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Reparación económica

En busca de los huérfanos de los campos nazis

Una investigadora rastrea a los hijos de los muertos en los campos de concentración, con derecho a una indemnización francesa de 27.440 euros

Vicente Martínez Pardo, de Bolbaite y padre de Avelina, que ha percibido la ayuda.

Salió del mas familiar y cumplió el viejo refrán: Morella, mira-la bé i fuig d'ella. Pero Manuel no escapaba del frío, sino de algo más gélido: el fascismo. Dels Ports bajó a Castelló para coger un tren rumbo a Francia, y en el andén —por dos veces— descendió del ferrocarril para abrazar a su hijo y a su esposa. Nunca más los volvió a ver. Y esa estampa entrañable, que remite a una memoria en blanco y negro pero que fue más real que el color para quienes la sufrieron, es el último recuerdo que guarda de su padre Enrique Vernet Castellvell tres cuartos de siglo después. Quien lo cogió en brazos y lo besó en el andén era Manuel Ferrer Casulla, natural de Morella y republicano que emprendía el exilio y que había adoptado al pequeño Enrique junto con su esposa. Para la Historia en mayúsculas, aquel Manuel Ferrer Casulla quedará como el prisionero número 2522 fallecido en el campo de exterminio de Mauthausen el 18 de febrero de 1943, dos años, dos meses y cinco días después de su deportación a aquella fábrica del horror nazi.

«Fallecido no, asesinado», apostilla con razón a sus 82 años Enrique Vernet. Es el único hijo que tuvo Manuel. Tenía cuatro o cinco años cuando su padre le dio el último abrazo en el andén de Castelló. Ahora, es uno de los valencianos que ha conseguido cobrar una ayuda económica poco conocida que entrega el Estado francés a los hijos que sigan vivos —no a los nietos— de aquellos hombres deportados desde Francia que encontraron la muerte en los campos de exterminio nazis. La ayuda, a elección del beneficiario, consiste en una indemnización de 27.440 euros o en una renta vitalicia de 457 euros mensuales. Con esta medida de «reparación» aprobada en 2004, el Gobierno galo pretende hacer un «reconocimiento de los sufrimientos padecidos por los huérfanos». Según el listado del Ministerio de Cultura, hay 388 valencianos que fallecieron en los campos de concentración nazis entre 1940 y 1945. Una investigación posterior eleva la cifra de muertos a 400.

Enrique, criado en Morella y que luego emigró a Barcelona (donde aún reside), percibió la indemnización francesa hace cinco años. «Es lo menos que pueden hacer y yo he podido sacar algo. Pero eso no compensa la ausencia de un padre», responde. «Porque te crías de una forma un poco? Mira: mi madre y mis abuelos me han querido mucho y no me puedo quejar. Pero hubiera preferido no cobrar nada y que mi padre hubiera estado a mi lado y, sobre todo, al lado de mi madre, que se quedó viuda toda su vida», recalca Enrique.

De Bolbaite al horror. Muy parecido es el sentir de Avelina Martínez Marco. Tiene 80 años. A su padre, Vicente Martínez Pardo, natural de Bolbaite (la Canal), le quitaron la vida en Mauthausen. Llegó al campo de concentración un frío enero de 1941 y cruzó las puertas de este infierno en la Tierra para nunca más salir de allí. Era el prisionero 86831. El 13 de octubre de 1942 moría en Mauthausen a los 37 años. «Yo era muy pequeña y no guardo ningún recuerdo de él. Mi hermana nació en un refugio de Francia, porque mi madre ya estaba embarazada, y nuestro padre nunca la llegó a ver», cuenta. Avelina, igual que su hermana María Luisa, también ha logrado cobrar la indemnización. Confiesa que el día que recibió la carta de aceptación se alegró y, al mismo tiempo, rompió a llorar. «Porque esto no compensa. Yo quiero a mi padre, no los céntimos», explica.

Avelina revela que le hubiera gustado visitar el campo de concentración en el que estuvo su padre. Ahora es tarde. Ha pasado, literalmente, toda una vida. Sin embargo, no puede evitar sentir rencor. No un rencor focalizado contra algo o alguien, sino más bien un rencor difuso por todo lo que le arrebataron a ella, a su hermana, a su madre, a sus abuelos. Tras enviudar, su madre —que nunca percibió ninguna compensación— se unió con un hombre. «Nos pidió que no lo llamáramos pare, sino Enric. Así lo hacíamos. Pero se portó como un padre. Para mí fue como el padre que me quitaron», concluye.

La rastreadora. Quien está persiguiendo todas estas historias, quien se ha metido en la búsqueda de los huérfanos españoles de los campos de concentración nazis para informarles de que pueden cobrar una indemnización del Estado francés y ayudarles a hacerlo de forma desinteresada, es Pilar Pardo. Llama a los ayuntamientos en los que nacieron las víctimas registradas de los campos nazis e intenta localizar a los hijos que continúen vivos. Asegura que ya son cerca de 200 los hijos de deportados españoles a los que ha localizado y ayudado a tramitar la indemnización. Otros se han enterado del decreto francés y han pedido la indemnización tras ser informados por el ayuntamiento tras su llamada. Es un trabajo ímprobo.

Pilar, investigadora, que ha comisariado una exposición sobre Mauthausen y ha organizado un viaje al campo de exterminio con los familiares de las víctimas andaluzas, sostiene que quedan muchos huérfanos de los campos nazis por enterarse de la ayuda. Lamenta la «escasísima cooperación» de las instituciones españolas. «Se están muriendo muchos hijos de fallecidos en los campos de exterminio, me lo dicen nietos que se han enterado demasiado tarde y ya no pueden percibir esa indemnización a la que tenían derecho», afirma. Y da su correo para ayudar: pilar.pardo.v@hotmail.es.

En pleno proceso. «Nosotros hemos tardado diez años en enterarnos y me gustaría que la gente que no lo conoce lo supiera». Lo dice Álex García Escrivá, natural de Gandia y nieto de Francisco Escrivá Morant. Él acaba de presentar ahora los papeles, con la ayuda de Pilar Pardo, en nombre de su madre, Dolores Escrivá Tomás, de 78 años, y su tía Concepción, de 84. Son las dos hijas vivas (otra ya murió) de aquel gandiense deportado a Mauthausen. Esperan recibir en pocos meses la indemnización de 27.440 euros para cada hija.

Cuando Francisco ya había muerto el 15 de noviembre de 1941 con el número de prisionero 7573 de Mauthausen, su esposa Aurelia Tomás escribió una carta a los alemanes repleta de angustia para averiguar el paradero de su marido. Su esposo ya había muerto y ella se quedaba con tres hijas pequeñas. Álex, nieto del deportado y exterminado en Mathausen, tiene perspectiva familiar para resumir «lo que sufrió mi abuela, sola, con tres hijas, y lo que sufrieron esas tres niñas por la ausencia de padre». Su madre, Dolores, tenía cinco años cuando perdió a su padre. «Es incomprensible que el Gobierno español no haya hecho nada y sean los franceses los que den las ayudas. Allí se saca a la luz; aquí se esconde», opina.

Ahora, las hermanas Escrivá Tomás esperan la llegada de la indemnización francesa. «En reconocimiento de los sufrimientos padecidos por los huérfanos», dice el decreto. Será un reconocimiento, sí. Pero ni todo el dinero del mundo evitará que, cada vez que la televisión emita imágenes de los campos de concentración nazis, su familia tenga —en palabras de Álex— que «revivir cada vez el sufrimiento que pasaría allí» quien para los fríos registros fue el prisionero número 7573 de Mauthausen, pero que para Dolores y Concepción fue el padre que nunca las pudo ver crecer.

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