Para alguien que apenas tiene nada, sin domicilio conocido y que malvive con lo que obtiene recogiendo chatarra, su perra -que le acompaña a todos lados - y su bicicleta, medio de transporte y a la vez elemento de subsistencia para cargar la chatarra, son sus dos grandes tesoros. La sustracción primero de la bicicleta, nada más conocerse, y por último el enfado al ver a su perra desaparecida atada fuera de la casa abandonada donde pernoctaba su víctima, en El Puig, parece que fueron los motivos que llevaron presuntamente a un indigente de origen polaco a acabar con la vida de otro de forma brutal en enero de 2019, según confesó el presunto asesino a una amiga, aunque hoy el acusado haya negado cualquier tipo de participación en el crimen.

Damian K. J. está acusado de asesinar a golpes, presumiblemente con un martillo u objeto contundente similar, a Daniel Iulian Butanu, un hombre de 50 años y nacionalidad rumana cuyo cadáver fue localizado prácticamente momificado dos meses después de su muerte en el interior de un edificio en ruinas utilizado como refugio por varias personas sintecho de la zona. Además de propinarle golpes por todo el cuerpo, la cabeza y la cara, llegando incluso a seccionarle un trozo del pabellón auricular derecho, presuntamente también le habría abrasado el rostro derecho colocándole la cabeza encima del fogón que usaba la víctima para cocinar.

El Ministerio Fiscal solicita para el acusado una pena de 17 años de prisión por un delito de asesinato con la circunstancia atenuante de alteración mental ya que el procesado presenta pautas conductuales desadaptativas compatibles con un trastorno límite de la personalidad, según los informes psiquiátricos del Instituto de Medicina Legal de València, acompañado con un consumo crónico de alcohol, aunque hoy el propio acusado haya admitido que este consumo no era todos los días sino que era “un bebedor social” de cerveza y vino blanco, cuando se juntaba con otras personas.

Muestras de ADN del acusado lo incriminan

Así, una de las principales pruebas que lo incriminan es el ADN hallado en una lata de cerveza en el escenario del crimen, así como en una cremallera rota de una prenda de ropa del fallecido. Ambos vestigios lo sitúan en la casa en esas fechas, aunque el acusado siga manteniendo su inocencia y su defensa trate de introducir la duda razonable al hallar en dicho edificio abandonado muestras que corresponden a otras personas sin identificar.

A dichas pruebas se suma la confesión que el propio acusado realizó a una amiga, aunque según sostiene ahora en el juicio, “se lo inventó”. Sobre los motivos que le habrían llevado a autoinculparse en el crimen dio varias explicaciones, por un lado durante la fase de instrucción admitió que quería entrar en prisión “y que le dieran una paguita”. En el interrogatorio de hoy ante un jurado popular, Damian asegura que se inventó un personaje, llamado Florin, porque se dio cuenta de que había personas que le estaban acusando a él de la muerte de Daniel. Por último esgrime que tenía “terror callejero”, y que se inventaba cosas porque se sentía amenazado.

Las dificultades para localizar y llevar a juicio a los testigos complican la carga probatoria respecto a la confesión que realizó el acusado

El crimen se produjo entre el 13 y el 15 de enero de 2019 en un edificio abandonado situado en la avenida del Mar, en la partida ‘La Tanca’, en el municipio de El Puig, tras una discusión entre Damian K. J., de 42 años y nacionalidad polaca, y Daniel Iulian Butanu, de 50 y origen rumano. El acusado, que niega ahora los hechos, asegura que eran amigos, que se ayudaban mutuamente porque así tiene que ser viviendo en la calle, pero ha reconocido ante las preguntas de la fiscal, que la víctima le había robado en varias ocasiones. De hecho, nada más conocerse se apoderó de su bicicleta y cada vez que había ido Daniel a su caseta, le desaparecían cosas. Respecto a la sustracción de la perra, móvil del crimen que apuntan algunos testigos, el procesado sostiene que otra persona le devolvió el animal, negando así que hubiera ido él a recuperar la perra y acabara enzarzándose en la discusión mortal con la víctima.

Edificio abandonado de El Puig donde fue localizado el cadáver ya momificado. Ignacio Cabanes

No fue hasta el 7 de marzo, casi dos meses después del crimen, cuando otro sintecho encontró el cadáver de Daniel, ya prácticamente momificado. Aunque el arma homicida nunca pudo ser localizada, por las lesiones que presentaba la víctima los forenses concluyeron en el informe de autopsia que Daniel Iulian Butanu había fallecido por los múltiples golpes propinados con un objeto contundente. El acusado ha admitido en la cesta de la bicicleta en la que se desplazaba para recoger chatarra, solía llevar una llave inglesa, unas alicates, destornilladores, y un palo con un gancho para sacar basura de los contenedores, pero curiosamente dice que un martillo no “porque es un peligro llevarlo por la calle”, argumenta.

La Fiscalía aprecia en el crimen la circunstancia de ensañamiento, de ahí que solicite una pena de 17 años por asesinato, al considerar que el acusado le provocó a su víctima un daño innecesario, “con total desprecio por el enorme dolor” que tuvo que sufrir Daniel cuando le apoyó el lado derecho de la cabeza en el fogón encendido que usaba para cocinar, sujetándole la misma en dicha posición durante un tiempo sustancialmente importante, a temperaturas de 300 y 400 grados centígrados.

El juicio, celebrado ante un jurado popular, prosigue mañana con la práctica de la prueba testifical. Según ha podido saber este periódico, existen numerosas dificultades para poder traer a juicio tanto a la mujer a quien el acusado le confesó el crimen, que se encuentra en el extranjero, así como a otros testigos, a quienes también habría reconocido su enfado por la sustracción de su perra, todos ellos ilocalizables al carecer de domicilio conocido. Un problema añadido para los investigadores del grupo de Homicidios de la Guardia Civil cuando el crimen se produce en un entorno de desamparo y miseria como el ocurrido en esta casa abandonada de El Puig.