y a su abuela, y caminó hacia a la puerta. "Vuelvo para comer", dijo antes de salir.

Eran las 12:30 horas cuando enfiló al bar. Tenía 31 años, la vida tranquila y oportunidades nuevas. "Iba a empezar un trabajo, con su cuadrilla, después de Semana Santa", recuerda su madre, Rosa Riesco. Con sus amigos, precisamente, había quedado para tomar el aperitivo. "¿No te quedas, Mati?", le dijeron sobre las 13:30 horas. "No, que va, otro día, que tengo a mi madre recuperándose y a mi abuela en casa". Pedro Matías Sánchez Riesco no regresó. Su pista se perdió, a plena luz del día, a 200 metros de su casa, en Gijón. Aquel "fatídico viernes 26 de marzo de 2009" desapareció.

Una fotografía de Pedro Matías del álbum familiar.

"Con los años el dolor es más grande, más profundo...", lamenta Rosa. Luchadora incansable, imbatible, ha superado varios tumores (cáncer de estómago, de pecho y ovario) y dos infartos. Se enfrentaba a su primer tumor cuando su hijo desapareció. De todas sus cicatrices, no hay duda, la peor es la de la desaparición.

"Por mucho que hemos analizado en la comisaría, por mucho que hemos trazado… Siempre tenemos la misma pregunta: ¿qué pasó en dos horas?", lamenta. En la mente del joven, comer en casa. La alarma saltó de inmediato, aún con la mesa puesta, porque no llegó.

"Dos horas… No estamos hablando ni de 15 ni de 24. Ni de un día ni de dos, son 120 minutos. Empezaron a buscarlo a las tres de la tarde". ¿Qué pasó en 120 minutos? Es la pregunta eterna. La conjuga con otra, que repite de forma constante: "¿Aparecerá hoy?".

Teléfono apagado

Pedro Matías sale de casa hacia el restaurante 'Casa del Mar' (a unos 300 metros). Allí se encuentra con sus amigos. Estos le dicen que se quede a comer. El gijonés mira la hora en su móvil (lo llevaba encendido): "no, me voy ya", declinó.

"Tenía la costumbre de llamar cada dos por tres", recuerda hoy Rosa. Ese día no llamó. Enriqueta, la abuela, empezó a preguntar por su nieto. "Qué raro, no llega Pedro Matías", rememora Rosa, que guarda con detalle cada minuto de aquel 26 de marzo. "Llamé a mi hijo y la sorpresa grande fue que me saltó el buzón de voz". 

Su teléfono nunca más se encendió: "A Pedro Matías le ha pasado algo". A las tres de la tarde, un batallón de gente -policías, guardias civiles, amigos, vecinos- comenzaron la búsqueda. "Había muchísima gente. Se corrió la voz de una manera…", recuerda Rosa. No se halló nada que llevara a él. "Ni su cartera, ni una playera...nada", lamenta.

Pedro Matías en una de las últimas fotos que se tomó con su abuela Enriqueta, la mujer falleció 18 mese después de la desaparición.

La investigación, pese a no ser habitual en 2009 -se activaba tras 24 horas- arrancó de inmediato. Multitud de personas (agentes, voluntarios, amigos -de Pedro, de su hermano Jorge- socios del Club Apnea) lo buscaron por tierra y mar. "Se descartó la desaparición voluntaria", recuerda Rosa, "no tenía problemas con nadie, estaba feliz. Su único vicio era el fútbol. Era un chico sano, formal…".

Se reconstruyeron sus pasos. Según el GPS de su teléfono, este se apagó a 200 metros de casa. Familia y policía coincidían, aún lo hacen: "pasó algo, pero no nos explicamos qué".

Todas las líneas de investigación apuntaban a la desaparición forzosa. Los agentes, en plena búsqueda, destaparon una red de tráfico de órganos que, finalmente no tenía relación con el caso de Pedro Matías. "Un almacén en Oviedo. Me lo contaron tiempo después, por no hacerme daño, analizaron todo".

La Policía Nacional destapó también un desembarco de droga. "Al principio pensé, ¿mi hijo vería algo y me lo mataron por eso? Otra explicación no podía tener." Los agentes calmaron a Rosa, el caso de Pedro tampoco tuvo nada que ver con eso.

Se interrogó a su círculo cercano, se miró su ordenador. El cercó se estrechó, hubo -y aún hay- un sospechoso de la desaparición. Un joven de la zona, con las facultades mentales alteradas y "mucha envidia a Pedro Matías". Se registró su domicilio, su vehículo. "No se halló nada", lamenta la mujer. "No hay cuerpo, no hay delito... pero estamos convencidos de que hay un culpable, y nadie me quita que puede ser él".

Bajo sospecha, el hombre se marchó del barrio. Nunca aportó ningún dato, solo "risas, burlas". Con antecedentes violentos, una carta de un familiar de este, lo apuntó directamente: "tiene que ver con la desaparición". No pudo ampliar el testimonio, después se suicidó.

"Ha aparecido el cuerpo"

Se impuso el silencio, aunque hubo tres sustos, alimentados por el rumor y algunas publicaciones, que sacudieron la frágil salud de Rosa, y pusieron el alma en vilo a los demás. Todos llegaron seguidos, cuando Pedro Matías llevaba cinco años sin aparecer.

"Me despiertan a las siete de la mañana", recuerda Rosa: "Rosa, mira el periódico, ha aparecido Pedro Matías". No dieron nombre, no dieron iniciales, pero sí su descripción. Se sorprendió. "Imposible", dijo ella.

"La ropa era la de mi hijo, idéntica: vestía vaquero, chubasquero gris...", aún duele. "Llamé al grupo de policía. Solo sabía decir: ¡es la ropa de mi hijo! Ellos, 'Rosa te digo que no'.... Yo, erre que erre. Me fiaba de ellos, pero tenía la inquietud. Pasé mucho miedo. Quería bajar a la sala de autopsia. No me dejaron, me dijeron que no, Rosa que no es...".

El segundo sobresalto se lo dieron unas vecinas. "Apareció un chaval muerto en una finca, le había dado un infarto", revive la mujer. "Se corrió la voz de que era mi hijo. Se presentaron las vecinas... 'No es mi hijo', ya me había llamado la policía, '¡Ah! como tiene la misma edad…'".

El tercero, llegó poco después: "apareció otro cadáver, un hombre que se había ahorcado. Era de un señor mayor", no podía ser él.

No hubo más datos. Ni reales ni ficticios. La investigación sigue viva, pero no avanza. "Cada mes, Policía Nacional actualiza el informe de mi hijo, lo revisa, aún habiendo pasado 13 años". Gijón se cubrió con su foto, aún queda algún cartel.

Fotos de Pedro Matías del álbum familiar.A la izqda junto a su madre y su sobrina. A la dcha en un partido de fútbol sala.

Cariñoso, familiar, futbolero. Del Real Madrid, merengón, y "muy del Sporting". Los jugadores sportinguistas, de hecho, lucieron una camiseta con su foto cuando desapareció. 'Mati' para los amigos, Pedro Matías en casa, cada mañana su madre mira sus fotos. Le habla, le besa. Le pide paciencia para esperar y fuerza para seguir, no quiere irse, no puede irse, sin saber.