Miguel Ricart, nacido para perder

Ha sido de nuevo detenido y puesto en libertad 30 años después del crimen de Alcàsser - Su vida compone un intento retorcido de no ser devorado por el mundo, algo en lo que no deja de fracasar

Joan M. Oleaque

A un suspiro de la Navidad, Miguel Ricart, de 53 años, volvía a la actualidad poco después de que el triple asesinato de Alcàsser cumpliera tres décadas. Puesto en libertad tras ser detenido como parte activa de un narcopiso barcelonés, su aspecto actual, propio del arquetipo callejero del toxicómano que se arrastra, es la plasmación de una vida en constante perdición, de una existencia en las cloacas. En todas partes se ha hablado de su comportamiento perturbado tras ser puesto en libertad en 2013 por la abolición de la doctrina Parot, cuando finalizó su estancia en prisión por el triple crimen de Alcàsser. La impresión, quizás, es que tanto su fama como cara del suceso espantoso máximo, como también el inacabable fantasma de Antonio Anglés (desaparecido en fuga como probable polizonte en barco a Dublín) y los delirios mediáticos en torno al caso, lo han convertido en la sombra de hombre que es hoy. Sin embargo, Miguel Ricart nunca dejó de rodar hacia abajo desde mucho antes. 

Él mismo se expuso en sus peores días como arrastrado por una corriente "en la que te dejas llevar y no sabes realmente cómo salir". Así fue desde bien pequeño. Su familia en Catarroja, a pocos kilómetros de València, era modesta, conocida localmente para bien. Miguel Ricart padre (ya fallecido) era ebanista y, junto a su mujer, Encarna, centró su residencia en la calle de Alicante. Tuvo dos hijos, Miguel, que nace en 1969, y Encarna, tres años menor. Todo cambia cuando la madre muere desnucada tras un ataque de epilepsia en 1975. Sus hijos tienen seis y tres años, y sin otra posibilidad, Miguel padre los interna entre semana en el colegio San Juan Bautista de Valencia, con funciones de orfanato. Una de las religiosas que trató con ambos hermanos refirió a Miguel hijo como "una concha cerrada: no le interesaba nada, no se relacionaba". 

"Quería hacerse el duro"

Más tarde, Ricart trata de acabar EGB en la llamada Universidad Laboral de Cheste, donde, por mal comportamiento, pierde una ayuda de estudios a familias desfavorecidas. Pasa luego a intentar estudiar Electricidad en Formación Profesional. Llega al edificio del colegio San Antonio de Padua en Catarroja. Deja el centro tras un año, y su tutor de entonces, lo consideró "mal estudiante, aunque como tantos otros, no especialmente estridente".

"Quería hacerse el duro, y le costó serlo", comentó en su momento un antiguo chico de su barrio, que tuvo varios roces con él. "La zona era seria en aquel momento, con muchos chavales que eran duros de verdad, y él, aunque tenía fuerza, no tenía temple". Sin embargo, la calle le llamaba, empezó a valorar las pandillas del momento y si podía ser alguien pegándose a rueda. A partir de los 16 años empezó a consumir rohipnol, hipnótico de moda en los ambientes suburbanos. Trabajaría en una granja de cerdos, y luego, en un taller de ebanistería en Albal, el pueblo de al lado. Hasta que pierde ese trabajo (para disgusto total de su padre) y frecuenta más en serio a chavales que pasan la vida dando tumbos. Al cumplir los 18 años se va de casa, quiere libertad. Es el fin de las relaciones con su padre. Y el principio de otra cosa muy distinta. 

Miguel llega a dormir a la intemperie hasta que lo recoge de la calle uno de los hermanos menores de Antonio Anglés (eran nueve en total, dos chicas y siete chicos). Desde entonces, empieza a ser uno más en la planta baja de la cercana calle Colón donde vivía la familia. A golpes, Antonio, tres años mayor que Ricart, y conocido como 'El Asuquiqui', se había autoerigido como mandamás dominante de su entorno, y sería bien conocido por la policía por su relación con robos y atracos.

Vasallo de Anglés

Miguel, pese a su original lejanía de ese desorden, encaja en él. Una de las hermanas de Antonio llegó a describir a Miguel como alguien sin carácter (excepto cuando se enfadaba), capaz de adaptarse a cualquier situación y sin idea de qué hacer con su vida. Quizás por eso, Miguel establece una relación con una joven del pueblo cercano de Benetússer. Rompe con ella, y se hace novio de su hermana, con la que termina teniendo una hija. En los 90 ya se le conoce en el asfalto local como 'El Rubio', o bien como 'El Americano', porque llevaba un peinado estilo rockabilly. Ricart habría pasado un tiempo en la Legión y trabajando brevemente en un concesionario de coches. Rompería también con la madre de su hija, y con cualquier opción que no fuera la que se le presentó más a mano: servir vasallaje a Antonio Anglés. 

Porque 'El Asuquiqui', que no era consumidor de droga dura, había ido consiguiendo que su planta baja se convirtiera en la gran expendeduría de heroína (sobre todo) y cocaína (para consumo callejero) de la zona. Ricart acabó enganchado a fumar chinos de heroína quemada y a ayudar a Antonio en lo que hiciera falta (lleva droga de un sitio a otro, cambia droga por dinero…). Junto a él, se ve bien ubicado, aunque esté a su servicio. Todo se complica porque 'El Asuquiqui' es cada vez más agresivo y feroz (incluidos los usos de hacha, cuchillo y pistola). Antonio termina en prisión por la tortura (con Ricart presente cuando hizo falta) de una antigua novia que le había estafado droga. El resto, es historia de todos.

Antonio, lleno de furia fría, sale de un permiso en 1992 del que ya no volverá. Miguel, su vasallo, le ayuda en noviembre de ese año a cometer el triple crimen de Alcàsser. Ricart incriminaría por ello a Antonio (y a sí mismo) en las primeras confesiones a la Guardia Civil. Luego insistió en desvincularse de todo y generar confusión, sumándose a las teorías conspiranoicas replicadas audiovisualmente. Y así hasta hoy, con Miguel Ricart en zozobra para él mismo y para el mundo, instalado en la tiniebla, sin otra posibilidad que seguir hacia abajo y enfangado, sin saber qué otra cosa hacer.

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