Asesinato en Llíria por una deuda de drogas

Cosido a puñaladas y quemado vivo: un crimen cruel y tosco nacido del miedo

Las confesiones cruzadas de Andrés Felipe T. A. y de Santiago F. A. hablan de una emboscada: Juan G. F., que recibió más de 20 cuchilladas, fue atacado cuando estaba agachado y le prendieron fuego cuando «aún se movía»

Los dos presuntos asesinos aseguran que la víctima les tenía atemorizados y que les amenazaba para obligarles a saldar sus deudas

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J.M. López

Teresa Domínguez

Teresa Domínguez

Llíria

Es evidente que el asesinato, fuera de las disquisiciones filosóficas en tertulias con ropajes de intelectualidad o de la ocurrencia narrativa con ínfulas estéticas de un guion o una novela, no tiene nada de bello. Pero también lo es que hay crímenes mucho más toscos, crueles, absurdos y patosos que otros. De hecho, casi todos pertenecen a estos últimos, entre otras cosas, porque matar no es sencillo ni armonioso. El crimen de Juan G. F., el joven de Llíria de 23 años cuyo cuerpo desangrado y quemado fue encontrado en la mañana del domingo 20 de abril, desmadejado sobre la esclusa de una acequia de un campo de naranjos en la partida les Mallaes de la capital del Camp de Túria, se perfila como uno de esos homicidios chuscos, con planificación e improvisación a partes iguales, despiadado por desesperación y regado de torpezas que no le restan un ápice de barbarie.

Así se desprende, al menos, de las declaraciones prestadas ante la Guardia Civil -y corregidas después en el juzgado- por los dos homicidas confesos, de 24 y 29 años, que están en prisión por estos hechos desde primera hora de la tarde del jueves, solo cuatro días después del hallazgo del cadáver de su víctima.

Los acusados son dos jóvenes de origen colombiano, pero con arraigo en València. Sobre todo uno de ellos, Andrés Felipe T. A., de 29 años, que lleva 23 en España, nunca ha tenido un tropiezo con la Justicia y ha trabajado con normalidad hasta el día antes del crimen. Últimamente, en el campo. Es ahí donde conoció al otro acusado, Santiago F. A., de 24 años y colombiano también, con tres años ya de residencia en València. ¿Qué les unía, más allá del origen geográfico? Su querencia por la cocaína. Andrés se gastaba lo que tenía y lo que no tenía en el polvo blanco, a pesar de sus obligaciones familiares. Y a pesar de que no podía pagar todo lo que se metía.

Más de 20 cuchilladas

También eso les unía, consumir más de lo que su bolsillo podía pagar. Las deudas y algo más, el acreedor, su camello común: Juan G. F., un chico de 23 años, con algunos antecedentes, que, según afirman ambos, les procuraba la cocaína que hacía tiempo les empezó a llevar por la calle de la amargura. Y Juan, coinciden también, no se conformaba con recibir el dinero que pedía por los 'pollos'. Las deudas iban cada vez a más, con intereses que crecían más rápido que los días que pasaban sin saldarlas. Hasta superar apenas los 2.000 euros ente los dos. La espiral de deuda, amenaza, impago, más deuda, más amenaza, más impago y así en un bucle sin fin también los puso de acuerdo en otra decisión: deshacerse de Juan G. F. En el sentido más desnudo y literal del término.

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Y hasta ahí las coincidencias. El resto son versiones contradictorias en las que uno culpa al otro y el otro, al uno. El primero en entregarse, acorralado por la inminencia de su detención gracias a la pericia de los investigadores del grupo de Homicidios y de los de Policía Judicial de la compañía de Llíria, fue Santiago A. F. Lo hizo, acompañado de un abogado, a las 13.30 horas del lunes, en la Comandancia de València. Apenas habían pasado 24 horas desde que dos trabajadores agrícolas habían encontrado el cadáver de Juan ligeramente quemado.

Santiago, que se entregó empujado por su madre, quiso declarar y contó que había sido cosa de dos, de él y de su amigo Andrés Felipe. Que le hicieron una encerrona a Juan, agobiados por las deudas -en su caso, solo 80 euros, "aunque Juan le quería cobrar 200"- y las amenazas, y que ambos lo acuchillaron, que lo golpearon y que después Andrés lo roció con gasolina, a pesar de que la víctima aún se movía, y que le prendió fuego. La autopsia ha confirmado, al parecer, que aún vivía, aunque seguramente estaba agonizante, cuando comenzó el fuego. También cuadra con el examen forense otra afirmación; que fueron dos los atacantes. Eso explica las más de 20 cuchilladas contabilizadas por los forenses en la autopsia. Pero, ¿y los cuchillos? Contó, vagamente, que se deshizo de él, pero la falta de concreción ha impedido, de momento, encontrarlo.

Atacado cuando estaba agachado

Detener al segundo implicado iba a ser solo cuestión de tiempo. Los investigadores se toparon entonces con un escollo: Andrés Felipe, sin decirle nada a nadie, había huido en un precipitado vuelo a Colombia, temeroso de las consecuencias de sus actos. Sea por la presión de su familia o por la de su conciencia, lo cierto es que llegó el lunes a Bogotá y, sin siquiera salir del aeropuerto, buscó un vuelo de vuelta a España y, en cuanto tocó tierra en Madrid-Barajas, fue esposado por la Guardia Civil y traído de vuelta a Llíria.

Como su presunto cómplice, decidió contar su versión a los investigadores. Con todo lujo de detalles. Así, declaró que, haciendo uso del vehículo de su madre, ajena por completo a toda la trama, recogió a Santiago y fueron, antes de las nueve de la noche de ese domingo, al paraje de les Mallaes; según él, un sitio habitual en el que quedaba con Juan para los intercambios de droga. Una vez planificada la acción y tras haber quedado con la víctima por WhatsApp, Andrés Felipe regresó solo hacia Llíria y dejó a Santiago oculto detrás del muro de cerramiento de un campo de naranjos, justo el lugar donde acordaron que detendría el vehículo a su regreso.

Antes, fue a una gasolinera, donde repostó gasolina y compró una garrafa con el mismo carburante -su precisión llevó a los agentes directos hasta la estación de servicio: ya tienen las imágenes que captaron ese momento-, la guardó en el maletero y fue en busca de Juan. Ya con su víctima en el coche, regresó a les Mallaes y, al llegar al punto acordado, detuvo el coche con la excusa de que se le había soltado el cubre cárter.

Y así, según explicaría a la Guardia Civil, cuando Juan y él estaban agachados tratando de fijar la pieza, fue como empezó el ataque, en una posición en la que la víctima no tenía posibilidad alguna de defensa. Según Andrés, fue Santiago el único que acuchilló a Juan. También, el que lo golpeó, aunque asegura que no recuerda si con el mango del cuchillo, versión poco creíble, o con una piedra. Incluso afirma que fue su compinche quien le prendió fuego y que no recuerda si aún estaba vivo o no.Y allí, donde había caído, en un lugar totalmente visible desde la carretera, sobre un charco de sangre mucho más visible aún, dejaron el cuerpo de Juan sin siquiera ocultarlo mínimamente. La improvisación había sustituido a la planificación.

No lo evitó ni denunció "por miedo" a Santiago

Andrés Felipe se escudó ante los agentes, primero, y ante el juez de Instrucción 1 de Llíria, después, en el terror que le inspiraba Santiago, que estaba fuera de sí, para justificar que no interviniese para evitar el asesinato de Juan. Y usó el mismo argumento para explicar por qué no acudió después a la Guardia Civil, cuando ambos se separaron, ya de regreso en Llíria, alrededor de las diez y media de la noche, y por qué la única salida que se le ocurrió fue huir a Colombia en el primer vuelo y sin decir nada a nadie.

En su defensa, también añadió que solo un mes antes había estado a punto de denunciar a Juan por las amenazas que le tenían aterrorizado. Pero no lo hizo. Según él, llegó a entrar en el cuartel de Llíria, pero alguien le dijo, afirma ahora, que era mejor no denunciarlo porque la situación podría ir a peor, un argumento dificil de probar a estas alturA. Lo que sí es cierto es que sus indicaciones han servido para encontrar el cuchillo -de momento, solo ha aparecido el que él asegura que tiró Santiago, que iba de copiloto-, dentro de una acequia ubicada a la derecha del camino de les Mallaes, cuando bajaban hacia Llíria tras haber dado una muerte cruel y zafia, dejando tras de sí un reguero de pruebas, a Juan G. F

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