Juicio por el crimen de l'Eliana
La hija de la víctima: "Me dijo: 'El día que te vea con otro, te vas a enterar'. Me vio con otro, y a los 15 días mató a mi padre"
El casi imposible interrogatorio de P. permite al jurado escuchar el maltrato al que el acusado había sometido a la joven mientras fueron pareja y los conflictos con el asesinado por oponerse a la relación
El acusado, Sergio A. L., consigue declarar en último lugar: será la primera vez que hable

El acusado por matar a su exsuegro en l'Eliana, de espaldas, al inicio del juicio, este lunes. / Teresa Domínguez

Tensa, muy tensa (y accidentada) primera sesión del juicio con jurado contra Sergio A. L., el hombre de 27 años (tenía 23 cuando presuntamente cometió los hechos) acusado de matar de 22 cuchilladas a su exsuegro, Juan Ramón Climent Viguer, de 63 años y con una sordera casi absoluta, en casa de la víctima, en l'Eliana, en la tarde del 11 de noviembre de 2021, para quien las acusaciones pública y privadas piden entre 20 años de cárcel y la prisión permanente revisable, tal como ha adelantado Levante-EMV en exclusiva este lunes, y la defensa, la libre absolución, ya que, en su opinión, no ha cometido delito alguno.
Tal como ha venido publicando este diario, el presunto asesino, que ha permanecido inalterable y con la mirada baja casi todo el tiempo (salvo cuando liberaba tensión moviendo rítmicamente su pierna izquierda) habría actuado por rencor hacia su víctima, ya que le responsabilizaba de la ruptura sentimental con la hija de la víctima, P., cuando en realidad lo que había detrás del final de esa relación era el maltrato al que, aseguró ayer la chica, la sometía y que la llevaron a denunciarle en varias ocasiones ante la Guardia Civil. Ha sido, precisamente, la declaración de la hija de Juan Ramón el momento más duro en la sesión de ayer. Pero, para eso, aún habría que esperar.
De hecho, el inicio de la esperada vista oral, que se prevé que acabe el lunes próximo, comenzó retrasándose debido a un inusualmente lento proceso de selección del jurado provocado por dos factores: el elevado número de candidatos que ha intentado librarse del trago presentando excusas (más de la mitad han sido rechazadas porque no se ajustaban a las que recoge la ley) y a las recusaciones de defensa y acusaciones, que han agotado todas las previstas en la ley del jurado.
Se lo llevaron por error de nuevo a la cárcel
Finalmente, al filo de la una de la tarde, recién jurados los once candidatos elegidos -seis hombres y cinco mujeres, de los que nueve son titulares y dos, suplentes-, el magistrado presidente del jurado iba a dictar audiencia pública, pero tampoco fue posible: el acusado, que llevaba desde las 8.30 horas en los calabozos de la Ciudad de la Justicia, tras haber llegado conducido con el resto de reclusos reclamados para actos judiciales, volvió a ser subido inesperadamente en un furgón para ser retornado a la prisión. En otras palabras, un error llevó a la Guardia Civil a devolverlo a la cárcel sin haber pasado siquiera por el juzgado que lo reclamaba, en este caso, la sala de jurado y para ser juzgado.
Detectada la equivocación, el furgón de internos dio media vuelta y regresó a la Ciudad de la Justicia para dejar a Sergio A. L., quien finalmente se sentó en el banquillo al filo de las dos de la tarde. La tensa espera empezó por disparar los nervios de la única hija de la víctima, P., que tuvo que ser tranquilizada una y otra vez por su abogada, la letrada valenciana Mónica González Crespo, por sus amigas, por tres de sus cuatro tías y por las psicólogas de la oficina de atención a víctimas, que no se despegaron un momento de ella.
Finalmente, el magistrado decidió mantener la declaración de la joven para esta primera sesión, atendiendo a su estado de desestabilización emocional, que podía comprometer la viabilidad de hacerla volver un día después, para la segunda sesión, y gracias, también, a que la abogada que defiende a Sergio A. L., la letrada Ana María Mejías, pidió que su defendido, cuya declaración estaba prevista al inicio del juicio, pueda hablar el último, una vez que lo hayan hecho todos los demás. El magistrado lo concedió de manera automática, ya que, desde el pasado mes de marzo, ese derecho está recogido como tal en la ley de enjuiciamiento criminal.

Sergio A. L., de 23 años, a su llegada al Palacio de Justicia de Llíria, el día que ingresó en prisión, el 18 de noviembre de 2021. / José Manuel López
Así las cosas, y después de leer los escritos provisionales de las partes y de que cada uno de ellos -el fiscal, los dos abogados de la familia (González Crespo, en nombre de P., la hija, y Sumner Biel, en representación de una de las hermanas de la víctima, C., detenida como primera sospechosa y exonerada por completo tres días después) y la defensora, Mejías- expusiera sus razonamientos iniciales, el juez concedió un receso de una hora y pospuso para la tarde la declaración de la joven.
"¡Nos ha destrozado la vida a mí y a toda mi familia!"
Y llegó el momento. Fue un auténtico carrusel emocional, que por momentos (muchos) estuvo al borde de la suspensión. P., que empezó compareciendo detrás de una puerta articulada a modo de mampara para evitar que su mirada se cruzara con la del presunto asesino de su padre y exnovio durante dos años, acabó saliendo de esa protección entre gritos, sollozos y aspavientos, presa de una fortísima alteración emocional, mientras clamaba por su padre, se desgarraba o pasaba a llorar desconsoladamente, bajo la paciente mirada del magistrado y el apuro de los presentes en la sala.
El juez intentó hacerla entrar en razón, pero, ante la inutilidad de sus esfuerzos, optó por el silencio. Y por dejar que fluyeran el enfado y la tensión de la joven. "Todo esto es demasiado para mí, es el día más difícil de mi vida. Mi padre era un ser humano maravilloso que no se merecía esto. Y este hombre lo mató delante de mi abuela, que tiene 96 años y entonces tenía 93. ¡Nos ha destrozado la vida a mí y a toda mi familia!". Cada una de las frases era un grito.
El magistrado continuó en silencio. Mirándola. Esperando a que se calmara. Y ella siguió, en el mismo tono, entrecortado por vaivenes de sollozos. "No hay justicia que me pueda devolver a mi padre. Y a mis tías, a su hermano. Y a mi abuela, su hijo. ¡Apiádense de mí!", lanzó un gesto uniendo sus manos en gesto de súplica ante los jurados, que seguían la escena sin pestañear.
Finalmente, visto que era imposible que se dominara, el juez concedió una medida excepcional: que el interrogatorio a la testigo por parte de su abogada se hiciera de pie, en mitad de la sala y totalmente rodeada y protegida por sus amigas y las psicólogas. Dejándola ir y venir, en esa montaña rusa anímica y física.
En resumen, y con constantes altibajos emocionales en los que tan pronto se rompía, sollozaba y gritaba como pasaba a hablar con absoluta normalidad, la chica explicó que había mantenido una relación de dos años, de 2018 a septiembre de 2020, con el acusado, tiempo durante el cual la maltrató de manera constante, aunque ella renunció a continuar todas las denuncias de violencia machista contra él "porque quería eliminarlo de mi vida" y porque "yo pensaba que estos asesinos solo los había en el cine", ironiza.
"¡Aquí solo hay un culpable: este energúmeno 'desgraciao'!"
Tras la ruptura, explica, "él siguió insistiendo por todas partes (se refiere a redes sociales y mensajería) en volver, pero yo le bloqueé. Mi pareja en ese momento, G., le mandó audios de WhatsApp en los que le dijo que me dejase en paz. Él va a por las personas vulnerables, como mi padre, su madre, yo, otras parejas... "Sal gorda", me decía. Tengo todas las conversaciones. ¡No entiendo cómo no se han aportado a la causa! Cien folios de mensajes, ahí los tienen, si los quieren leer, ahí están...", clama, desafiante, gesticulando. "Me hizo todo lo peor que se le puede hacer a una mujer", sentencia. Y lanza lo que, a su juicio, fue la única motivación de "ese asesino": "'El día que te vea con otro, te vas a enterar', me dijo. Me vio con G. y a los 15 días, lo mató. Esa es la única verdad!", cierra la joven.
Se calma. Y responde, a las pacientes preguntas de su letrada, quien, cuando ve que pierde los nervios, la coge del brazo y consigue centrarla de nuevo, que en los dos años con Sergio hubo al menos "diez o doce intervenciones" de la Policía Local de l'Eliana por "broncas" de su padre y el acusado, a quien acusa de haber incluso propinado un puñetazo a su progenitor un día que lo echó de casa: "Mi padre quería lo mejor para mí, por eso no quería que estuviese con Sergio", defiende.
"¿Te has sentido culpable alguna vez?", indaga la letrada. La mira y estalla: "¡Aquí solo hay un culpable, este energúmeno 'desgraciao'. ¡Y que quede muy claro que mató a mi padre solo para hacerme daño, porque me vio con otro! Lo que quiso fue destrozarme a mí la vida!", se desgarra de nuevo.

Agentes de Criminalística de la Guardia Civil, durante la inspección ocular en la casa de la víctima. / Miguel Ángel Montesinos
Su abogada se vuelve a emplear a fondo, pero esta vez no la domina. P. se vuelve hacia el acusado y le grita: "¡Me morí por dentro!. Por culpa de este tío, no puedo hacer nada. Yo ya podía ser doctora. ¡Y no puedo ni comer!", brama, mientras se retuerce para girarse hacia el acusado, que ha perdido parcialmente la pasividad de sus gestos, algo que se nota porque a cada escenificación del dolor de P. le sigue un aumento del movimiento rítmico de su pierna. Pero mantiene la mirada apartada. Y ella prosigue: "¡No vas a conseguir que me odie a mí misma!", grita, mientras mira a los miembros del jurado, que no despegan la vista de ella, como si en realidad le sostuviera la mirada a Sergio.
"¡Claro que sabía que la puerta estaba siempre abierta!"
La letrada consigue, a duras penas, volverla a la calma. Le pregunta por la discapacidad auditiva de su padre, quiere que el jurado escuche por qué fue fácil atacarle sin que se defendiera. Y P. recupera el tono plano y responde, obediente, al cuestionario: "Mi padre era sordo del todo de un oído y en el otro solo escuchaba un 10% y necesitaba un sonotone. ¡Ay, mi papá!", grita, nuevamente desgarrada. Regresa al interrogatorio y prosigue: "Mi padre, en casa, apagaba el sonotone, solo se lo activaba cuando tenía una conversación cara a cara, si no, lo que desconectaba porque pitaba. Y porque eso solo sirve para amplificar un sonido, no te quita la sordera", describe.
Se acuerda de su abuela -Juan Ramón fue asesinado con su madre, de 93 años, en la butaca contigua, a sabiendas de que jamás podría hablar porque sufre una profunda demencia- y se quiebra de nuevo. "Mi abuela sufrió muchísimo. Tenía demencia senil, pero eso no te elimina la memoria ni la consciencia.". Se vuelve a romper en sollozos. "Sufrió por lo que vio, aunque no pueda expresarlo. ¡¡¡La abuela dice todos los días que se quiere morir!!!!", grita, fuera de sí, "y antes era una mujer feliz", se encoge.
De nuevo, recupera la compostura. Lo hace, atraída de nuevo a la sala por su letrada, a cuya preguntas de si Sergio sabía que la puerta del chalé estaba siempre abierta de día, responde tajante: "¿Que si lo sabía? ¡Mil veces había venido a casa! Claro que lo sabía. Pero, ¿cómo no va a haber sido él?", se pregunta con sorna. Y remata: "¡Si hasta estaba el cuchillo con su ADN y su huella en el fregadero de mi casa!". El juicio, en el que habrá más momentos reveladores, continúa este martes con las declaraciones de las tres tías de P.
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