Cuando no hay pruebas directas de la implicación de un acusado en un crimen, como es en el caso del homicidio del okupa de la urbanización Kentucky de Gandia –muerto tras recibir cinco disparos y ser golpeado en el cráneo con una barra de hierro–, el veredicto del jurado puede sustentarse en una serie de indicios, siempre y cuando estén « probados, relacionados y que todos apunten en la misma dirección». En su informe de conclusiones, el fiscal expuso detalladamente uno a uno estos diez indicios que señalan a Arunas A., un lituano de 43 años, como autor de la muerte de su compatriota Rolandas Paradnikas la noche del 30 de abril de 2021.

En primer lugar, la descripción del homicida facilitada por dos testigos que, aunque no lograron ver el rostro del asesino, sí acotan que se trataba de un hombre joven, atlético, delgado, y de una altura aproximada de 1,80, que hablaba en un idioma extranjero (que no era ni inglés ni francés), cuadra perfectamente con el procesado. Además, éste carece de coartada, que si bien no es un indicio como tal, tampoco le ayuda a la hora de ser creíble su versión de que a la hora en la que se produjo el crimen, las 21.00 horas, estaba durmiendo.

El segundo indicio es la enemistad acreditada entre la víctima y el acusado. La viuda del fallecido ya señaló que si había una persona que podía tener un móvil para matar a Rolandas éste era Arunas, aunque en ningún momento admitiera que tuviera una relación con el acusado.

Si bien no se halló ADN del procesado en el escenario del crimen ni en la barra de hierro utilizada como arma –posiblemente porque portaba guantes–, resulta un indicio evidente que en apenas ocho días previos al crimen Arunas realizara 30 llamadas al número de la pareja de su víctima, y que justo el día 28 –dos días antes del homicidio– éste se apaga y no se vuelve a encender nunca.

Pero si hay un indicio físico que lo incrimina son precisamente las lesiones que presentaba en la mano izquierda, por las que fue atendido en un centro de salud, y que son compatibles con una contusión al intentar parar, usando guantes, la barra con la que se defendió la víctima.

Las pintadas en el muro de la casa del fallecido -un corazón y una cara sonriente-, su apresurada huida de madrugada a su país y el contenido de las conversaciones por Telegram con la viuda son otros de los indicios que lo incriminan.