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Con María Oliver en Ciutat Fallera

"Tenemos un modelo de ciudad obsoleto y vacío de uso social"

La arquitecta y número dos de València en Comú aboga por dar salida a los bajos y a los solares, además de recuperar la esencia de las Fallas con monumentos más artesanales

"Tenemos un modelo de ciudad obsoleto y vacío de uso social"

La palabra reflexión aflora de forma constante en el diálogo con María Oliver. Esta arquitecta, obsesionada con la investigación de nuevas herramientas que faciliten la vida a los ciudadanos, rechaza cualquier tipo de directriz sin consenso. También todo aquello que suene a conformismo. Sus ideas trata de ponerlas en práctica junto al también arquitecto Javier Molinero, en el estudio «Mixuro», reconocido con premios nacionales e internacionales. Algo que combina desde hace tiempo con las fallas experimentales, y a lo que dentro de poco se unirá la política ya en serio. Situada en el número dos de la candidatura València en Comú, a la que llega desde Podemos, todo apunta a que tras el 24 M ocupará un asiento en el hemiciclo del Consistorio de Valencia. «Voy con la intención de no quedarme», asegura, para advertir que no se ha de hacer una profesión de la política, sino que hay que ir dando entrada a gente nueva de forma cíclica.

La cita con Oliver tiene lugar frente al edificio del Museo del Artista Fallero, en el barrio de Ciutat Fallera, en el distrito de Benicalap. Tras las presentaciones, su primer alegato versa sobre la problemática de un enclave caro para instalarse y lleno de naves obsoletas, pensadas para un tipo de monumento fallero artesanal totalmente desplazado por los «ninots» de poliuretano. De las 64 naves del polígono solo una veintena se dedicaba, única y exclusivamente, a «hacer falla». La moda, ahora, son las iglesias evangelistas, y ya van tres en la zona.

«Los artistas falleros acaban yéndose y aquí entran otros usos que nada tienen que ver con las fallas. Eso debería llevarnos a reflexionar y acotar la actividad industrial», apunta Oliver. «No podemos pretender ser Patrimonio de la Humanidad si utilizamos algo tóxico para los niños como es el poliuretano», razona, al tiempo que reconoce que hoy en día «es económicamente inviable trabajar si no es con ese material». De ahí que reclame una especial protección y vinculación de la Ciutat Fallera, de sus artistas, de su actividad social y económica en esa lucha por alcanzar el reconocimiento de la Unesco como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. «Las Fallas no son solo los monumentos, sino todo el entramado que existe a su alrededor». «Hay que tratar de recuperar la esencia», sostiene, e incide en el «tejido asociativo» que las fiestas josefinas han creado en los barrios, «y preservarlo».

Asignaturas pendientes

El término barrio es también recurrente en su hablar sereno, sin estridencias y bien articulado. La dinamización de los mismos es una de las «asignaturas pendientes» del actual equipo de gobierno municipal, esgrime Oliver. Y señala a Ciutat Fallera como un claro ejemplo por sus bloques de edificios llenos de bajos comerciales cerrados a cal y canto. «Los enormes espacios vacíos, fruto de las construcciones de los años sesenta, dejan lo que tenemos, un modelo obsoleto de ciudad, con espacios vacíos sin uso social», comenta. Igual ocurre con los centenares y centenares de solares diseminados aquí y allá. «Apostamos por la rehabilitación, la mejora de los edificios existentes frente a la nueva construcción. También perseguimos una movilidad saludable en el sentido peatonal y ciclista, sostenible, dando prioridad al transporte público colectivo», viene defendiendo desde hace tiempo Oliver. «Tendríamos que sentarnos a ver qué modelo de ciudad queremos», explica. «Habría de hacerse barrio por barrio, recopilando información de forma metodológica correcta, recogiendo las aspiraciones, las necesidades y las carencias, pero con seriedad y rigor», advierte. A partir de ahí, sacar conclusiones y dar un empujón a una Valencia «donde sobran casas deshabitadas y faltan lugares comunes, dotaciones, espacios verdes y una conexión lógica de la huerta con la ciudad». Algo que en su opinión no está resuelto. Alcanzado ese punto, señala los campos de alcachofas. «Toda esta riqueza hay que preservarla sea como sea», adelanta en lo que es un sentir generalizado como se ha visto tras el cúmulo de alegaciones al Plan General de Ordenación Urbana, cuya aprobación se ha aplazado hasta después de las elecciones.

El mal de las alquerías

En la radiografía que realiza de Ciutat Fallera, sus pasos la conducen a la alquería del Moro, única de estilo gótico completa que perdura del siglo XIV. Situada en el Plá de Sant Bernat, está circundada por un entramado de acequias alimentadas básicamente por la de Tormos. Conformada por un grupo de edificios, la casa principal es una compleja estructura de dos plantas que posee un esquema de tres cuerpos. A la casa se accede a través de un patio de forma cuadrangular, disponiendo los corrales a la derecha, y las caballerizas enfrente de la puerta de acceso. Las fábricas, de tapia, datan del siglo XIV, siendo la construcción más antigua del conjunto con un ventanal gótico. «Este tipo de construcciones deberían destinarse a usos sociales o turísticos y no dejarlas perder», lamenta Oliver, quien como virtudes de la barriada, apunta sus buenas dotaciones y sobre todo al Parque de Benicalap, uno de los de mayor tamaño de la ciudad. Inaugurado en1983, ocupa una superficie de 80.000 metros cuadrados. Está diseñado con las nuevas concepciones de una jardinería tecnificada y con modernos sistemas de mantenimiento. Ofrece un conjunto de espacios pluridisciplinares, con instalaciones deportivas, piscinas, zonas de juegos infantiles o de conciertos con una serie de ambientes diferenciados. «Es una maravilla, especialmente en esta época del año y es punto de encuentro de la gente del barrio», enfatiza Oliver, mientras posa entre una fina lluvia de semillas arbóreas.

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