La figura del subinspector de Homicidios de la Policía Nacional Blas Gámez sigue presente «como si fuera ayer» entre los suyos, no en vano era, es y será un referente entre los policías. También su asesinato permanece en la memoria de todos. Sus compañeros no olvidan que el riesgo puede estar a la vuelta de la esquina, pero ningún protocolo ha sido modificado. Este es el relato.

A las dos de la tarde de mañana, lunes, 12 de septiembre, se cumplen cinco años del brutal asesinato de Blas Gámez, uno de los mejores investigadores de Homicidios con que ha contado València. Moría en acto de servicio, en unas circunstancias completamente inhabituales y anómalas: a manos de un asesino, uno de las decenas que había investigado y detenido en sus más de 25 años en ese grupo especializado de Policía Judicial. Le segó la vida con un cuchillo de cocina en un ataque sorpresivo y extremadamente violento del que no se pudo defender pese a su excelente condición física y su preparación policial –fue GEO, la unidad de asalto de élite de la Policía Nacional durante tres años–.

El criminal, un psicópata, era Pierre Danilo Larancuent, un sueco de origen argentino de 36 años, convicto por tráfico de drogas en su país, que había asesinado solo 30 horas antes a su primera víctima mortal: Albert Ferrer, un peluquero de Xeraco afincado en el centro de València que se había citado con Larancuent a través de una aplicación móvil para un encuentro sexual en casa del criminal, en el 77 de la calle Sueca. En esa cita, lo mató a cuchilladas y lo descuartizó. Sin más. Se deshizo de los fragmentos en dos maletas, pero solo una de ellas apareció. La que rodó tranquilamente desde su piso alquilado hasta la isla de contenedores del 117 de Peris i Valero, a 450 metros de su patio. 

Allí se sentó en un banco de la calle, con la maleta a su lado, hasta que, un tiempo después, se levantó y se fue a casa. Un joven que rebuscaba en los contenedores algo que reaprovechar miró dentro y vio un torso humano. Despavorido, cruzó la calle y pidió ayuda a dos policías nacionales de patrulla. Eran las 0.30 horas del martes, 12 de septiembre de 2017, y habían pasado poco más de 24 del asesinato de Albert.

Ese martes, Blas, recién vuelto de las vacaciones con su mujer y sus dos hijos, se hizo cargo de las primeras gestiones. Su binomio –pareja, en jerga policial– era T., un policía que llevaba 12 años en el cuerpo pero no demasiado tiempo en Homicidios. Juntos encontraron un débil rastro de sangre que los llevó hasta el 77 de la calle Sueca. El subinspector pidió que enviasen a agentes de Policía Científica para comprobar que era sangre humana y no una falsa alarma. Lo hicieron. Los agentes que llegaron, que también iban de paisano, tomaron muestras y regresaron al laboratorio, en la Jefatura Superior de Policía, para anilizarlas.

Blas y su compañero se quedaron aguardando, controlando el portal desde la calle. Vieron salir a un hombre con su nieto y, cuando volvió solo, decidieron preguntarle por el inquilino de la puerta 5. Gámez entró primero y T. se quedó en la puerta. Blas se identificó y habló con el hombre, que tras responder entró en el ascensor para subir a su casa. 

En ese instante llegó por la escalera Pierre Danilo, un tipo alto y fuerte. Su aspecto no les gustó. Blas y T. se miraron. El primero, con la placa aún en la mano, le fue a dirigir la palabra y el desconocido extrajo el cuchillo que llevaba oculto entre el pecho y la mochila frontal y atacó. Ni una palabra. T. reaccionó con rapidez y eficiencia: abatió de siete tiros certeros a Pierre Danilo. Ni una bala rozó a Blas pese a que no había espacio entre ambos cuerpos. Aún así, no pudo salvarle porque ya la primera cuchillada había sido letal.

El asesinato sumió en la conmoción a su grupo, a la brigada de Policía Judicial y a la Jefatura entera. Hubo un funeral de Estado con todos los honores y su féretro entró y salió de la catedral de València a hombros de sus compañeros del GEO y de Homicidios, con la entonces jefa de ese grupo a la cabeza. Después, el dolor y el silencio.

Cinco años después, ya solo quedan cuatro de los entonces integrantes del grupo de Homicidios, entre ellos, T. El asesinato de Blas los marcó para siempre. A los que estaban y a los que siguen. Empapelaron una de las paredes del despacho con fotografías, recuerdos y artículos de prensa en homenaje a Blas, entre ellos, el que le dedicó Levante-EMV. Allí siguen, como testigos mudos de uno de los principales referentes del grupo, pero también en recuerdo del hombre, el que se hacía respetar y querer por esa calidad humana que sigue impregnando cada centímetro de esa estancia de la que nunca se ha ido en realidad.

Sin consecuencias

Aunque el asesinato de Gámez tiene mucho de infortunio –en España apenas hay policías muertos en acto de servicio, y menos un agente de Policía Judicial, y el autor de ese crimen mostró un perfil expecional en nuestro país–, la cuestión sigue siendo si era evitable. La Policía cree que no. De hecho, la muerte de Blas, homenajeado en actos civiles e institucionales por doquier -también por Levante-EMV, que concedió un galardón al grupo de Homicidios poco después de la muerte de Blas- , no ha generado cambio alguno en los protocolos policiales. Tampoco se ha dotado a los policías de investigación con los chalecos especiales para vestir debajo de la ropa –actúan sin uniforme, por razones obvias de discreción–, algo que han criticado en numerosas ocasiones tanto sindicatos como plataformas policiales como Zero Suicidio Policial.

Solo cuando se va a producir una intervención –un asalto a un domicilio comprometido o una operación con criminales de alto riesgo–, utilizan los chalecos externos, los mismos que llevan los de uniforme, pero de los otros, ni rastro. Eso sí, en la cabeza de todos, los policías uniformados y los de paisano, sigue muy presente, cada día, cada minuto, el asesinato de Blas y la certeza de que el riesgo puede estar donde menos se le espera.

Por ello, cada vez más agentes se procuran preparación física y técnica para repeler ataques con cuchillos y asaltos sorpresivos de objetivos de alto riesgo. Pero, como mucho del material de protección y seguridad que utilizan a diario, lo pagan de su bolsillo. La formación, la inicial y la continua, que reciben oficialmente aún sigue quedándose más que coja.

Homenaje a Blas Gámez de su familia y de sus compañeros en Torrent en el primer aniversario de su asesinato Levante-EMV

"El dolor aún es insoportable; cada aniversario es una losa"

Chus se quedó viuda de masiado pronto. Demasiado injustamente. Tanto que incluso se enfadó con su compañero de vida. La fortaleza que lleva en su ADN y la necesidad de sacar adelante a sus dos hijos, hoy dos jóvenes de 20 y 25 años, la han obligado "a tirar para adelante". Aún así, confiesa que el dolor sigue siendo "insoportable, sobre todo cuando llegan los aniversarios o fechas señaladas. Son como losas. Todo se remueve... Es muy duro. Me parece increíble que ya hayan pasado cinco años...". La voz se le quiebra. Como el primer día.

Volvemos a hablar de sus hijos y se recupera. Ambos quieren seguir la estela de su padre. Desde el primer día. El mayor ha aparcado "solo de momento" ese sueño para cumplir otro, cursar la carrera de Comunicación Audiovisual y Redes Sociales, pero el pequeño está en plena preparación de la oposición para presentarse a la próxima convocatoria. «El apellido pesa», concluye Chus. T.D. València