El móvil machista del crimen de Natzaret

Culto de sangre: "A mí una mujer no me manda callar"

Los testigos revelan que el asesinato de Antonio Flores, el joven cosido a puñaladas a la puerta de la iglesia evangélica, se originó porque fue una mujer, su madre, quien pidió al pianista, uno de los autores, que dejara de tocar

Los presuntos asesinos atacaron al joven porque entró a advertir a su madre de que iban a por ella

Familiares y amigos de Antonio e Israel Flores, en la puerta de urgencias del hospital la Fe de València, la noche del crimen.

Familiares y amigos de Antonio e Israel Flores, en la puerta de urgencias del hospital la Fe de València, la noche del crimen. / Fernando Bustamante

Teresa Domínguez

Teresa Domínguez

València

Rosario cantaba. Miró a Diego, el pianista, levantó la mano derecha y con un leve gesto le pidió que dejase de tocar. No era el momento de que sonasen sus acordes. Eso fue todo. Ella ni siquiera había sido la primera en pedírselo. Antes que ella, lo había hecho el guitarrista. Diego calló, pero, por dentro, empezó a danzar una negra procesión alimentada por el rencor. El huracán de odio y venganza tardaría cinco días en desatarse. De domingo a viernes, la ira fue creciendo, alimentándose en el acicate de los más allegados, en el apremio de los suyos, empujando hacia el abismo de la revancha, del lavado de una ofensa que parece tener más de envidias y resentimientos que de la humillación de la que han intentado convencer al juez y al fiscal.

Es la negra historia que esconde el asesinato del joven de 24 años Antonio Flores Castro, biznieto de uno de los patriarcas gitanos valencianos más queridos y respetados, José Flores 'el Chele', el prohombre de la comunidad cuyo arte en la mediación tantas lágrimas ahorró y tantas vidas salvó. Eran otros tiempos.

En los de ahora, nadie ha sabido evitar a tiempo el luto y la sangre. El crimen de Antonio, aunque las navajas no eran para él, empezó a gestarse el domingo, 27 de abril, por la mañana. Ese día, iglesia evangélica de Natzaret estaba llena. El guitarrista, primero, y la cantora, después, pidieron al pianista que dejara de tocar el teclado. El primero, por lo que se ve, no le ofendió. Pero ella, sí. Porque era una mujer. Machismo en estado puro. Diego se quedó serio, pero no dijo nada; ni protestó, ni se fue, ni insistió. Se quedó. Y cuando acabó la ofrenda dominical a su Dios, se fue a su casa. Y ahí empezaron a cernirse los nubarrones sobre su alma.

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La "ofensa"

Afirman, quienes han desfilado por el juzgado esta semana y la anterior, vestidos de riguroso luto, de negro profundo como esas nubes y como el dolor de que te arranquen a un hijo, que la maldición empezó esa misma tarde, la del domingo. Normas antiguas, pero medios de hoy: fue en el chat de WhatsApp del culto. Diego, y su mujer Balbina, primero, escribieron reclamando por lo que, aseguran, fue una profunda "ofensa". Rosario se defendió: ella solo había hecho un gesto. Por respuesta, la sentencia del 'humillado': "A mí una mujer no me manda callar". Ahí se desató la furia.

La fueron mascando durante casi una semana; juraron venganza y la cumplieron. A lo largo de esos cinco largos días, los Muñoz Moreno fueron calentándose unos a otros en una espiral que auguraba un mal final, ofendidos en lo más íntimo porque, dijeron, habían puesto en tela de juicio la habilidad de uno de sus miembros, Diego, a la hora de tocar el piano. Que lo habían humillado y ofendido en lo más íntimo porque lo habían hecho delante de todo el mundo y, sobre todo, porque lo había hecho una mujer.

Una venganza en cinco tiempos

El lunes, Balbina tomó las riendas. Llamó a la hermana de Rosario, también cantora, y le repitió una y mil veces que su hermana había ofendido a su marido, que cómo le había tratado así delante de todos, que ella no era quien para decirle cómo y cuando tocar y que las cosas no iban a quedar así. La tormenta se formaba.

El martes, continuó el cruce de mensajes. Las nubes empezaban a arremolinarse y a oscurecerse; la amenaza estaba servida.

Amaneció el miércoles. Los truenos ya eran ensordecedores. El pastor y tres 'obreros' (los auxiliares en las labores eclesiásticas) de la iglesia evangélica de Natzaret hablaron con los Flores Castro a última hora del día. Fue para advertirles: no iba a haber paz para ellos. Los Moreno Muñoz olían sangre y la querían. "Les dijeron que estuvieran un tiempo sin ir a esa iglesia, que no se dejaran ver", rememoran los testigos. Rosario y su marido, con tal de proteger a los suyos y de que aquello no fuera a más, aceptaron. Todos saben que son gente de paz. Y de respeto.

Jueves. Cuando nadie lo esperaba, un rayo de sol pareció abrirse paso entre los nubarrones. La mediación puesta en marcha por los hombres de respeto de la congregación habían dado resultado. O eso parecía. Todos los testigos lo han contado del mismo modo, al juez y al fiscal, y a todo el que ha querido escucharles: un hermano de Joaquín Moreno Muñoz, 'Forrines', el patriarca del clan, padre de Balbina y suegro de Diego el pianista, se presentó con dos hombres ante los Flores Castro y les juró que no habría represalias, que podían volver a la iglesia y al culto, que nadie les tocaría.

Tarde de sangre: el aviso

Y llegó el viernes, dos de mayo. A las siete en punto de la tarde, como todos los viernes, empezaba el culto. No dio tiempo. Entre los presentes, Forrines, a quien no se veía jamás por la iglesia. Llevaba un bastón. Con aire altanero. El patriarca no iba solo: junto a él, en la puerta del recinto religioso, su yerno Diego, origen del conflicto, y los dos hijos de este, Jose, de 23 años, y el pequeño, de solo 13 años. Los tres "con las navajas abiertas", afirman los testigos. Diego entró, vio a Rosario y a su marido, y se salió. Ya lo tenía claro.

"¿Sus hijos o su marido llevaban armas?, le preguntó el fiscal a una Rosario seria, abatida, vestida de arriba a abajo de negro severo, con el alma rota pero la mirada digna. "Por supuesto que no, señoría. Nunca se permite llevar armas a la casa de Dios"

Antonio estaba fuera y sabía que sus padres seguían dentro, en la antesala del culto. Vio lo que se venía. Vio los relámpagos y trató de evitar la muerte que acechaba. El chico entró y advirtió a su madre y a su padre de que no salieran, de que los Moreno Muñoz no venían con buenas intenciones. Que llevaban navajas y ansia de usarlas. Y salió a pedir paz. Pero ya no había tiempo. Ni ganas.

Acorralados y solos

El reloj marcaba las siete y cuarto de la tarde. Visto que les había quitado la presa, Rosario, se echaron sobre Antonio "como lobos". En unos instantes lo cosieron a puñaladas. También a su hermano, Israel, de 17 años que intentó mediar y pararlo. No tenían nada que hacer: los tres contrarios se ensañaron con ellos mientras Forrines, coinciden los testigos, mantenía a raya con el bastón a cualquier que tratase de frenarlos. Antonio cayó herido de muerte, bañado en sangre. Su hermano quiso ayudarlo, pero nada se podía hacer.

Mientras los autores escapaban en los vehículos que tenían listos para la huida, los Flores Castro y otros feligreses cargaron a los chicos en los coches y los llevaron al hospital La Fe sin esperar. No había tiempo que perder. La vida se les iba. Antonio murió al poco de ingresar, pero a Israel pudieron salvarlo.

"¿Sus hijos o su marido llevaban armas?, le preguntó el fiscal a una Rosario seria, abatida, vestida de arriba a abajo de negro severo, con el alma rota pero la mirada digna. "Por supuesto que no, señoría. Nunca se permite llevar armas a la casa de Dios".

Las detenciones

Cinco días después, agentes del grupo de Homicidios de la Policía Nacional de València detenían en una barriada de las afueras de Málaga, tal como adelantó en exclusiva Levante-EMV, dentro de una chabola de unos conocidos, a Diego y a su hijo José. También a Balbina, pero a ella la dejaron en libertad después de pasar por la comisaría local. Al pequeño no pudieron leerle los derechos porque le falta un año para que se le puedan pedir responsabilidades penales, por mucho que los testigos lo sitúen repartiendo puñaladas.

A Forrines, de 67 años, lo atraparon en Alzira a las once y media de la mañana del miércoles, 14 de mayo, doce días después del crimen. El suegro de Diego el pianista y padre de Balbina, el abuelo de José y del menor, el hombre del bastón, se encuentra en libertad provisional, aunque investigado por los mismos delitos que los otros: un asesinato consumado y otro en grado de tentativa.

La ronda de declaraciones en el juzgado aún no ha terminado. Falta, entre otros, Israel, que ya fue entrevistado por la Policía en el hospital, cuando apenas acababa de salir del peligro, pero aún no ha comparecido ante el juez y el fiscal. Cuando acaben de escuchar a todos y lleguen algunas de las gestiones solicitadas por Homicidios -algo deben temer los acusados, porque muchos de los mensajes de Whatsapp del grupo del culto han sido borrados-, quizás haya novedades. De momento, los únicos que están en prisión son Diego, el ofendido, y su hijo José. El tiempo y la instrucción dirán.

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